Quizá haya llegado el momento de parar. Esta Ciudad se encuentra absolutamente desnortada. Se está descosiendo. Crece un sentimiento de crispación generalizada que es preciso atajar de manera inmediata, porque da miedo. Estamos incursos en una dinámica de acción-reacción que retroalimenta los instintos más primarios e incivilizados en un camino hacia una barbarie de la que será muy difícil regresar. El repaso a los medios de comunicación, desde hace algunos meses, es un espanto. El predominio abrumador de noticias relacionadas con hechos violentos, intervenciones policiales, amenazas terroristas y comisión de delitos de todo tipo, dibujan una Ciudad permanentemente en vilo de la que es preciso huir cuanto antes. Este fenómeno tiene su continuidad en las redes sociales, convertidas en un espacio a merced de lo más bruto de la sociedad, que recicla la información a su manera para llegar siempre a la misma conclusión. Todo el mundo sobra a nuestro alrededor, salvo aquellos herederos legítimos de la “Ceuta pujante (que fue), siempre fiel a la España católica”. Cualquier “impureza” se estigmatiza con saña responsabilizándola de las calamidades que nos afligen. El “diferente” es enemigo (real o potencial).
El hecho de que esta pauta de comportamiento se convierta en hegemónica (o mayoritaria) tiene una enorme trascendencia que no se debe obviar ni minimizar. Porque es un vector educativo de primera magnitud. No podemos permitir que el “odio” se convierta en el valor social dominante. Si dejamos que esta perversa forma de entender la vida en comunidad siga calando, respirándose en las casas e inundando el espacio público, se terminará incrustando en lo más recóndito del alma, transformándonos en monstruos agresivos incompatibilizados para convivir en la era de la globalización. Una advertencia (innecesaria por consecuente). Ante esta realidad, la indiferencia (o tolerancia) es tan nociva como la propia acción.
Tenemos que reaccionar. Nos debemos unos a otros una cierta lealtad mutua desde nuestra condición de ceutíes, para comprender que una espiral de radicalización y enfrentamiento desde posiciones antagónicas, no conduce a nada positivo. Si de verdad queremos seguir viviendo juntos, si de verdad aspiramos a construir un proyecto de vida en común ilusionante y con futuro; estamos en el camino equivocado. Y es en este punto en el que se hace patente un terrible déficit educativo. Hemos abandonado por completo la imprescindible función educativa sobre la que se cimenta una sociedad democrática. Una parte muy importante de este error es confundir educación con escolarización. La escuela es sólo una parte (y no la más importante) del sistema educativo. La educación en valores es una tarea ingente en la que todos los agentes sociales son tan competentes como indispensables. Se educa en los medios de comunicación, en el barrio, en los estadios, en los servicios públicos, en los festejos, en la diversión, en los centros de trabajo, en las asociaciones, en las redes sociales… cada gesto, por pequeño que sea, tiene un valor educativo; que puede ser positivo… o negativo.
Ceuta está pidiendo a gritos un Proyecto Educativo de Ciudad, diseñado a partir de un proceso de reflexión colectiva informado por una voluntad sincera de consenso; en el que seamos capaces de definir con claridad las señas de identidad de la Ciudad que queremos, la escala de valores que propugnamos, los objetivos que perseguimos, los instrumentos más adecuados para alcanzarlos, y el rol que cada cual debe desempeñar en esta apasionante aventura.
El problema que tenemos es que para afrontar este desafío, necesitamos un liderazgo político que lo promueva. Y, desgraciadamente, el partido político que ejerce (teóricamente) este papel por mandato ciudadano (el PP), es una organización intelectualmente castrada, recluida en una jaula de intereses mezquinos a muy corto plazo, sin más horizonte que su propia supervivencia electoral. No hay altura de miras. Ya rechazaron esta iniciativa en el Pleno de la Asamblea pertrechados tras su “argumento estrella”: “Ceuta es una Ciudad maravillosa en la que se convive perfectamente, y los pequeños problemas que tenemos se van resolviendo poco a poco gracias a la inconmensurable labor de sus preclaros gobernantes” Mientras, todos los demás vemos como la Ciudad se desangra desde la impotencia, la rabia, la indignación, la resignación o la indiferencia. Tenemos una revolución educativa pendiente. Falta por saber si llegará a tiempo.
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