Opinión

Los proyectos estrellas del Gobierno de Ceuta

El estudio de la historia demuestra que tendemos a olvidarla. Cuando se produjo la quiebra de la empresa norteamericana Lehman Brother -y la consiguiente crisis global que provocó su derrumbe en el año 2008- hubo algunos líderes europeos (no precisamente de izquierda), como el francés Nicolás Sarkozy, que defendieron de manera pública una revisión en profundidad de los cimientos ideológicos del capitalismo. Aquella crisis puso en evidencia al desarrollismo económico y a la especulación del territorio. Fue en España donde la sacudida de la crisis dejó más maltrecha la débil estructura de un país, el nuestro, asentada sobre las tierras movedizas del negocio inmobiliario. Parece que ya nadie recuerda la enorme cantidad de dinero público que hubo que inyectar al sector bancario español para tapar el descomunal boquete que quedó al descubierto cuando emergieron a la superficie los bonos basura y la cantidad de créditos concedidos a empresas y clientes insolventes. La primera reacción política a la crisis del 2008 fue el famoso plan E de Zapatero, consistente, como algunos recordarán, en mantener la fiesta del ladrillo abierta poniendo de nuevo grandes cantidades de dinero público para aliviar los síntomas del síndrome de abstinencia de los yonquis del dinero (un término utilizado por un destacado miembro, y posterior arrepentido, de la trama de corrupción del PP en Valencia). Gracias -o más bien por desgracia- al plan E de Zapatero nuestras ciudades se llenaron de innecesarias rotondas o se sustituyeron, una vez más, las aceras de nuestras calles. Lo que vino después ya lo sabemos todos, aunque la mayoría lo haya olvidado: la famosa llamada de los hombres de negro a Zapatero que le mandaba cerrar la fiesta. Los emisarios del pentágono del poder le dieron a Zapatero dos opciones: o la intervención de la economía española, siguiendo el modelo experimentado en Grecia; o la puesta en marcha de un draconiano plan de ajustes del gasto público para hacer frente a la abultada deuda exterior de España. Al día siguiente de la llamada de los hombres de negro, el ex Presidente Zapatero anunció en el Congreso la inmediata modificación del artículo 155 de la Constitución, en connivencia con el PP, y todo un paquete de reducción del gasto público que conllevó la rebaja del salario de los funcionarios en un 5%, la congelación de las pensiones, el recorte de 6.000 millones de euros en inversiones, el incremento del IVA y una reforma laboral que facilitaba los despidos. El malestar ciudadano que despertó las medidas del gobierno derivó en el movimiento 15M, el debilitamiento del bipartidismo y la aparición de nuevos partidos políticos, como Ciudadanos o Podemos. Aun así, el Partido Popular, infectado hasta el tuétano por el virus de la corrupción, tal y como ha sentenciado la justicia española, se hizo con el gobierno de España y continuo con la senda del recorte del gasto público y la subida de los impuestos provocando una segunda recesión de la economía española. Esta segunda recesión hizo necesario tomar nuevas medidas, como la reducción del gasto en educación y sanidad de 10.000 millones de euros o el copago sanitario. No contentos con estas medidas, la crisis de Bankia requirió su nacionalización y la inyección de 19.000 millones de dinero público. Además de las graves consecuencias económicas del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, esta crisis ha dejado unos paisajes devastados por el tsunami de ladrillo y hormigón del que no se salvó casi ningún rincón de España. No menos graves fueron las profundas heridas que esta crisis dejó en el tejido social que nunca se han cerrado del todo. Nuestra geografía está salpicada de estructuras de edificios a medio construir, de líneas de AVE que no llevan a ninguna parte y autopistas por las que apenas circulan vehículos, así como de parajes naturales y conjuntos históricos desfigurados por construcciones disonantes y obras megalómanas, como nuestra Manzana del Revellín. Tenemos todo esto delante de nuestros ojos, pero muchos se niegan a verlo y extraer las lecciones que demostrarían que de verdad somos seres racionales y con capacidad de pensamiento, obtención de conclusiones y toma de decisiones sensatas. La cada vez más notoria debilidad de visión crítica de los hechos actuales y de la ideología desarrollista y utilitarista que marcan el devenir de nuestro tiempo permite que el pentágono del poder recupere el terreno perdido y prosiga, sin apenas resistencia, por la senda de la destrucción del medio ambiente, la cada vez más marcada desigualdad social, la agudización de la pobreza y la imparable propagación de la ignorancia, la insensibilidad ante la belleza y la generalizada falta de ambición y trascendencia espiritual. Todos estos síntomas que denotan una profunda crisis interior del ser humano han salido a relucir durante estos casi dos años que llevamos de pandemia por la rápida propagación de la COVID-19. Han sido muchos los expertos que han relacionado la aparición de la COVID-19 con la alteración de los hábitats naturales. Desde la Segunda Revolución Industrial, -sobre todo, a partir del aprovechamiento del petróleo como principal fuente de energía en todos los países y regiones del mundo- se han incrementado hasta límites insospechados la incidencia de la especie humana sobre la faz de la tierra. Como consecuencia hemos iniciado un cambio global en el planeta que está afectando tanto al propio relieve terrestre, como a la biosfera, la atmósfera y la hidrosfera. Esta alteración del frágil equilibrio ecológico y climático de la tierra, y su relación con fenómenos como la sucesión de pandemias, es una evidencia incuestionable que ha despertado la preocupación de una parte de las sociedades actuales, en especial de las más