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¿Quién custodia la imagen del Medinaceli, un pastor o un príncipe?

La figura del obispo actual solo puede emanar del ejemplo viviente y constante de la doctrina del Papa Francisco. Efectivamente, en el encuentro con la Congregación para los obispos, del pasado mes de febrero, Francisco especificó algunas características o condiciones sine qua non para el perfil de los obispos, como auténticos testigos de Cristo Resucitado: carismáticos, orantes y pastores.

En este contexto, Francisco utiliza con frecuencia metáforas impactantes para que se entienda y se trasmitan sin dudas su nuevo mensaje. En este sentido el papa esgrimía su primer y principal criterio: «el obispo debe ser un pastor con olor a oveja, es decir, cercano a la gente». El segundo rasgo es que no tenga una psicología de «príncipe», sino que sea padre y hermano, manso, misericordioso y, sobre todo, paciente. Y tercero, y no por ello menos importante, que el obispo viva como esposo de una Iglesia, sin estar en constante búsqueda de otra, de modo que se entregue sin cálculos humanos por el pueblo que se le ha confiado. Ante estas recomendaciones papales, la pregunta es obvia. En la actual situación de la imagen de nuestro Medinaceli, ¿considera usted señor obispo que está actuando siempre según las directrices del papa Francisco?
Analicemos con detalle las declaraciones de Francisco en nuestro contexto. Decía el papa que el obispo debe ser un «pastor con olor a oveja, es decir, cercano a la gente». Señor obispo ¿Quién tomó la decisión unilateral de trasladar al Señor de Ceuta de la capilla de su casa de hermandad a la catedral? ¿Quién eligió con rapidez e improvisación ese secundario rincón para el sórdido altar del Medinaceli? ¿Quién buscó esa ceñida mesa para el “depósito” de las sagradas imágenes? ¿Quien se preocupa ahora por su dejadez y abandono? ¿Existe alguna razón que “justifique” el estado actual de “olvido” de estas imágenes en la catedral? ¿Existen argumentos de un doctor de la Iglesia, o solo es un nuevo capricho crecido y abonado en el fango de la prepotencia de un príncipe? ¿Por qué no permite usted su culto en el altar de la capilla de su casa de hermandad? Y las preguntas más importantes ¿Cree que con su actitud sobre el Medinaceli actúa usted como PASTOR o como PRÍNCIPE? ¿Con sus imperativas decisiones sobre la imagen del Señor de Ceuta cree usted que se acerca a sus “ovejas”? ¿Cree usted que se impregna de su “olor”? Francisco también pidió a sus obispos «hablar a la gente en un lenguaje claro y llano, como él mismo hace: ¿Qué tal son nuestras homilías? ¿Nos acercan al ejemplo de nuestro Señor, o son meramente preceptivas, lejanas, abstractas?». ¿Utiliza usted, señor obispo, un “lenguaje claro y llano” cuando conversa con la Junta de Gobierno de la cofradía? ¿Responderá usted con “claridad” a algunas de estas preguntas durante su homilía frente a la patrona? Espero que no sea “lejana” y “abstracta” sobre este tema.
Según el papa, el obispo debe tener el don de arrojar luz con mayor fuerza sobre los aspectos irrenunciables que, en nuestro caso, constituyen la identidad del obispo. Un aspecto irrenunciable es el derecho canónico, auténtica ley de la Iglesia. En este sentido, le recuerdo que usted, señor obispo, siempre motivado por su celo pastoral, tiene el derecho ante el hombre, y ante Dios el deber, de legislar en nuestras Iglesias, de juzgar y regular todo cuanto pertenece al culto y organización del apostolado (cf. LG 27; cc. 725-753). También le recuerdo que nuestras Hermandades, como asociaciones públicas de la Iglesia, deben regirse por los cánones que establece el vigente Có?digo de Derecho Canónico (cc. 298-320) y esta?n bajo su vigilancia y autoridad (c. 305). Ahora bien, usted sabe que el ejercicio de su autoridad ha de estar siempre movido por criterios evangélicos, buscando la verdad, el bien y la justicia, evitando siempre toda arbitrariedad en la Iglesia, y nunca favoreciendo intereses contrarios al culto hacia las imágenes, permitido y potenciado desde el Concilio de Trento. Sus decisiones deben tener siempre como referencia “los sentimientos de Jesús”, que nos libra de la desidia, la inquina, la prepotencia y la ignorancia, y nos sitúa en el espíritu de la ley de Dios, siempre al servicio del “bien de las almas de sus ovejas”, y del bienestar de los numerosos fieles y devotos del Cristo de Medinaceli.
