Opinión

Quédate Señor conmigo. Llega la noche

Jesús camina hacia el oeste, por lugares montañosos y ricos en bosques de pinos, hablando tranquilamente con los Suyos. “Debéis pensar en lo que diréis a las gentes de los pueblos que vais a predicar”. Todos se asustan ya que se piensan incapaces, pero Jesús los tranquiliza: “hablad con sencillez y vuestro convencimiento dará muchos frutos”. Judas dice que por allí aún no se conoce al Mesías, “pero nosotros haremos buena siembra”, concluye Iscariote. Han llegado hasta la cresta de la montaña, y la panorámica es excelsa. Al fondo, un mar tranquilo, arriba, el sol dando vida al entorno. Jesús les explica los acontecimientos históricos que se dieron por aquellos parajes. Les habla de Josué, de la restitución del Arca que fue entregada por los filisteos a los sacerdotes. Les habla de Sansón y de los campos de los filisteos. Les señala el valle del Teberinto, donde David derrotó a Goliat. Y de Maceda, donde Josué derrotó a los amorreos. Les señala Get, patria de Goliat. “Todo son llanuras muy fértiles. Iremos hasta Ramle, pero ahora entraremos en Betginna y nos dispersaremos. Tienen temor a separarse del Maestro, pero Jesús les invita a la obediencia. Felipe y Andrés llegan a un poblado y piden hospedaje, y de paso les hablan del Rabbí de Israel, que nadie conoce, piensan que no sea bueno, sino severo y ávido de riquezas, como los otros. “Él viene a buscar a los pobres y a los pecadores”, dicen ellos. “Es Jesús de Nazaret, el Mesías predicho por los Profetas. Haréis bien en escucharlo, el Bautista dijo de Él:”he aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Cuando fue bautizado en el Jordán, se abrieron los Cielos, y una Voz clamó: “Éste es Mi Hijo amado, en Quien Me he complacido”. Y el Amor de Dios bajó cual Paloma para brillar sobre Su cabeza”. Nosotros somos Sus Apóstoles y discípulos. Nos manda para anunciaros que quien tenga necesidad de salvación, que vaya a Él”, dice Andrés. Le preguntan si es más santo que el Bautista, o un demonio como dicen otros. “Dicen que ama a las prostitutas y publicanos, que evoca a los espíritus para conocer secretos”. Otros que están en el grupo piensan que es mejor tratar bien al Rabbí. “Él es el Santo entre los santos. Enseña, pasa fatigas, es incansable, está toda la noche orando por nosotros al Padre. Busca la amistad para llegar a los que están lejos de Dios. No rechaza a nadie. Hace milagros curando enfermos del cuerpo y redimiendo corazones enfermos, y da vida a los que han muerto. Los vientos y el mar Le obedecen”, dice Felipe. Pero ellos no entienden, aunque recuerden al hijo de la viuda de Naim. La gente se halla silenciosa y pensativa por todo lo que cuentan los Apóstoles. “Él es la Piedad sobre la Tierra, y si alguno sufre o tiene en casa a un enfermo, dirigíos a Jesús, el Mesías, el Señor”, concluye Felipe. Uno que escucha le informa que tiene una hija que hace un año padece de la mente, como si estuviera endemoniada. “¿El demonio puede apoderarse también de una inocente?”. Felipe contesta que sí, “para atormentar a los padres y arrastrarlos a la desesperación”. Andrés le cuenta el milagro entre los gerasenos, cuando una legión de demonios se metió dentro de la piara de cerdos y se despeñaron:”Yo doy testimonio de mi Señor”. Ellos piden que busquen al Maestro, y Andrés va corriendo a buscarlo. Lo encuentran y Le explican: “Señor, dijimos que eres el Amor y la Piedad, y quieren verte”. Cuando el hombre ve a Jesús, va rápido a Su encuentro. “Maestro, Señor, yo creo. Ten piedad de mi hija. Yo te juro que seré un buen comerciante, no engañaré a nadie”, y se arrodilla ante el Señor. Van a donde está la niña, en una habitación a oscuras, despeinada, con la mirada ausente. Se retuerce, y cuando ve a Jesús aúlla, y el demonio que la posee arremete contra Jesús. “¡Sal de ella, te lo ordeno!. Devuelve a Dios lo que es Suyo”. La joven se normaliza y se avergüenza al verse tan desaliñada. Padre e hija se echan a llorar. Besan las manos del Rabbí, ante