Muchas cuestiones se han abordado acerca de nuestra ciudad, Ceuta, y quizá hayamos dejado en el tintero algo esencial de nuestras vidas cotidianas: ¿por qué hay tanto misterio a la hora de contratar con dinero, que pertenece a toda la Ciudadanía, una obra pública? Los votantes, de cualquier signo político, asumen esta situación sin más, puesto que la mayoría en la Asamblea es la respuesta inmediata. La indefensión aprendida llega a límites delirantes, pues nos enseñaron una lección sesgada por la misma política que nos gobierna. El paro ha creado situaciones rocambolescas alrededor de muchas personas. Y así, las circunstancias han llegado a ser inasumibles para muchas familias, que pasan calamidades para llegar a fin de mes o, dicho de otro modo, sus vidas dependen de organismos estatales o autonómicos para poder subsistir. En nuestra ciudad hay contradicciones y misterio: hay muchos millones para mármol, piedra y ladrillo. Y, también, hay muchas madres y muchos padres deambulando con los bolsillos vacíos y con la esperanza de encontrar trabajo. Hay mucha contradicción, cuando se propone gastar dinero público olvidando tantos problemas urgentes. Hablemos simplemente de llevar comida a casa, por ejemplo. Y como dijo Nelson Mandela: “Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”. Y, por si se les había olvidado, nadie quiere ser pobre.
Una ciudad, Ceuta, que aspira a ser turística y con proyección internacional…no puede dejar a un lado a “los de abajo”, como escribía Mariano Azuela. Quizá, en este entramado, deban incluir visitas turísticas a los lugares donde viven las familias más necesitadas. Quizá en los folletos turísticos deban explicar el porcentaje de parados y con cuánto vive una familia pobre en Ceuta. Sin olvidar a los muchos desahuciados que las políticas administrativas dejaron en la cuneta de la tristeza, por ejemplo, Manuel Muñoz, padre de familia afectado por una enfermedad degenerativa y con una discapacidad muy importante, residente en Benzú.
Se podría relatar muchas vivencias, se podría recalcar y repetir los problemas, como en Arcos Quebrados y las ciénagas putrefactas o calles abandonadas, como en El Sarchal. Siempre se repite la historia. La administración siempre dice lo mismo. La normativa siempre pone límites .Y así sucesivamente. Y, en medio de todo esto, reina el enigma, como si se tratara de descifrar un nuevo código. Las personas sencillas leen con asombro las cifras, que maneja el Gobierno de esta ciudad, y, por supuesto, con legitimidad y según la ley, no nos cabe la menor duda. Los ciudadanos ven con asombro cómo el dinero se dirige hacia una asociación, sin saber apenas cómo hicieron la elección. La gente de a pie se da cuenta de las inmensas cantidades destinadas a obras como Gran Vía y no pasa nada. Y la pregunta será siempre la misma: ¿Qué va en primer lugar, socorrer a los más necesitados o invertir en obras que se hallan muy alejadas de nuestros deseos? En este sentido, nos viene a la memoria el rechazo por parte del partido gobernante a propuestas como la de dar una pequeña provisión a niños y a niñas de infantil y de primaria, sabiendo que sus familias están muy necesitadas. Este hecho lo podríamos incluir en los folletos turísticos como algo anecdótico, pues la anécdota es lo que impregna toda esta aventura. ¿A quién se le ocurrió la idea de presentar un proyecto incompleto? Después de tantos años de Gobierno, se tenía que haber gestionado el futuro de Ceuta desde muchos enfoques.
Y como dice el refrán, “fantasía y pobreza, todo en una pieza”. A partir de hoy, la Gran Vía la llamaremos la calle de la injusticia… Y los injustos, en un amago de misterio, al estilo de Agatha Christie, blindaron el proyecto como si fuese “El Dorado”, pero los ciudadanos necesitan saber. Los más desfavorecidos necesitan explicaciones, puesto que las dadas son inconsistentes. Les sugerimos que lean algo sobre Malmö, Curitiba o Pontevedra…podríamos sacar algunas conclusiones. Les sugerimos que importen alguna idea de otras personas, de otros lugares. En este sentido, cabría recordar que los más pobres tienen un derecho inalienable: el derecho al voto.
Pero, también tienen derecho a pasear y caminar. Por ello, nos gustaría ver a todas las familias de la periferia en el lujoso centro andando y sintiendo esta obra como “suya”. Todos deberíamos reunirnos en la calle de los injustos. De este modo, turistas y pobres se fundirían en el abrazo más cosmopolita del mundo. ¿Ha sopesado este Gobierno todos los extremos? ¿Es suficiente la flota de autobuses? ¿Cuántos coches pueden circular a la vez en nuestras calles? ¿Aguantarán las redes de saneamiento? ¿Hay jardines y parques por toda la ciudad? ¿Han hecho un estudio medioambiental? ¿Con qué dinero cuentan para actuaciones urgentes? ¿Realmente, estamos preparados? Y es aquí donde las plataformas sociales, los movimientos vecinales, los colectivos profesionales, los sindicatos, las asociaciones religiosas… En definitiva, Todas y Todos tenemos el derecho a ser copartícipes de una obra para que la sintamos como nuestra.
La Ciudad jamás tendrá un estatus turístico notable entre las ciudades importantes de la zona, puesto que tendrían que esconder las miserias que brotan por todas partes. La gente de Ceuta habla siempre de lo mismo: tantos años gobernando y no tenemos grandes cosas para ofrecer, ni siquiera para los mismos ceutíes. Sin olvidar algo demoledor, la sensación de irse hacia las tierras peninsulares es cada vez más real. Muchos ceutíes se sienten cansados y, por ello, proyectan sus vidas en otras ciudades de España, quizá buscando lo que su propia tierra no les dio.
Por otro lado, cabe recordar el concepto de “derecho a la ciudad”, que surgió en los años sesenta. Las ideas principales vuelven a tener vigencia en algunos aspectos. Este concepto surgió en unas situaciones, cuyo origen socioeconómico es distinto al nuestro, pero el efecto quizá sea parecido. En Ceuta, en este sentido, hay un proceso de urbanización brutal y agresivo. Se capitaliza el espacio en pro de una élite y sus intereses. No ha habido sosiego para proyectar una ciudad por y para la ciudadanía. Por ello, el proyecto de transformación debe ser global, para toda Ceuta. El hecho de crear una zona privilegiada contamina el derecho de las personas.
En resumidas cuentas, no se puede hablar de proyecto. Las contradicciones rozan lo absurdo, porque las ciudades requieren del esfuerzo de muchos técnicos: arquitectos, urbanistas, constructores, ingenieros, abogados, sociólogos, economistas, trabajadores sociales, etc., además del esfuerzo de la población. Una ciudad cambia, cuando su gente está mentalizada para dar un cambio.
En Ceuta, no podemos cambiar dejando atrás a muchas personas, que son más importantes que todo el turismo del mundo, es nuestra gente, a la que saludamos todos los días. Un Gobierno con altura de miras soluciona en primer lugar los problemas de sus ciudadanos, puesto que en las campañas electorales se prometieron muchos planes de choque para aliviar la vida cotidiana de la población ceutí. Ceuta es una ciudad pequeña y con pocos espacios. Y cuando no hay un proyecto sustentado en estudios multidisciplinares, lo único que se puede hacer es fabricar un invento, es decir, el proyecto de la Gran Vía o algún delirio mental. Seguiremos construyendo castillos en el aire…