Opinión

¿Quién decide qué, cómo y dónde lo pongo?

Eso me pregunto, cuando, en mi caminar diario, veo por doquier desatinos urbanos y otras cuestiones. Me mueve escribir sobre ello la recuperación del eje de escalera de acceso a la playa de La Ribera, que se lleva ya dos meses de calendario y salario, a lo que sumar otro mes de puesta del jardincito, claro ¿Cuánto nos cuesta esto? Y ahí están, quitando lo que nunca tuvo que ponerse y recuperando el paramento vertical, porque alguien de forma caprichosa creyó que eso del verde en bolsas colgantes es ecológico y natural y más chic que un paramento limpio y encalao; cuando la realidad es que resultaba antiestético y fuera de lugar, además de mostrarse irrespetuoso con el diseño original de la obra.

Podría relatar de estas idas y venidas de reformas unas cuantas, como por ejemplo las pérgolas de La Marina, desparecidas las primeras sin que nunca dieran sombra y de las del final del paseo sólo columnas quedan a modo de menhires urbanos. Ahora se vuelve a hablar de reponer esas zonas de sombra ¿No hubiera sido más fácil conservar las que había? Recuerdo la plaza Mina, que reformaron para colocar unos asientos de travesaños de vía de tren que, por sus dimensiones, nos obligaba a estar de pie en ellos porque no había otra forma de estar allí; ya lo dice la RAE, «tomar asiento: situarse sobre las nalgas en un lugar». Y es que los conceptos cambian a capricho de algunos, pero los desatinos los pagamos todos.

Podríamos hablar también del mobiliario sin sentido y otro mal ubicado que no hay forma de que los empleados municipales vuelvan a su sitio, como maceteros y bancos que se dejan mal alineados, descolocados o simplemente olvidados, así en Camoens, La Marina o cualquier barrio, lo que da una idea del poco aprecio por esas pequeñas cosas que marcan la diferencia entre lo corriente y la excelencia ahora tan de moda. Cada vez que veo los asientos de piedra de La Marina o el número tan exagerado que se pusieron en la carretera nueva me digo: «que suerte estar “en compras” y que todas las paridas que se le ocurran a uno se acepten» ¿Verdad?

Y esos kioscos cerrados en pleno centro, como el de Hacienda o Edrisís, que se están oxidando porque nadie los ocupa ni el Ayuntamiento los retira para su cuido y conservación. O, esa señalética colocada en exceso, muchas de las cuales de poco sirven y alguna nueva que se pone por poner y encima equivocada, como la flecha de dirección obligada a la salida del aparcamiento de Pozo Rayo. O, en La Marina, una muy reciente que muestra en primera indicación I.N.E.M. que ni sé que significan las dos letras últimas separadas ni existe tal desde 2003 aunque se pusiera todo junto y, si no que le pregunten al SEPE; para que después digan que están al día los que encargan. O, esas pantallas que anuncian comunicaciones que nadie atiende y que se disponen en lugares en los que su lectura es una invitación a la distracción, como las instaladas (una de entrada y otra de salida) en la rotonda del Pueblo Marinero, así como la situada a la salida de la curva del Chorrillo.

Y cómo no, me pregunto: ¿quién decide qué? ¿cómo y dónde lo pongo? cuando veo las podas brutales e indiscriminadas que sufren nuestros árboles, por ejemplo, en Revellín y Camoens; o, en esa replantación de arbolitos sin sentido para que hagan de bolardos, como los de García, que hay 62 de ellos en 100 metros de calle.

También, cuando veo que se colocan semáforos que se quitan a la semana, como el de Tte. Olmo; o, se ponen “a sentimiento”, que diría el artista, como el de la Ribera que ha quedado fuera del paso peatonal y para más inri sin anunciar que es de pulsación, por lo que ves a pacientes peatones esperando para al final pasar a la carrera.