el clamor de los presentes al comprobar el prodigio. “¡Quédate Señor, conmigo, que llega la noche! Quédate bajo mi techo”. Jesús le dice que son trece. “Señor, ven conmigo, que Te honre como un rey, así descansaréis todos” El Maestro accede ante la insistencia del filisteo. Pero al día siguiente continúan su viaje desde la llanura de Ascalón hasta el borde del Gran Océano, como le llamaban, el Mediterráneo después, según los romanos. Hace mucho calor, las espigas ya están maduras y los vestidos pesados les hacen sudar y les sobran. Comentan que les gustaría estar en sus barquitas remando por el Lago con viento agradable. Jesús los alienta, dice que pronto llegarán al mar abierto. Sienten hambre y apenas si queda nada en las alforjas, así que tanto Jesús como Zelote ceden su parte. Y el Maestro comenta a Zelote que se siente muy afligido al verlos tan agotados. “Os he arrancado de vuestras casas, familias o asuntos. Cuando pase el tiempo todos comprenderán, os parecerá hermoso al recordarlo y Me bendeciréis por haberos conducido entre caminos difíciles. Aunque tú, Simón, siempre estás contento, porque tú entiendes y sabes que todo se cumplirá”. Jesús le explica que aunque en Sus enseñanzas se dirija a muchos, no todos Le seguirán y se retirarán por miedo. “Así serán Mis discípulos; unos por inconstancia, otros por torpeza, o por orgullo, miedo, o apetitos desordenados, se irán, aunque ahora digan “voy Contigo”, no estarán, se habrán marchado”. Zelote está triste, mas Jesús continúa: “pero muchos como tú Me seguirán”.- Maestro, ¿qué piensas de Judas?” Jesús no contesta, parece entretenido observando las libélulas, ranas y mosquitos que deambulan por las charcas. “Señor, ¿no quieres contestarme?” Él dice que medite y dará él solo con la respuesta. “Vamos a buscar a los compañeros”. Cuando se juntan todos, caminan hacia una casa que se ve a lo lejos, pero al llegar, el administrador de la finca no quiere darles comida. Los discípulos están hambrientos y cansados, por lo que arremeten contra él: “¡ raza de filisteos!, Jesús les llama la atención, no quiere desprecios. Por el campo se ven espigas de trigo, que van cogiendo, desgranando y comiendo para mitigar el hambre. El Señor camina solo, detrás hablan Zelote y Bartolomé. Se encuentran con un grupo de fariseos que regresan de las funciones sabáticas en el poblado cercano. Jesús los mira sonriente y los saluda. Pero ellos mantienen una actitud arrogante y preguntan al Rabbí quién es. “Yo soy Jesús de Nazaret”. Ellos se ríen con ironía y Le preguntan qué hacen por allí. Jesús no pierde la calma, les dice que va a salvar almas. “He sido enviado para Evangelizar”. Los otros Le increpan con insolencia. “Tú eres el que da la muerte a los que no te adoran y quieres matar a la clase sacerdotal, fariseos, o escribas. Nosotros somos los elegidos de Israel y jamás Te amaremos ni Te adoraremos”. Jesús continúa tranquilo: “Adorad a Dios. No pido nada. Cumplo con Mi Misión, enseño a amar a Dios y repito el Decálogo porque, o se ha olvidado, o se aplica mal. Yo amo tu alma, aunque ella no me ame. No desprecies al Mesías”. El fariseo se convulsiona de coraje al oír las palabras del Señor, no las puede soportar y se siente humillado. Incluso piensa en maldecirlo. “Y Tú, que Te llamas Maestro, ¿por qué no instruyes a Tus discípulos, que cortan espigas en sábado? Y no son suyas, por lo que han violado el sábado, y han robado también”. Jesús le dice que tenían hambre, que pidieron pan y alojo en el poblado y los echaron. Pedro agrega: “Sólo una viejecita nos dio su pan y un puñado de aceitunas, y nos pidió a cambio una bendición. Dio lo que tenía. Hemos caminado lo permitido y nos detuvimos según la Ley, bebimos agua de un río”. Pero los fariseos siguen escandalizados. Jesús interviene: ”¿recordáis cómo David tomó los panes sagrados de la proposición para poder alimentarse él y sus compañeros? Pertenecían a Aarón y a sus hijos. Si no les era lícito comérselos en sábado y Dios no les imputó pecado, ¿cómo puedes tú decir que somos pecadores por esto, que es de lo que no se alimentan los hombres, hijos del Padre, de las espigas, y sí los pájaros que revolotean por el aire?” El fariseo contradice al Rabbí: “Dios castigó a David duramente”, pero Jesús le rectifica: “fue castigado por la lujuria…”, mas el fariseo no cede: “¡Largaos, no os queremos aquí!”