En esa reunión con los 45 obispos del Comité Coordinador del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe, decía el papa que sus obispos no deben tener «psicología de príncipes, sino que sean padres y hermanos, mansos, misericordiosos y, sobre todo, pacientes». El papa criticaba abiertamente a la clásica jerarquía de la Iglesia católica, pidiendo a sus obispos que no sean “MANDONES” ni se comporten como “PRÍNCIPES”. Y usted, señor obispo, con su política sobre el Medinaceli, ¿se comporta como un pastor o como un príncipe? En este contexto, también le recuerdo señor obispo, que nuestra sociedad actual, vive en una democracia, donde la libertad y la dignidad del ser humano son las dos columnas que sostienen el genuino templo de la justicia humana y divina. Como ya adelantaba Francisco, nuestro actual modelo de vida social debería tener algún reflejo directo en las actuaciones de la Iglesia. Los antiguos seres megalómanos, los príncipes del Medievo, y las pretéritas instituciones oligárquicas, se han ido extinguiendo con el paso del tiempo, como los enormes dinosaurios en la prehistoria, y la caída de casi todos los gobiernos absolutistas en el siglo XXI. En este tiempo que nos ha tocado vivir, la anacrónica prepotencia y magnificencia de los príncipes de antaño, han pasado a un segundo plano. Solo se oye el eco de su triste legado en los profundos barrancos de nuestra historia. Por tanto cualquier persona que, como usted, ocupe un cargo de responsabilidad de carácter público, aunque no haya sido elegido “democráticamente” por el pueblo de Dios, está obligado ética, social y moralmente a dar explicaciones sobre sus decisiones. Y además debe hacerlo como dijo Francisco, como un padre, como un hermano, siempre manso, misericordioso, y sobre todo paciente. ¿Cuál es la auténtica razón para que usted se oponga, a toda costa y a todo coste, a que estas imágenes -que no son suyas sino del pueblo de Ceuta- residan en la capilla de la casa de hermandad? Nunca olvide que la imagen del Medinaceli tienen una crasa dimensión que trasvasa el ámbito religioso, pues es un bien social, cultural y un acervo histórico de nuestra ciudad, que escapa de sus “competencias” y jurisprudencias.
