La Policía Nacional tuvo que intervenir esta mañana en la barriada de Benítez, en Ceuta, tras la alerta cursada por el vecindario debido a que había un hombre que estaba prendiendo fuego a unos cables. Además, posteriormente comía trozos. Se trata de una persona que vive en la calle y que tiene las facultades psíquicas mermadas.
Los agentes del CNP desplazados a este punto instaron a este hombre a deponer su actitud, procediendo a su traslado a las dependencias de la Jefatura Superior para su identificación. Estaba con distintas objetos y un café, sin reacción violenta alguna pero sin reacción racional. La clave de este asunto es qué se puede hacer ante este tipo de situaciones.
En Ceuta hay varios casos de personas que tienen mermadas sus facultades psíquicas y que duermen donde pueden. Cualquier ciudadano que se tope con ellos comprueba que no están bien. En algunas situaciones se trata de marroquíes a los que su propio país no acepta y se quedan en la ciudad atrapados en una especie de limbo.
En otros son personas que han aparecido en Ceuta sin saber bien cómo, con una historia quebrada detrás pero sin familiares de referencia a los que poder acudir para que se hagan cargo de ellos.
En este caso en cuestión, ya se ha intervenido en varias ocasiones con esta persona y se ha intentado su entrega a Marruecos. Carente de documentos, el vecino país no lo acepta y al final se queda en la calle realizando en ocasiones como la de hoy actos ilógicos que pueden tener consecuencias negativas en la comunidad.
Actos como el de este jueves: a las 7:00 horas, quemar cables de un poste no se sabe bien con qué lógica, dejándose un café caliente en el suelo. ¿Las consecuencias? Puede dejar sin suministro eléctrico al vecindario. ¿Las soluciones? Desde luego que no son policiales, porque no se trata de personas que cometan delitos de manera consciente, con una intencionalidad de causar daño, sino que son individuos que no están bien.
Ceuta carece de recursos de acogida sociales para las personas sin hogar, personas que por circunstancias de la vida terminan en la calle y que en muchos casos presentan facultades físicas o psicológicas mermadas. Duermen en el monte, en recovecos, expuestos además a sufrir agresiones como fue el caso de Mustafa, cuya historia contó este periódico.
Este joven vivía en el entorno de la rotonda del Tarajal y varios menores habían cogido la costumbre de pegarle. Sin solución institucional, fueron los responsables de una cafetería próxima los que se preocupaban por él.
Hay más casos, como el del joven que deambula por la ciudad arrojando una chancla al suelo a la que le habla, cogiendo restos de comida y objetos de contenedores, viviendo en la calle. El cierre de la frontera y la pandemia llevó a que hubiera personas que quedaron aquí sin documentos y sin salida alguna. El problema radica en las consecuencias de sus actos irracionales.
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