. Jesús se va a marchar, pero le advierte: “volveremos a encontrarnos y entonces te arrepentirás de las palabras que Me dijiste: “no Te es lícito”. Aquí hay Uno que es mucho mayor que el Templo y puede tomar lo que quiere de cuanto hay en la Creación. Yo tomo y doy a buenos y a malvados, porque soy la Misericordia, pero vosotros no conocéis esa Palabra, por eso condenáis a los inocentes. Yo os perdono, y pediré al Padre que os perdone, porque quiero misericordia y no castigo. Por otra parte, sabed que el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. El Hijo del Hombre es el Señor también del sábado. Adiós”. Se va con los Suyos y los consuela. “Sabed que Dios mandó Su maná a Israel, y nos proveerá de alimentos, pues somos pobres y fieles a Él. Aquellos envidiosos no saben ya qué decir”. Se hace de noche. Próximas al mar hay plantas con espinas que les proveen de frutos silvestres para mitigar el hambre. “Mañana entraremos en Ascalón y todo irá mejor”, les informa el Maestro. Por la mañana se levantan de sus camas de arena, suben por una profunda ladera donde se ven campos de cultivo. Caminan por un riachuelo seco. Juan está asombrado al ver el mar inmenso. Y a lo lejos se divisa la ciudad marítima. Jesús guía al grupo por el camino que llega más rápido a la ciudad. Pasan por campos sembrados de hortalizas. Jesús saluda a los campesinos y campesinas que trabajan allí, pero no recibe contestación. Tomás decide comprar algo de comida. Se decide por huevos, manzanas y panes, tratando de conseguir un precio más justo. No tienen pan, por lo que el hortelano le indica un sitio de venta a las puertas de la ciudad. Llegan. La urbanización y diseño están diseñadas al estilo romano, y resulta una ciudad hermosa. Llega el filisteo que les vende las tortas necesarias. Ante las preguntas de este hombre, Tomás dice que es cristiano, pero el filisteo no entiende lo que significa. “Pues en nombre del que sigo, te pido pan”. Miran hacia atrás y allí está Jesús sonriendo. “Es el Mesías, y no viene a vencer a Roma, sino a ganar almas para el Cielo”. El hombre dice que se pongan a la sombra, que les traerá pan, vino y agua. Jesús saluda al viejo filisteo Ananías, éste se desvive colocando unos bancos alrededor de una tosca mesa, protegiéndolos del sol por un emparrado. “Que la tierra florezca para ti por tu caridad y te produzca frutos abundantes. El hombre corresponde al saludo y enseguida llegan unas jóvenes con las viandas. Jesús le explica que Su Reino es Celestial, no es de este mundo, es allí donde habita el verdadero Dios. “Cada hombre es un alma vestida de cuerpo, y que ha de vivir en el Cielo”. Al hortelano le gusta mucho lo que Jesús le enseña, y él Le cuenta también que tuvo la desgracia de perder a su hijo y a su mujer. El Maestro dice que no están muertos, su espíritu sobrevive. “La muerte, para quien espera en Dios y vive justamente, es vida. Piensa en ello. Yo voy a la ciudad y volveré para pedirte un trozo de tierra y dormir junto a los Míos”. El dueño dice que dormirán en habitaciones vacías en su casa, y allí descansarán todos. Se despiden. Las calles de Ascalón tienen estilo romano, con pórticos, piscinas y fuentes. Todas ellas dan al mar y están repletas de gente. Se dividen en grupos de cuatro y Jesús se queda solo caminando entre la gente. Algunos niños se acercan a Jesús. Él los saluda con Su habitual sonrisa y los acaricia. Uno de ellos va junto al Maestro, entran por un pasadizo de comercios. Encuentran a una niña con cara muy triste y mal vestida. Llorando cuenta al Maestro que su mamá está enferma, su papá murió y su hermanitos no tienen nada que comer. “¿Tú sabes que los israelitas esperan al Mesías?”