Le recuerdo que el teólogo brasileño Leonardo Boff decía que «Francisco es un proyecto de iglesia y de mundo y que está haciendo una revolución de humanidad, la revolución del papado. Francisco es más que un nombre, es un proyecto de iglesia y de mundo: una iglesia pobre, sin aparato de poder, una iglesia del encuentro, de la misericordia. Como él dice, una iglesia que hace la revolución de la ternura». Parece que gracias a Francisco, estamos pasando, sin traumas, «de una fortaleza a una casa abierta». Decía Boff: «Son nuevos aires, nueva música, nuevas palabras para viejos problemas que permiten pensar en una nueva primavera de la Iglesia, lejos del invierno eclesial de los últimos dos pontificados caracterizados por el control de las doctrinas». Señor obispo, ¿cuál es su peculiar “revolución” sobre la imagen del Señor de Ceuta? ¿Es ternura o testadura amargura lo que percibe el pueblo caballa de su particular “revolución”? ¿Esta revolución la piensa usted realizar manteniendo al Medinaceli en su “fortaleza” catedralicia in saecula saeculorum, o le abrirá usted las puertas de la “ternura”, dejándolo marchar alguna vez, a su “casa abierta” de hermandad? Señor Obispo, le recuerdo desde mi humildad, que las Hermandades son las únicas instituciones eclesiásticas que funcional bajo el auspicio de los cánones democráticos que heredamos de la antigua Grecia. Son los únicos órganos de la Iglesia cuyos hermanos eligen, libre y democráticamente, a sus representantes legales que constituyen la Junta de Gobierno de las hermandades. Según las leyes del derecho canónico, este órgano cofrade tiene un poder ejecutivo que llega hasta las imágenes de sus sagrados titulares. Por tanto, se merece un respeto humano, cristiano, y social, que no solo está amparado por la justicia divina, sino también legislado por la justicia del hombre.
La cofradía del Medinaceli es una asociación de fieles católicos que se rigen por el derecho canónico, que es la ley de la Iglesia, y por tanto todos debemos utilizar como un instrumento técnico legislativo al servicio de la justicia, que debe presidir la vida de todas las instituciones sociales, y, con mayor razón, la de la Iglesia. El código de derecho canónico de 1983 reafirma esta tendencia asociacionista de la Iglesia, declarando la facultad que tienen los fieles de fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad, piedad o fomentar la vocación cristiana en el mundo. Da la impresión Señor Obispo que, alguien por ignorancia, por prepotencia o por desidia, no sabe, o no le interesa saber, o bien ha olvidado lo que marca ese derecho sobre la autonomía de las Hermandades y Cofradías. Parece que alguien desconoce quién tiene la “tutela” de las imágenes del Cristo de Medinaceli y la Virgen de los Dolores. También le recuerdo que sólo la Junta de Gobierno de esta Hermandad ostenta legalmente no solo la “guardia y custodia”, sino también la “patria potestad” sobre sus Sagrados Titulares, y solo ellos, tienen la responsabilidad jurídica, moral, histórica, y sobre todo popular, sobre su conservación y seguridad, así como el deber ante el hombre y ante Dios de facilitar y fomentar el culto a sus devotos, y por ende, al pueblo católico de Ceuta, auténtico soberano de su naturaleza física y uncional. El derecho canónico marca con claridad que, sólo en caso de extinción de la Cofradía, las imágenes titulares de la Hermandad pasarían a ser propiedad material e inventariable de la Iglesia, y sólo en ese caso, la Diócesis sería dueño legal de la inercia de su destino. Le vuelvo a recordar que el papa decía «El obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear». La pregunta es obvia ¿usted conduce o “mandonea” a la Junta de Gobierno del Medinaceli?
