Cuando mi hermana Isa nació, yo estaba a punto de cumplir nueve años. Fue un día diecisiete de febrero, en la ciudad de Úbeda, patrimonio de la Humanidad, y ese día frío de invierno, Úbeda se enriqueció con una joya más: «mi muñeca favorita». A partir de ese día, dejé de jugar con mi «Dulcito», que me acababan de traer los Reyes, y abandoné mi colección de «Pepones» para observar, desde los barrotes de la cuna, a ese ser que me había hipnotizado y me tenía todo el día pendiente de sus gestos.
Desde ese preciso momento, empezó a gestarse el binomio «Isa y yo – yo e Isa». Una relación singular que conllevaba una conexión especial y un cariño que superaba lo fraternal. Por eso creo que este vacío tan grande que ha dejado en mí su partida no es el natural de la muerte de una hermana, sino el excepcional de la pérdida de tu «otro yo».
Isa se fue el veintiuno de noviembre, como se suele decir, y esta vez es en sentido literal, después de una larga y dura enfermedad. Me ha dejado rota y mutilada: sin mi otra mitad.
Aunque nació en Úbeda, su infancia y parte de su adolescencia las vivió en Ceuta. Con un año de edad partió junto a todos nosotros (mis padres, mis hermanos Octavio y Rocío, y yo), al nuevo destino de mi padre, por aquel entonces inspector del Cuerpo Superior de Policía, en la frontera del Tarajal.
"De mi casa salió vestida de novia, del brazo de mi padre, para casarse con un jiennense: su querido Tomás"
Las orillas y aguas del Tarajal, Benítez y, posteriormente, Ribera, fueron las tres playas donde pasó sus veranos, que luego combinaría con la piscina de la Hípica (Centro Cultural de los Ejércitos), donde estábamos, prácticamente desde la mañana a la tarde, disfrutando del agua, de nuestras pandillas y los platos combinados que nos ponía Tete, que incluso se preocupaba de que Isa se lo comiera todo. El bar Almenta, con sus «cariocas» y corazones, también era visita obligada en aquella época.
Disfrutó mucho de Ceuta y dejó, en nuestra querida ciudad, muchos amigos cuando, por su unión tan estrecha conmigo, pidió a mis padres ir a Jaén, donde yo había instalado mi residencia al casarme y ser el primer destino de mi marido.
De mi casa salió vestida de novia, del brazo de mi padre, para casarse con un jiennense: su querido Tomás. En Jaén formó su familia y nacieron sus tres tesoros: su hija, Ana, y sus nietos, Álvaro y Lucía, farolillos que, impregnados de su luz, nos iluminan para seguir el camino de la vida sin ella.
Muy «caballa» de corazón, adoraba Ceuta y venía todos los veranos a pasar uno o dos meses en sus playas y parajes, y disfrutar de su familia, a la que adoraba.
Por eso me gustaría que hoy, veintiuno de diciembre, a un mes de su adiós, estas letras fueran un pequeño homenaje a mi querida hermana Isa, y que los que la conocieron tengan un bonito recuerdo para ella, y los que sean creyentes, lo adornen con una oración por su alma.
"Mantuviste en alto tu bandera, aferrada a la vida, con ansia, hasta el último instante en que, rodeada de tus seres queridos, te fuiste con Dios"
Mi hermana fue, es y será una bendición de Dios para todos nosotros. Llegó para ser el «ojito derecho» de la familia. Hija, hermana, nieta y tía favorita de casi todos sus miembros. Era un ser de luz, un ángel de alas blancas, generosa y familiar, sufrida y discreta, que aguantó hasta el último momento por no dejar a los suyos y por no hacerlos sufrir. ¡Que Dios la bendiga!
Descansa en paz, querida hermana. Dejaste el listón en una marca que poca gente podrá alcanzar. Mantuviste en alto tu bandera, aferrada a la vida, con ansia, hasta el último instante en que, rodeada de tus seres queridos, te fuiste con Dios.
Nunca podremos olvidarte y el legado que nos has dejado nos recuerda día a día que tu luz y tu espíritu siguen con nosotros.
¡Hasta siempre, hermanita!
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