Y, ese granito que se levantó de donde aparcan los taxis en el puente de vez en cuando, para colocar por error el alquitranado no previsto ¿quién pagó el error? O, ese ascensor que baja al agujero del mercado, que no es que se estuviera oxidando, es que es de acero Corten (lo último en su día en aplacado exterior metálico decorativo) pero que alguien decidió que queda mejor pintado de vainilla o envuelto en publicidad ¿quién lo ordenó?

Y, ¿quién permitió los bumerangs luminosos del Revellín y la solería verde?, ideal y de libro para caerse y andar acojonado por el paseo los días de lluvia y riego, que es lo mismo en esta ciudad, y que por soberbia política y técnica se volvió a colocar (la solería) en el segundo y tercer tramo de la calle más concurrida de la ciudad, cuando ya se tenía conocimiento de los accidentes que se estaban ocasionando.

Y, ¿quién decide qué y donde lo pongo?, de esos armarios verdes metálicos de buen porte, facturación empresa municipal, rústicos a no poder más, que ya forman parte de nuestro mobiliario urbano, que igual contienen pinturas, aperos de jardinería, que útiles de obra. La idea no es mala, pero terminado el servicio lo suyo es quitarlos, y no como en Serrano Orive que el 15 y el 18 se han quedado como residentes, y si es porque hay un jardín en frente lo suyo es ir pensando en un armario de buen ver, con un diseño original, que a lo mejor lo convertimos en icono del cajón de herramientas y útiles de jardinería, versus cabina telefónica inglesa o buzón amarillo del Correos español, por ejemplo.

Y esos armaritos de comunicaciones que nos colocan donde mejor le parece al operario de turno, y no será porque no hay técnicos municipales para decidir dónde: que parece que da igual una farola, una esquina, que el borde de una acera. Emblemático el de la Constitución, detrás del Kiosco de Manolo, colocado en la misma línea en la que se dan cita las esculturas más hermosas de Ceuta, alegorías al Trabajo, la Industria, la Paz, África, el Comercio, las Artes… y ahora, además, a la Conexión Semafórica; vanos, que no tenían otro sitio para colocar la caja que rompiendo el pretil de piedra y haciéndole sitio de igual manera que a nuestras afamadas esculturas que, por cierto, son copias, porque los cafres han decidido que para ver las originales tenemos que ir al Ayuntamiento.

Así, podríamos ir relatando los numerosos servicios, obras y compras innecesarias, o mal previstas, y que nuestros ediles y empleados públicos nos regalan continuamente; para mí que con más asiduidad que en el resto de los municipios de España. Porque no he visto más gasto de remoción y variación sobre lo mismo que el que aquí se hace, pues en otros lugares la obra pública se conserva por decenios. Lo malo es que el regalo se hace a costa de nuestros impuestos, y lo que es peor, que ese gasto se sustrae de otros proyectos y servicios verdaderamente necesarios.

Hubo un tiempo, que cuando salías del hospital te daban, entre otros papeles, una seudo factura del coste del servicio recibido. A mí siempre me pareció muy oportuna la información, pues estamos tan acostumbrados a la gratuidad de lo público que olvidamos, y por lo tanto dejamos de apreciar, la dimensión de su coste, y por ende la importancia que tiene el buen uso y gestión de lo que es de todos. Así que, si por cada obra, servicio o bien adquirido, mal ejecutado o innecesario, le pasaran al político del ramo y/o empleado público correspondiente, el coste de su ineptitud, desafección o despreocupación (cada uno que se apunte a lo que le toque), seguro que pondrían más interés y, entonces, sí saldrían de sus despachos con los ojos abiertos y la mente puesta al servicio de la Ciudad, para la que trabajan y de la que perciben unos emolumentos que la mayoría de las veces está muy por encima de sus capacidades y/o dedicación… y de esto que se libre el que honestamente cumpla con su deber, que seguro que los hay. Pues eso, a darse una vueltecita por la ciudad, que seguro que verán lo que yo veo todos los días.

¡Ah!, y ya aprovecho para mandar un saludo a ese ojeador con cuaderno que tienen dando vueltas vestido de naranja por la ciudad toda la mañana, ánimo, trabajo no te va a faltar, amigo, otra cosa es que sean diligentes con lo que apuntas.

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