Parece que ahora, por decisión de la alta curia romana, la Junta de Gobierno del Medinaceli, tiene ahora “permiso” para preparar, adornar, y cuidar el lóbrego altar catedralicio, pero no para disponer y decidir sobre la ubicación más adecuada para su titular, aunque dicho deseo lo sostenga jurídicamente el derecho canónico vigente. De nuevo, «con la Iglesia hemos topado». Es un caso muy visible, del concepto de “instrumento” inerte e inanimado de nuestras imágenes por el obispado, y el “uso” o “manipulación” de las cofradías por parte de la Iglesia. Es un ejemplo más de esa política de hechos consumados, de esa tácita demostración de la doctrina iconoclasta iniciada, defendida y propagada por el padre Cristóbal Flor en el monte Hacho, que ha prendido con arraigo en todos los valles de nuestra diócesis. Señor obispo, ¿por qué no le pregunta a su subordinado de la parroquia del valle si actuaba como pastor o como PRÍNCIPE, con su política de acoso y derribo hacia una inocente imagen mariana, regalo de comunión de un niño, que él despreció públicamente con reincidencia y alevosía con el único fin de hacer daño a una familia de su feligresía? Debe usted saber que aún no me ha contestado a las 59 preguntas sin respuestas de lo que puede hacer un cura en Ceuta en contra de una imagen de la Virgen María, documento que “descansa” en PAZ en el cajón del despacho de su vicario. ¿Responderá alguna vez? ¿Por qué no lo “anima” usted a que me conteste? Parece que las nuevas ideas iconoclastas de su presbítero, transformadas en reiterados hechos consumados, donde casi todos sus homólogos han mirado para otro lado, solo les hace falta salir publicada en el BOCE con el rango de decreto ley. Solo falta su firma. En este triste contexto, le recuerdo que el papa también criticaba lo que él denominó “CLERICALISMO”, concepto bajo el cual Iglesia proyecta una imagen de poder y privilegios, mientras el papel del laico es simplemente rezar y OBEDECER. Decía el papa que este fenómeno del clericalismo explicaba, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en buena parte del laicado. ¿No cree usted que todos los desgraciados acontecimientos ocurridos en nuestra ciudad, desde los iniciados por el padre Cristóbal en la ermita del santo, a los últimos del Medinaceli en la catedral, se pueden explicar y englobar en ese término de “clericalismo”? ¿Es igual que absolutismo? Si no lo es, está muy cerca de la sinonimia. Pues las únicas respuestas que su subordinado daba a mis preguntas era «el cura soy yo». Si usted no contesta, con la humildad de los hechos, y no con la voluptuosidad de las palabras, a las preguntas de este artículo, su pasivo silencio será traducido por la frase «el obispo soy yo».
Francisco indicaba que la propagación de las comunidades eclesiales, los consejos pastorales y de los grupos bíblicos, van «en la línea de superación del clericalismo y de un crecimiento de la RESPONSABILIDAD LAICAL». Y nuestras hermandades ¿siguen las nuevas directrices del papa? ¿Les deja usted algún tipo de “responsabilidad laical”, o solo son simples “instrumentos” inertes de su Iglesia como sostiene y predica el padre Cristóbal en sus homilías? Ya va siendo hora que la cofradía del Medinaceli deje solo de rezar y obedecer sin rechistar. Es necesario que “se ponga de una vez en su sitio” y reclame al obispado lo que legalmente le corresponde: la “custodia” legal de sus imágenes, que sostiene, no solo el derecho canónico, sino también el derecho divino. Es fundamental que el pueblo de Ceuta, auténtico dueño y señor de la imagen, reivindique su “patria potestad” sobre el Medinaceli, esa entrañable herencia que nos dejaron con dignidad y libertad nuestros ancestros. Si no actúa usted en consonancia a las nuevas directrices del pontificado, pasará a la historia de nuestro obispado como un príncipe impositor de un clericalismo de corte neoiconoclasta.
En definitiva, tengo la impresión señor obispo que el papa Francisco se nos presenta y actúa como PASTOR, no como doctor, y nunca como “príncipe” de la Iglesia. Y usted señor obispo, ¿Cómo se presenta a los fieles del Señor de Ceuta? ¿Cómo actúa hacia sus cofrades? ¿Quién rige el triste destino de nuestro Medinaceli, un pastor, un doctor o un PRÍNCIPE bizantino de la época iconoclasta? Mis preguntas, señor obispo, vuelven a estar de nuevo crucificadas en el aire. Solo espero que algún “Santo Varón de Arimatea”, las descienda de los duros maderos de la dura. Desearía esta vez, que no fuese un “clandestino” seguidor de Jesús, rico fariseo, decurión del imperio romano, y miembro del Sanedrín, sino como decía Francisco, un auténtico «esposo de una Iglesia, sin estar en constante búsqueda de otra, de modo que se entregue sin cálculos humanos por el pueblo que se le ha confiado». ¿Usted, señor obispo?

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