avanzadas, como la alemana, la francesa, la belga, la austriaca, la suiza, la sueca o la finlandesa, tal y como demuestra el creciente peso de los partidos verdes en estos países. Unas naciones, muchas de ellas pertenecientes a la Unión Europea, que están reescribiendo la agenda de este organismo internacional para sustituir las palabras desarrollismo, ladrillo, hormigón o despilfarro energético por los términos sostenibilidad, restauración, ahorro, energías renovables o reciclaje. La Unión Europea viene insistiendo en la idea de que la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19 es una buena oportunidad para acelerar la transición entre el modelo económico desarrollista y uno más respetuoso con la naturaleza. Es muy probable que los países citados con anterioridad aprovecharán esta oportunidad, pero tengo serias dudas sobre el éxito de este cambio de percepción, mentalidad y acción política en algunas regiones de España. Creo que nuestro actual gobierno tiene cierto grado de preocupación e implicación política en la transición ecológica, aunque no muy decidido, tal y como demuestran ciertas decisiones como apoyar la ampliación del aeropuerto del Prat. Al PSOE le interesa darse cierto barniz verde para reforzar su imagen de partido progresista y captar a los votantes con mayor grado de preocupación ambiental, pero no demuestra un compromiso firme con la cuestión ecologista. Lo dicho no es óbice para dejar de reconocer el trabajo de destacadas figuras del PSOE, como Cristina Narbona o la actual Ministra de Medio Ambiente, Teresa Ribera. Por su parte, la derecha española, que encarnan el Partido Popular y VOX, son poco o nada permeables a los asuntos ambientales. Sin ir más lejos, el Partido Popular de Ceuta -que lleva gobernando en nuestra ciudad durante las dos últimas décadas- nunca ha mostrado un gran interés por desarrollar las políticas ambientales, con la única excepción de la etapa de Yolanda Bel como Consejera de Medio Ambiente. La gran apuesta de los gobiernos del Sr. Vivas ha sido siempre a favor del sector del ladrillo. Son muchas las pruebas que demuestran la falta de interés del Sr. Vivas por el medio ambiente. En veinte años no ha sido capaz de desarrollar los planes de ordenación y gestión de los espacios naturales declarados por la UE en nuestra ciudad, ordenar el litoral, implementar algún tipo de energía renovable, desarrollar una infraestructura para el correcto tratamiento de los residuos o restaurar nuestro maltrecho patrimonio natural. Fiel a su trayectoria política, el Sr. Vivas desea cerrar su etapa política con tres proyectos “estratégicos” que pretende pagar con los fondos europeos del programa “Next Generation”: construir un nuevo puerto deportivo; tirar abajo el Poblado Marinero para sustituirlo por un edificio que sirva como hotel y centro tecnológico y crear una academia de formación de pilotos de helicópteros. Salta a la vista que los ingredientes principales de estos proyectos son el hormigón y el ladrillo, con lo que las grandes empresas constructoras deben estar muy contentas tras el anuncio de estos proyectos estrellas. Por si fuera poco, el gobierno no descarta dar su beneplácito a un proyecto tan aberrante como el “Coloso de Ceuta”. Mientras el nuevo lema de los proyectos europeos es “no causar daños significativos al medio ambiente”, el de Ceuta sigue siendo “cuanto más cemento mejor”. Dicen que el papel lo aguanta todo. No obstante, me cuesta imaginar cómo van a justificar estos proyectos estrellas cuando los requisitos para ser aprobados es que el 37% de la inversión tiene que tener un impacto positivo en el clima o el 10 % en la biodiversidad. Tampoco termino de entender, y creo que la UE tampoco lo hará, que en Ceuta no se contemple ningún proyecto estratégico que encaje en sus líneas prioritarias como son la transición ecológica y la cohesión territorial. Sobre este último aspecto llama mucho la atención que una parte muy importante del dinero europeo se pretenda gastar en el reducidísimo espacio que ocupa el puerto deportivo y el Poblado Marinero dejando desatendido el resto del territorio ceutí que padece graves deficiencias en infraestructuras y equipamientos. Esta reducción en el epicentro de la inversión prevista con los fondos europeos discurre de manera paralela a la estrechez de la visión del gobierno presidido por el Sr. Vivas. Deberían subir de vez en cuando al mirador de Isabel II o al de San Antonio para contemplar Ceuta en toda su extensión y con toda su belleza desplegada ante sus ojos. Véanla no con la mirada de un burócrata y de un promotor de inversiones, sino con la visión doble capaz de captar su espíritu. Todo indica que no entra en los planes del gobierno de la Ciudad poner en marcha un ambicioso plan de restauración del patrimonio natural y cultural de Ceuta ni impulsar la movilidad eléctrica, eficiente y sostenible, ni apostar por la rehabilitación energética de edificios, ni crear un Museo Arqueológico o apoyar la apertura del Museo del Mar, ni reducir el déficit de infraestructuras básicas en nuestras barriadas, ni emprender la imprescindible renovación de la red de saneamiento y distribución, ni impulsar la transición energética, entre otras cuestiones. Nada cambiará mientras que el conjunto de la sociedad renueve los ideales que han hecho posible nuestra civilización, como son el cuidado del bien común, la búsqueda de la verdad y el cultivo de la belleza. Corresponde a la ciudadanía la reformulación y realización de estos ideales. No esperen nada de una clase política siempre dispuesta a contentar al pentágono del poder y a satisfacer su adicción al dinero. Nuestro silencio es cómplice de nuestro presente y del desaprovechamiento de una oportunidad única para tomar la senda de la transición ecológica.

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