Siempre recordaré la frase que me dijo aquel apreciado traumatólogo y cirujano ceutí, prematuramente fallecido, que se llamaba Javier Prat, cuando conversábamos amigablemente acerca de mi proyecto de veraneo (el de siempre, allá en la campiña de Ronda:, donde el calor castiga a veces sin piedad). Sus palabras exactas fueron: “Desengáñate; si no quieres pasar calor, quédate en Ceuta”.
En estos últimos días, cuando las temperaturas en toda la Península han oscilado en el entorno de los cuarenta grados, mientras que aquí no superaron los veintiocho –un par de días-, ese consejo de Javier Prat ha quedado plenamente probado. Tanto, que incluso esta extraordinaria diferencia, de alrededor de doce o trece grados. fue objeto de comentario en cierto programa televisivo, en el cual se habló sobre el especial microclima de Ceuta, atribuyéndolo a la influencia del Océano Atlántico, algo que no acaba de cuadrarme, porque, por ejemplo, en Cádiz han estado pasando un calor de narices, y allí sí que está el Atlántico y nada más que el Atlántico..
Es verdad que durante los últimos días, en las horas diurnas, la diferencia entre la temperatura alcanzada en la Península con la de aquí ha sido extraordinaria, pero –ya salió el “pero”- por la noche no hemos bajado de los veinte grados, lo que sitúa a Ceuta entre las ciudades cuya temperatura nocturna resulta ser de las que dan lugar a las denominadas “noches tropicales”. He podido comprobar, además, que a la hora de ir a la cama –pongamos, como ejemplo tardío, las doce de la noche- ha habido días en los que hacía más de veintitrés grados, es decir, una temperatura superior al punto en el que se sitúa la llamada “barrera del sueño”, a partir de la cual se considera imposible conciliarlo. En concreto, a las dos de la madrugada de ayer, sábado, el termómetro ascendió hasta los veinticinco grados, aunque, por fortuna, quienes ya estábamos dormidos no nos enteramos.
Días más que pasables, y noches de ventilador. Todo no puede ser tan bueno, y menos si hablamos del prepotente y neblinoso levante, provocador de una más que molesta humedad que, si nos movemos más de lo preciso, nos puede conducir hasta el sofoco, aparte del pegajoso y abundante sudor que, inevitablemente, lo acompaña. Aquel prolífico colaborador que fue durante muchísimos años de este diario, el poeta y costumbrista local Joaquín Amador, llegó a elogiar en uno de sus artículos los días veraniegos de levante, aduciendo que si durante ellos uno se quedaba en casa y abría la ventana, siempre le entraría una suave y fresca brisa. Cierto, aunque los que tienen que trabajar, y más si eso les supone algún esfuerzo físico, siempre renegarán del levante, y con sobrada razón.
¿Y qué decir de los días de verano en los que –por fin- “salta” poniente? Puede ser que la temperatura alcance un par de grados más, pero la luminosidad y la frescura del viento que generalmente lo acompaña, hacen de esos días un verdadero regalo de la naturaleza. Además, sus noches suelen ser más agradables y adecuadas para conciliar el sueño. Lástima que el levante resulte ser el viento dominante, como, año tras año, nos demuestran las estadísticas.
Total, que si nos quedamos a pasar el verano en Ceuta, nos movemos poco en los días de levante con su inherente humedad, tenemos aire acondicionado o. al menos, un ventilador para las noches tropicales, y esperamos con paciencia que aparezca el poniente, limpiando y secando el ambiente, aquel consejo de Javier Prat resulta de lo más acertado. “Si no quieres pasar calor, quédate en Ceuta”. Lástima de verdad que él ya no pueda disfrutarlo.
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