Opinión

Profecía de la Tercera Guerra Mundial

No, no se inquieten ni sobresalten quienes se atrevan a leer este artículo. No se trata de una realidad, sino de una mera ficción ideada por James Stavridista, antiguo comandante supremo de la OTAN en Europa, que el pasado 5-08-2021 fue entrevistado por el periodista Bernhardzan Zand, del semanario alemán Der Spiegel, tras haber el primero escrito una novela cuya trama consiste en profetizar un hipotético conflicto bélico internacional que supuestamente estallaría el 12-03-2034, o antes, y que se propagaría a otras muchas potencias, lo que serviría de “chispazo” que provocaría la “tercera guerra mundial”.

Esta es la trama de 2034, una novela sobre la próxima guerra mundial. Los autores son el escritor y veterano de Afganistán Elliot Ackerman, de 41 años, y el almirante James Stavridis, de 66. El propio Stavridis comandó un grupo de destructores en el Pacífico occidental antes de ascender a almirante de cuatro estrellas y asumir el mando supremo de las tropas de la OTAN en Europa. Su nombre se barajó como candidato a la Vicepresidencia con Hillary Clinton y también como secretario de Estado de Donald Trump, pero que finalmente ha acabado haciendo carrera como analista político.

En la entrevista, el almirante James Stavridis, dice, entre otras muchas cosas: Una de las reacciones más habituales que estamos recibiendo con la novela es. Militares de alto rango que me dicen: «Nada de 2034, será más bien en 2024 o 2026. La guerra llegará antes». Se empieza a hablar abiertamente de esa posibilidad. Estados Unidos y China tienen unidades navales y aéreas en el mar de la China Meridional, y a veces pasan muy cerca unas de otras.

Por Taiwán, por las reclamaciones de soberanía en el mar de la China Meridional, por la vulneración de los derechos humanos en China… la lista es larga. Se dice que los crímenes ocurren cuando hay motivo y oportunidad; pues bien, en el mar de la China Meridional tenemos ambos. El motivo: los muchos puntos en disputa. La oportunidad, las potentes flotas de guerra desplegadas en la región. Las islas Spratly, en disputa, son un conjunto de islotes y arrecifes cuyas aguas son ricas en pesca, gas y petróleo. Y ahí, se puede repetir lo que se llama ‘la trampa de Tucídides’:” cuando una gran potencia se acerca al nivel de otra potencia hegemónica, la cosa casi siempre termina en guerra”.

Cuando las potencias enfrentadas fueron los imperios británico y alemán, el resultado fue la Primera Guerra Mundial. No hemos escrito 2034 para provocar un conflicto, sino para advertir de su posibilidad y tratar de impedir que el mundo se deslice hacia otra gran guerra

Cuando las potencias enfrentadas fueron los imperios británico y alemán, el resultado fue la Primera Guerra Mundial. No hemos escrito 2034 para provocar un conflicto, sino para advertir de su posibilidad y tratar de impedir que el mundo se deslice hacia otra gran guerra. Yo comandé, dice, una flotilla de destructores en el mar de la China Meridional y conozco las condiciones en las que se opera allí. China está invirtiendo dinero de forma muy inteligente y focalizada, y no solo en ciberarmas, también en su programa espacial, en misiles supersónicos e hipersónicos y en tecnología de camuflaje. Ha visto cómo Estados Unidos se gastaba billones de dólares en Irak y Afganistán, y ha dicho: no, nosotros no nos vamos a enredar en guerras de ese tipo; tenemos que invertir en ciberarma que pueden paralizar el suministro de electricidad, agua de países enteros, los transportes, las finanzas. etc.

La soberanía del mar Meridional enfrenta a China con Taiwán, Vietnam, Filipinas, Malasia y Brunéi, casi todos aliados de EE.UU. El conflicto se centra en las islas Paracelso y Spratly. La propiedad de estos archipiélagos daría libertad a su dueño para explotar sus aguas territoriales, ricas en pesca e hidrocarburos. Cada país reclama una parte, excepto Pekín que lo quiere todo. De hecho, ya ocupó ambos archipiélagos -hoy en aguas internacionales- y reclama íntegro el mar en base a una demarcación de nueve puntos que aparece en mapas de su última dinastía imperial. La zona es, además, un gran eje del tráfico internacional de mercancías. Un tercio del transporte mundial pasa por aquí. Japón, China y Taiwán reclaman estas islas, que se encuentran bajo administración japonesa desde 1972. China, Taiwán y Vietnam reclaman el archipiélago: Malasia y Filipinas sólo una parte. Brunéi no las reclama, pero ha ocupado varios arrecifes

Pues esa belicosa profecía de novela, me va a servir de hilo conductor para hacer las siguientes consideraciones sobre la guerra y la paz. Entiendo la paz, no sólo como ausencia de guerra, sino una situación en la que se respeten los derechos humanos, sociales, económicos, culturales, la justicia social, la unidad de España y el orden constitucional en nuestro país, donde todos nos podamos respetar mutuamente los unos a los otros.

