Marruecos y Argelia se encuentran sumidos en una nueva querella diplomática que se ha resuelto con la salida precipitada del cónsul marroquí en Orán pero que en el fondo esconde el pulso entre Rabat y Argel para mediar en el candente conflicto libio y por la hegemonía regional.
El último incidente estalló a mediados del mes de mayo después de que un vídeo mostrase al cónsul marroquí en Orán rodeado de compatriotas y calificando a Argelia de país "enemigo".
Aquellas palabras causaron una amplia indignación en Argelia, que en la práctica supuso para el cónsul su paso a "persona non grata", lo que fue entendido por Rabat, que le obligó a retornar antes de cumplir su misión y sin anunciarlo de forma oficial.
"En un principio, ambos países consiguieron resolver el incidente con mesura y calma", dijo Said Saddiki, profesor especialista en relaciones internacionales en la Universidad Sidi Mohamed Ben Abdellah, en Fez.
Pero la tensión subió un grado cuando Argel acusó después al cónsul cesado de ser un espía con cobertura diplomática.
En cualquier caso, se trata de la enésima querella entre las dos potencias magrebíes, ya que en el mismo mes de mayo el ministro de Asuntos Exteriores marroquí, Naser Burita, denunció que Argelia "sigue alimentando el separatismo" saharaui.
Burita reaccionó así a las palabras del presidente argelino, Abdelmadjid Tebboun, quien -en la última cumbre telemática internacional del Movimiento de No Alineados- pidió una reunión del Consejo de Seguridad para resolver el conflicto del Sáhara Occidental, que Rabat administra y cuya "marroquinidad" reclama.
La cuestión del Sáhara Occidental es la base del enfrentamiento entre Rabat y Argel, que comparten cerca de 1.700 kilómetros de fronteras terrestres cerradas desde 1994.
Argelia apoya al Frente Polisario que reclama la independencia de la antigua colonia española, además de albergar en su territorio (Tinduf) la sede de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD); Rabat, por su parte, no se sale de la oferta de la autonomía para los saharauis y considera que Argel es parte interesada en el conflicto.
Pero más allá de eso, ambos estados magrebíes aprovechan su posición geográfica para buscar un papel de liderazgo regional.
Según Miguel Hernando de Larramendi, catedrático en la Universidad de Castilla-La Mancha, las relaciones marroco-argelinas son percibidas por las élites de ambos países como "un juego de suma cero".
La rivalidad bilateral "hunde sus raíces en el proceso de descolonización y en la construcción de los Estados-nación que dieron lugar a dos regímenes con concepciones diversas de la soberanía nacional y el territorio", añade.
Ahora ambos buscan ser considerados por la comunidad internacional, y concretamente la Unión Europea, como socios claves en la lucha contra el terrorismo yihadista y la emigración irregular.
Frente a la "parálisis diplomática" de la política exterior argelina en la última década debido a la enfermedad del expresidente Abdelaziz Butefliqa, Marruecos consolidó su presencia en el continente, especialmente en la zona del Sahel, considerada tradicionalmente como "el patio trasero" de Argel.
Rabat lanzó una ofensiva diplomática que cristalizó con su retorno en 2017 a la Unión Africana, tras 34 años de ausencia.
La última escalada de tensiones en Libia ha acelerado la rivalidad entre los dos países para reforzar su rol como posibles mediadores del conflicto.
La diplomacia argelina se volvió más activa con la llegada al poder el pasado diciembre del presidente Abdelmajid Tebboun, quien también impulsó un proyecto de la Constitución que prevé por primera vez el despliegue de fuerzas argelinas en el exterior.
"Después de años de parálisis diplomática y de repliegue en el Sahel, esa modificación muestra una voluntad de recuperar un papel más activo en los conflictos regionales disputando la influencia que Marruecos ha ganado en el continente africano durante los últimos años", explica Larramendi.
Libia se presenta así como un nuevo campo de batalla diplomática entre los dos países magrebíes: Argel, que mantiene una posición "equidistante" entre las partes libias, ofrece mediar en el conflicto.
Por su parte, Rabat que apoya al gobierno de Trípoli reconocido por Naciones Unidas, se aferra a los acuerdos firmados en su territorio (Sjirat) en 2015 (auspiciados por la ONU) como base de solución del conflicto, pese a que el otro contendiente libio, el mariscal Jalifa Hafter, ha declarado caducos esos acuerdos.
Según el profesor universitario Said Saddiki, aunque Rabat y Argel están de acuerdo en defender una solución política y rechazar una intervención militar exterior, difieren en el proceso.
"Argelia, que comparte frontera con Libia, considera que tiene la prioridad para liderar cualquier solución, mientras Rabat busca tener a Libia como futuro aliado para evitar que se repita el escenario del anterior régimen de Muammar Gaddafi (que era hostil a Rabat y apoyaba al Frente Polisario)", analiza Saddiki.
A las rivalidades diplomáticas entre Rabat y Argel en suelo libio se ha sumado otro actor, como es Turquía, que con su intervención militar en favor de Trípoli ha logrado equilibrar el pulso entre el gobierno de Trípoli y el este del país controlado por Hafter, quien es apoyado por Francia, Rusia y Emiratos Árabes.
Ankara, según los observadores, busca defender sus intereses geoestratégicos como respuesta a los acuerdos logrados entre Chipre, Grecia, Israel y Egipto para delimitar sus respectivas soberanías en el Mediterráneo oriental.
Esto ha multiplicado el número de actores que intervienen en Libia.
Larramendi cree que la internacionalización de la crisis libia hace que capacidad de influencia y el margen de maniobra de Argelia y Marruecos acaben siendo "limitados" en esta guerra.
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