- “Lo sé, Señor”. ´”Él redimirá al mundo, enseñará a no pecar. Amará a los pobres, a los enfermos y afligidos. Y no oprimirá a nadie”. – “Soy una pobre niña filistea, pero estoy segura que Él me ayudaría”. Caminan hacia una casucha en cuyo interior hay miseria, hambre y un cuerpo tumbado en un jergón. Jesús pregunta a la mamá: ¿Crees que el Mesías puede curarte?”, y la mamá dice que sí, sin saber quien pudiera ser el Mesías. Alzando la voz dice Jesús:”¡Quiero que seas curada!”. La mujer se incorpora ante el estupor de sus hijos, se arrodilla y adora al Señor. “Adorad al verdadero Dios, sed buenos y acordaos de Mí”, y se marcha para reunirse con los Suyos en las puertas de la ciudad. Él está sonriente. Todos Le cuentan sus hazañas, y ellos cuentan lo que dijeron: “Escuchad a la Verdad, que enseña al mundo a conseguir la paz. En la tierra está ahora el Mesías y con Él llega el tiempo de la Misericordia”. Jesús recalca: “No importa que os tachen de locos en Israel, no perdáis la paciencia. Pero en todo encontraréis un lado bueno y un lado malo, con gente buena siempre. Vuestro trabajo es llevar almas al Mesías de Dios”.- “Señor, y Pedro dijo a los filisteos:”Ahora es el tiempo de un solo Profeta Grande,, que no odia y llama a todos para que se amen. No habrá con Él vencedores ni vencidos, sino hombres libres, no esclavos, amigos y no enemigos. Amad al Señor Jesús, el Mesías de Dios”, cuenta Santiago. “Nos trataron muy bien y creyeron enseguida” dice Tomás. Juan trae una bolsa de pescado que regalaron los marineros para todos, y su cara brilla de gozo. Iscariote tuvo peor suerte, quizás porque utilizó violencia en sus palabras, no está contento, no comprende que el hombre separado de Dios no puede reconocer la Venida del Mesías. Y los hombres que sigan Su Doctrina, llegarán a poseer la Realeza Eterna e infinita del Cielo. Si a los Profetas les dieron palos, a los Apóstoles les regalaron pescados. Ellos se dieron a conocer con palabras llenas de amor, como hermanos, y así poder llevarlos a la Casa del Padre por toda la Eternidad. Judas escucha la sabiduría que sus compañeros han adquirido y se desconcierta, pues él no termina de aprender cómo dar el conocimiento de la Buena Nueva. Los primos de Jesús hablaron del Profeta Sofonías: “La región del mar será lugar de pastores y por la tarde descansarán en la casa de Ascalón”, dijo Tadeo, y siguió: “El Pastor Supremo ha llegado, está entre nosotros lleno de amor, sin flechas de guerra. Os tiende la mano, se compadece de los hombres por el odio que se tienen. Dije que esta tierra será lugar de pastores santos, con los mejores rebaños y pastizales fértiles, y tendrán como Patrón a Jesús nuestro Señor. Nos dieron bolsas de dinero para los pobres”. El Señor conforta a todos por el trabajo realizado y consuela a Judas: “Ya lo harás mejor otra vez”. Preguntan al Maestro por sus asuntos en la ciudad. “Vi los primorosos tapetes que aquí se trabajan para venderlos en Egipto, y luego atendí a una niña sin padre, curé a su madre enferma, pero no tuve dinero para ella y sus hermanitos”. Han decidido que unos irán a llevar el pescado a la casa que los hospeda, y otros irán a la ciudad a llevar limosnas. Jesús se queda en la casa del filisteo que los invitó, pues dice que “La descortesía es siempre una acción que falta a la caridad”. Iscariote se pone morado de vergüenza y agacha mucho la cabeza. “Buscaréis a la niña y la encontraréis sin problema alguno. Le daréis la bolsa diciéndole: Ésta te la manda Dios para ti, tu mamá y tus hermanitos, porque has sabido creer”. No digáis nada más”. Se marchan Juan, Tomás y los primos de Jesús. Los demás caminan en dirección a la casa del hortelano. BIBLIOGRAFÍA: María Valtorta, Poema del Hombre Dios, Tomo IV; Josué10; 1Rey.4,1-7; Jue.13-16;1Rey.17; 1Rey.18,6-30; 27,1-7; Mat.12,1-8; Mc.2,2328; Lc. 6,1-5; Lev.24,5-9; Paral.21,1-17; 1Rey.21,8-9; 1Rey.4,1-7,15;17; Jerem. 47,1-7; Zac. 9,1-8; Sof.2,2-7.

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