Quebrantar el orden natural de las cosas

Sin duda, aquellos gobernantes de las dos últimas décadas que no habían previsto –ni deseado– los tan funestos resultados que las invasiones de inmigrantes ilegales de estos pasados 20 años han ocasionado en el tejido social español y en el futuro de España, como nación, como país con una determinada y muy precisa historia, tradición e identidad, a esos gobernantes, las generaciones venideras no podrán menos de juzgarlos con gran dureza y ‘confundirlos con el mismo anatema’ que al Conde Don Julián, pues cegados por sus egoísmos particulares y partidistas han precipitado a España en su quebranto entregándola a las masas africanas y asiáticas procedentes de países desestabilizados, fallidos, de sociedades fracasadas, de pueblos con culturas y usos y costumbres en modo alguno integrables en nuestras sociedades abiertas y democráticas, y procedentes de no pocos países con mentalidad tribal y carentes del sentido de comunidad perteneciente a un Estado o nación. En modo alguno estas invasiones son compatibles con la supervivencia de un país, de una cultura y de una identidad. El ideal de una sociedad multicultural, multiétnica y multirracial fragmentada en estamentos comunitarios yuxtapuestos unos a otros, que ha sido el sueño de mentes calenturientas y enfermizas de sociólogos, politólogos, políticos y demás soñadores de una sociedad idílica, se ha desvanecido en cuanto las generaciones segundas y terceras han ido tomando carta de naturaleza en el país al que sus ancestros llegaron, pero que ellos, en su mayoría, abominan y aborrecen, sin sentirse en modo alguno identificados con su  historia, con su cultura y con sus costumbres. La Arcadia feliz les ha estallado a esos sesudos e infelices promotores de las sociedades multiculturales en sus propias narices y manos y la explosión se está llevando los países europeos por delante. Paradigma de todo ello es la violencia con que se conducen los jóvenes de los barrios periféricos de las grandes ciudades europeas, jóvenes nacidos en Europa, sí, pero sus raíces se hunden profundamente en suelos africanos, asiáticos o antillanos, de donde proceden sus mayores.
Robert Putnam llegó, en junio de 2007, a una sorprendente conclusión de sus estudios llevados a cabo con 30.000 individuos hispanos, blancos no-hispanos, negros no-hispanos y asiáticos: a más diversidad étnica, menos confianza entre individuos, menos confianza entre vecinos, la confianza interétnica y la intraétnica son más débiles, y, finalmente, la diversidad étnica conduce a la anomia y al aislamiento social. Para Putnam, sería una lástima que un progresismo políticamente correcto negara la realidad del desafío que constituye la diversidad para la solidaridad social, pero sería igualmente lamentable que un conservadurismo etnocéntrico se negara a admitir que relevar ese desafío es a la vez deseable y posible. La sociedad multicultural –dice Putnam– es un engaño que, increíblemente, aún tiene muchos adeptos entre los políticos e intelectuales de Europa. El fundamento del multiculturalismo mina, por definición, los fundamentos de todo orden político, poniendo en peligro el régimen democrático, sentencia Putnam. Para él, el multiculturalismo es el caballo de Troya del islamismo. Más alto, sí, más claro, no. Así: del nacimiento de las sociedades multiculturales y multirraciales, favorecidas por la apertura democrática, devendrá el declive del compromiso cívico y la disgregación de los lazos sociales, reemplazados por la desconfianza y la indiferencia. El panorama que dibuja Putnam es, ciertamente, más sombrío que otra cosa.
Si la apertura y la tolerancia hacia los demás han sido cualidades positivas de los europeos, hoy, desgraciadamente, esos mismos europeos están asistiendo con horror a la conversión de esas virtudes –tolerancia y apertura– en sus peores enemigos. De esta manera, los europeos estamos siendo “expulsados de la cultura de nuestros mayores”, pues algunas tradiciones y conmemoraciones históricas son no pocas veces reprimidas con el pretexto de que inmigrantes musulmanes pudieran sentirse ofendidos o excluidos. De continuar en esta tesitura, nuestra civilización europea se estará yendo por el desagüe sin que atinemos a encontrar una solución adecuada a este expolio europeo a manos de los inmigrantes africanos y asiáticos. Sin duda, la cobardía, la estupidez, el pragmatismo, el buenismo, la corrección política, la debilidad, la indiferencia, están haciendo presa de tal manera en la sociedad española y europea que el ciudadano es incapaz de reaccionar.
Pero lo cierto es que se han acabado las componendas y los paños calientes, el apaciguamiento y todo tipo de chantajes para tratar de  justificar estas invasiones. El llamado una y mil veces imperio de la manipulación de los ciudadanos ha quedado desvelado de tal manera que ha sonado la hora de oponerse frontalmente a estas invasiones, que constituyen una amenaza demográfica para nuestras sociedades. Esta sociedad aborregada y bovina, que se ha acostumbrado a tragar todo lo que se le ordena o se le pone por delante sin un atisbo de espíritu crítico, debe despertar de su letargo y ponerse manos a la obra y desenmascarar a quienes están sacando réditos de estas invasiones. “¿Se puede quebrantar el orden natural de las cosas y esperar que no suceda nada después?”.