Es curioso como, a pesar de las disparidades que caracterizan al género humano, todas nos hacemos las mismas preguntas en torno a idénticos temas.
Estas insistentes interrogaciones comunes tienen un final común: la frustración de comprobar cómo nadie contesta a tantas dudas acumuladas.
Quizás sería cuestión de tener la capacidad de poner en común lo que nos corroe, lo que nos une, para pedir cuentas a quien de derecho, o de torcido –como diría con ácido humor mi mañica preferida-, le corresponde contestar a tanta acumulación de incógnitas por despejar.
Lo verdaderamente interesante de poner negro sobre blanco las frustraciones, es corroborar lo mucho que todas tenemos en común o, dicho de otra forma, lo nada que nos separa a la hora de padecer el peso de los intereses de quienes todo lo tienen. Cualquier versada en matemáticas o en lógica nos dirá que las preguntas correctas son fundamentales para despejar incógnitas. Las ecuaciones sociales son, pues, la mejor forma de conocer lo mucho que nos une en nuestros anhelos, protestas y utópicas visiones del presente. De ser así, intentemos despejar la incógnita para hallar la solución formulando las preguntas adecuadas.
-¿Por qué permitimos que unas pocas decidan sobre nuestro presente y futuro, llegando incluso a manipular nuestro pasado?
-¿Por qué consentimos que quienes dicen gobernarnos hagan todo lo posible por manipular la realidad para hacernos creer en un mundo feliz?
-¿Por qué consentimos que nuestra sanidad pública sea cada vez más lamentable al verse descapitalizada humana y económicamente a favor de las empresas privadas que solo buscan beneficios en lugar de nuestra salud?
-¿Por qué no hacemos nada ante la dictadura de las compañías eléctricas que, además de suministrarnos energía cara y sucia, compran la voluntad de los políticos sentándolos en mullidos sillones de consejos de administración con asombrosos sueldos?
-¿Por qué nos parece normal que se sigan potenciando contaminantes centrales nucleares –los desechos siguen mortalmente activos decenas de centenares de años después- al tiempo que se impide el desarrollo de energías más limpias, infinitas y baratas (sol, aire, marea motriz)?
-¿Por qué no hacemos nada ante el desmantelamiento de la educación pública, que cada vez tiene menos medios, unas ratios que evidencian el hacinamiento de las alumnas en el aula y unas políticas educativas que favorecen los centros concertados y el elitismo?
-¿Por qué permanecemos impasibles ante las decisiones de unas políticas que trabajan, en su gran mayoría –algunas se salvan y ellas solas aquí se reconocerán-, por unos intereses que poco coinciden con los nuestros?
-¿Por qué no nos movilizamos ante el brutal aumento del gasto militar –muchas veces camuflado en miles de partidas presupuestarias fantasmas- que provoca la muerte de millones de seres humanos?
-¿Por qué vemos lógico que, como en los casinos, la banca siempre gane mientras a nosotras siempre no toca lo contrario?
-¿Por qué nos callamos de forma aborregada cuando se privatizan las ganancias pero se socializan las pérdidas y entonces sí cuentan con nosotros para pagar?
-¿Por qué asistimos con pasividad a un estado cada vez más privado –ultraliberalismo obliga- que quiere controlar cada paso que damos, con la excusa de la defensa de la libertad, conduciéndonos hacia un cada vez más cercano 1984 orweliano?
-¿Por qué no nos rebelamos cuando las iluminadas de todo pelo claman que la salvación está en el otro mundo mientras ellas se quedan en este?
-¿Por qué vemos normal el saqueo sistemático de los recursos naturales para mayor provecho de quienes todo lo tienen?
-¿Por qué asumimos como cotidiano que millones de seres humanos se mueran de hambre – en concreto, 24000 al día, de los que 8500 son niños [fuente ONU]- mientras aquí tiramos la comida por toneladas?
-¿Por qué ya no nos asombramos cuando nuestras vecinas tienen que mendigar ayudas para comer, pagar luz y agua o pañales para sus bebés?
¿De verdad que alguien no es capaz de compartir la mayoría de las preguntas y sus evidentes respuestas?
Quizás haya llegado la hora de aunar dudas y voluntades, quizás sea ya tiempo de que abramos los ojos y veamos claro que el apoyo mutuo y la fraternidad son las únicas vías para sobrevivir a la oligarquía galopante de los nuevos señoritos.
Hemos alcanzado el punto de inflexión y ya no hay posibilidad de paños calientes: o nos unimos para defender nuestro presente o “ellas” acabarán por hacernos a todas carne de los nuevos Auschwitz que no tardarán en llegar.
Tomar conciencia de la realidad o seguir agachando la cabeza. Como siempre, usted sabrá lo que más le conviene.
Lo malo es que el negro futuro ya casi se conjuga en presente.
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