Qué pinta aquí la tercera edad

Pues sí, amable lector, no sólo pinta, sino que pinta mucho y bien. Veamos: el pasado jueves, día 17, en el Museo de Ceuta, en el Revellín, tuvo lugar la inauguración de una exposición del ‘Taller de Pintura’ del Aula de Mayores, bajo el lema “Nunca es tarde”. En el programa de mano con el que se obsequia al visitante puede leerse que “el 90% de los alumnos no había dibujado nunca, y han descubierto un arte que tenían escondido, trabajando en técnicas de carboncillo, pastel y óleo”. Pero de lo que no hay duda es que esos alumnos ‘veteranos’ han tenido que contar con las directrices metodológicas de un profesor que les enseñe las mencionadas técnicas. Asimismo, ese profesor ha sido el llamado a que ‘aflore’ el arte que ‘tenían escondido’, tal y como el escultor hace con el bloque de piedra del que, a base de martillazos, va desprendiendo trozos del material hasta “encontrar” la estatua que “se halla oculta” dentro del bloque de granito, mármol o del material del que se trate. Pero en el caso que nos ocupa, ese profesor es profesora, la profesora Sonsoles, cuyo nombre se ha omitido lamentablemente en el citado programa de mano. Craso error. Para compensarla de esa omisión, nos hemos enterado, por otras vías, de su nombre, y escrito aquí queda, tal vez para sonrojo de algunos. Sonsoles.
Pues allá, al Museo, encaminé mis pasos para hacer bueno lo que dijo Solón, el legislador ateniense, que él envejece aprendiendo algo cada día. Debo confesar que, a pesar de no ser, obviamente, crítico en el arte pictórico, para mí fue como una revelación el buen hacer de los alumnos cuyos cuadros cuelgan de las paredes del Museo sito en el Revellín. Esfuerzo, dedicación y buen gusto se desprenden de los trabajos que se ofrecen al visitante. Acaso sea porque mis aptitudes para el dibujo y la pintura son muy endebles, la contemplación de aquellos trabajos produjo en mi algo parecido a una manifestación, lo que los cursis llamarían una ‘epifanía’. El hecho es que al tiempo que iba de cuadro en cuadro iba de sorpresa en sorpresa. ¿Es posible que haya alguien que en su vida haya dibujado o pintado y en pocos meses lo haga con una técnica tan aseada y con tan buen gusto? Pues al parecer sí es posible. Llevaba razón Cicerón cuando escribió que “lo que provoca saciedad de la vida es la falta de interés por cualquier estudio”. En efecto, los alumnos de este Taller son personas, ellas y ellos, que han alcanzado, como mínimo, la edad del ‘jubileo’, esto es, de la jubilación, y aun estimo que por encima de esa edad debe de haber algunos, y es evidente que los alumnos que han colgado sus cuadros en el Museo no carecen del ‘interés’ al que se refería el viejo Cicerón. En su pequeño opúsculo sobre la vejez titulado “De Senectute”, el citado Cicerón nos recuerda que “no sólo hay que ayudar al cuerpo, sino mucho más a la mente y al ánimo, pues estos también se extinguen en la vejez, como la lámpara, si no se la impregna de aceite. Los cuerpos se hacen más pesados con el cansancio del ejercicio; las mentes, al revés, se aligeran haciéndolo”. Parece que estos ‘veteranos’ alumnos del Taller, que dirige diestramente la profesora Sonsoles, han hecho caso del consejo ‘ciceroniano’ y a la vez que ejercitan mente y ánimo ayudan al cuerpo a seguir cumpliendo sin desmayo con sus ‘obligaciones’.
En verdad, me sería arduo espigar entre los cuadros de la exposición para traer aquí los que más me han cautivado, pues, tal vez, sería desmerecer el resto. Si bien siendo esto cierto, también lo es que, como paso por ser lego en el arte de la crítica, me voy a arriesgar a dejarme llevar por mis preferencia particulares, sin que ello sea indicio de un conocimiento crítico, ni siquiera leve, del arte pictórico. Respecto de los óleos, me ha llamado la atención el titulado “Embarcaciones del lago”. No se hace constar, pero en este cuadro parece que se ha usado la ‘espátula’ en vez del pincel. La forma de hacer de la pintora es muy notable. “Segadoras” es otro particularmente atractivo debido a que las espigas que portan las mujeres deben de haber sido tratadas con algún producto especial, pues parecen sobresalir del cuadro, como si de relieve se tratara. “Casa antigua” es una preciosidad, de cuidada precisión y detalle. Su escasa proporción incrementa su belleza. “Zoco marroquí”, recuerda a Bertoluchi en su temática y en el tratamiento del color. “Geisha” es otro particularmente atractivo. “Mujer en el parque”, “Campiña”, “Bodegón con limones”, en fin, todos, absolutamente todos, son merecedores de mención y de alabanza. Hay, también, unos cuantos con la técnica de carboncillo. Todos ellos de muy buena factura, en los que bodegones, con lechera, chal y espejo se tratan de una u otra manera.
El corolario de todo esto es que esta exposición ha de ser un aldabonazo en las conciencias de todos aquellos que se dejan arrastrar por la edad creyendo que cuando la fuerza y el vigor menguan, la mente, el ánimo  y el espíritu de superación también menguan. Nada hay  más erróneo. Finalmente, el jesuita Baltasar Gracián nos recuerda que “Hay mucho que saber y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe”.