Punto y final a un 2018 extraño. Tan extraño que amenaza con dar la bienvenida a un 2019 marcado por la cobardía. Y no, no podemos ser cobardes aunque haya una mayoría excesivamente ruidosa que quiera tomar todo el protagonismo hasta adaptar la realidad a su realidad y dominar así nuestras vidas a base de mentiras. Porque las hay. Y muchas. Siempre se nos había dicho que el silencio, en determinados momentos, era síntoma de inteligencia. ¿Para qué responder cuando todo está perdido? Quizá ahora no sea así, porque corremos el riesgo de que a base de silencios perdamos la batalla; a base de callar, las mentiras se transformen en una extendida falsa verdad; a base de mirar hacia otro lado parezca que estamos al lado de ese ruido cada vez más inmenso. No, no debe ser así.
Ceuta no puede permitirse acoger un terreno incendiario en el que los débiles no tengan su defensa, en el que crezcan como setas los sentimientos radicales mecidos en las cunas de los partidos interesados en sacar votos de esos miedos. Pero desgraciadamente vamos por ese camino, tendemos a ser trasladados cual monigotes hacia la máxima expresión de la crueldad hacia otro ser humano porque, de forma interesada, nos hacen ver que lo que unos hacen se extiende al colectivo. Y ahí es donde se reproducen los peores sentimientos, donde las palabras quedan difuminadas, donde las iras encuentran su mayor sensación de placer.
Los MENA son malos... hay que echarlos. Con la etiqueta MENA ocultamos el término niño, que quizá podría dolernos más. La secuencia de sucesos en los que puedan estar vinculados añade el perejil a una salsa cocinada a fuego lento, a la espera de que asome su rostro un partido que pretende coger sus votos gracias al miedo colectivo. ¿Qué hay datos oficiales que niegan esas generalizaciones? Los obviamos. ¿Qué hay noticias buenas que deben ser publicadas? Las ocultamos o atacamos a los mensajeros que las firman. Los MENA son malos, deben serlo, hay que echarlos, no cabe debate alguno... Nos lo machacan a diario. Ciertamente me puede asustar que determinados aprovechados usen intencionadamente esta máxima, pero elevo a la condición de problema neurálgico que sean otros partidos de gobierno los que se lancen a esos mismos senderos para no perder la poltrona, porque temen liderar una voz discordante aunque sea la que personas racionales están esperando.
Los inmigrantes son malos... Arrojan cal viva a los guardias civiles, viven del cuento, cobran ayudas, se meten con nuestras mujeres... su voz no importa y, por tanto, debe ser ocultada. ¿Que un medio de comunicación les da voz? Entonces hay que hundirlo. Los momentos de ira colectiva, de histeria, son los más propicios para los ánimos perversos de una sociedad desviada, incapaz de diseccionar lo que se le presenta, incapaz de etiquetar circunstancias concretas porque ‘vende’ más la generalización.
Asoma un 2019 complicado. Va a ser duro. Lo va a ser seguro para aquellos que decidan que los silencios no deben provocar la pérdida de las batallas, que deben desaparecer de determinados debates, que llega el momento en el que las voces deben luchar contra el ruido, que no se puede jugar con unas bombas sociales que pueden destruirnos como humanidad, que ya nos van comiendo poco a poco, que dejan en la cuneta todo aquello que conseguimos, aquello que nos diferenció de los animales, aquello que nos llevó a estar orgullosos.
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