Hoy mi compañera, amiga y colega Isabel me propuso comer en el Oasis. Teníamos pendiente el ágape por la plaza que consiguió en la última convocatoria de oposiciones.
- Estas cosas hay que celebrarlas por todo lo alto, no admito excusas.
Isa es de esas personas con la que hablas un minuto y pareces conocerla de toda la vida. Describirla es complicado: vitalista, inteligente, resolutiva, práctica y emprendedora. Sé de buena tinta que dejó boquiaberto al tribunal cuando defendió su exposición; dio la impresión que entraría en éxtasis en cualquier momento.
Salimos del instituto y, con hambre de lobo, llamamos a un taxi para almorzar en el Oasis, un restaurante con carta marroquí pegado a la ermita de San Antonio.
Siempre me gustaron las vistas espectaculares desde el tronco de un árbol que contemplaba la ciudad a sus pies.
Isa era previsora y calculaba cada paso y cada momento que apuntaba en su memoria prodigiosa. Había reservado día, hora, mesa, menú. También dejó dicho qué música y qué bailes deberían interpretar un cuarteto de bereberes que había contratado para la ocasión.
Cuando llegamos, en el aparcamiento estaban tres coches de gama alta de los que bajaron unas 7 personas vestidas de manera informal.
A mi compi, que no se le escapa ni una, la escena le pareció extraña.
Aquí pasa algo.. y se quedó moviendo los ojos y escudriñando una sospecha.
La de la peluca es Yolanda Díaz, la vicepresidenta, y el de la chilaba es el mismísimo Pedro Sánchez.
Pensé que mi compañera había perdido la cabeza pues un año estudiando el temario de Filosofía da para eso y mucho más.
Entramos al restaurante hechos unos búhos.
La camarera, muy amable, se disculpó con nosotros:
-Nos van a perdonar pero no hemos podido sentarles en la mesa que reservaron. Nos llegó un protocolo para un grupo de señores, la orden venía de la Delegación de Gobierno, el Ministerio del interior y Ministerio del Exterior.
No discutimos y nos callamos para no ser desalojados de la sala. Eso sí, sólo estábamos nosotros y el grupúsculo que cada vez se hacía más numeroso.
Todos se levantaron como un resorte a la entrada de un señor despeinado, con el traje arrugado y la espalda encorvada por una mala posición.
Isabel se había fijado que el señor despeinado buscaba las gafas con unas manos nerviosas metidas en el bolsillo.
-¿No es Puigdemont? ¿Qué dices? Le oímos pronunciar unas palabras a regañadientes: “ya no está uno para viajar en los maleteros de un coche”, espetó Carles.
La señora Cano, que se apellidaba Isabel, hizo una composición de lugar con tanta nitidez que me dejó absorto y ojiplático: “Están negociando la amnistía en Ceuta”.
¿Cómo es posible? Le dije mientras oía a las gaviotas revolotear en el patio.
¡No lo puedo creer! El mismo Puigdemont a unos metros comiéndose un cous cous y hablando de la independencia.
El presidente del Gobierno brindó en catalán aunque contó con un traductor durante toda la comida.
Resultaba chocante que llamaran al maître en castellano para elegir el menú y entre ellos no fueran capaces de de chapurrear el castellano.
Puigdemont besó a Yolanda y abrazó al presidente.
Aquí no hemos estado, exclamó Grande Marlaska.
A la salida, una pareja de guardia civiles esperaban al líder de Junts per Cat para detenerlo y llevarlo esposado al calabozo. Ni el mismo Pedro Sánchez pudo conseguir que la Benemérita depusiera su actitud aunque lo ordenara reiteradamente.
Al día siguiente el secretario general del PSOE anunció la convocatoria de elecciones pues nunca en su vida se le ocurriría pactar con los independentistas.
¡¡¡Cosas de la política!!!, exclamó mi colega.
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