Hace más de dos mil años Cicerón ya decía, que “prefería la paz más injusta, a la más justa de las guerras”. Después, ese gran portento de la literatura española, Miguel de Cervantes, nos dice en El Quijote : “La paz es el mayor bien que se tiene en la vida, y no es bien que hombres honrados sean verdugos de otros hombres”. Benjamín Franklin, añadía: “Nunca hubo guerra buena ni paz mala”. Juan Pablo II: “La guerra es siempre una derrota de la humanidad”. Y Gandhi, el abanderado de la paz: “No hay camino para la paz, sino que la paz es el camino”.

Lo ideal sería que todos los Estados y todas las personas del mundo entero pudiéramos vivir siempre en paz y armonía, en convivencia, con tolerancia, democracia, libertad y también con responsabilidad, donde todos respetáramos el imperio de la ley y nos respetáramos los unos a los otros

Ya Thomas Moro, prestigioso filósofo y jurista inglés, nos presenta en su obra “Utopía”, escrita en 1516, cómo entiende que sería la “sociedad perfecta”, razonando que no podrá nunca existir una paz y una sociedad perfectas si las personas están consumidas por la avaricia, la codicia y es inestable en sus creencias, porque, de esa forma, sería imposible alcanzar la felicidad. Por eso, su compatriota Thomas Hobbe, va todavía más allá cuando más crudamente aseveró un siglo después: “Homo homini lupus” (El hombre es un lobo para el hombre). Las guerras ya sabemos que matan, destruyen, asolan, oprimen, imponen carencias, necesidades, sacrificios, sufrimientos, miserias, penalidades, vulneración de derechos y libertades fundamentales.

Por el contrario, la paz es creadora de vida, promueve diálogo, convivencia, tranquilidad, armonía, progreso, desarrollo, bienestar económico y nivel de vida, generando las condiciones necesarias para que las personas podamos usar y disfrutar los derechos en paz y libertad. Quienes sean de mi época recordarán a un antiguo “halcón” de la guerra, Moshé Dayán, Ministro de Defensa israelí durante la “Guerra de los Seis Días” (1968). Este hombre, tan belicoso y radical de la guerra, al final, quizá horrorizado por la cantidad de estragos que con sus órdenes de guerra causó, terminó acuñando la bonita frase: “Si quieres la paz, no hables con tus amigos, sino con tus enemigos, porque, si no, todos hablamos de paz, pero todos terminamos produciendo más armas”.

Lo ideal sería que todos los Estados y todas las personas del mundo entero pudiéramos vivir siempre en paz y armonía, en convivencia, con tolerancia, democracia, libertad y también con responsabilidad, donde todos respetáramos el imperio de la ley y nos respetáramos los unos a los otros. Pero nos empeñamos en enzarzarnos los unos con los otros, la mayoría de las veces, sin motivo ni razón. Por arrogancia y prepotencia.

Pero, por otro lado, no hay más remedio que reconocer que, aunque la paz sea el mayor anhelo de todos los seres humanos, la misma es y seguirá siendo demasiado vulnerable y frágil para que difícilmente se pueda conseguir plenamente, porque ese concepto ideal, no deja de ser luego una mera efusión retórica carente de contenido real y efectivo. Los buenos deseos de paz la inmensa mayoría de las veces se ven truncados por la realidad misma de los hechos: siempre hay guerras. Nuestro ocurrente y conceptista Quevedo nos lo dijo a su manera: “Sale de la guerra, paz; de la paz, abundancia; de la abundancia, ocio; del ocio, vicio; y del vicio, guerra”. Y, cuando hay guerras, quienes siempre pierden y sufren más son los débiles; mientras que los que más ganan y se regocijan son los fuertes.

De ahí nace el viejo aforismo militar latino: “Si vis pacem parabellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra), que el primer presidente norteamericano, George Washington, lo recogía así: "Estar preparados para la guerra es uno de los medios más eficaces para conservar la paz”. Es por ello que los ejércitos modernos son necesarios; no tanto ya para hacer la guerra como para tratar de asegurar la paz. Un ejército hoy se necesita, más que nada, como arma de disuasión, para hacer desistir a los demás que pretendan atacarnos y para poder ayudar al mundo a preservar y proteger a los países débiles, de los ataques, atropellos, violencias, injusticias y comisión contra ellos de crímenes de lesa humanidad.

Por eso los ejércitos de las potencias más desarrolladas, deben estar preparados para la guerra, aunque sin olvidar que su principal misión debe estar orientada hacia las misiones humanitarias y de paz en el exterior, ayudando, auxiliando, enseñando y colaborando con los países que lo necesiten para mantener la paz que haga más efectiva la seguridad internacional; para controlar el desarme cuando así esté acordado; para supervisar el alto el fuego pactado o autorizado por las Naciones Unidas. Y eso es lo que creo que hoy está haciendo nuestro Ejército en sus tan numerosas misiones de paz en el exterior, siendo centinela de la paz y llevando ayuda humanitaria y de colaboración necesaria.

Más hoy las guerras ya no suelen ser declaradas ni con armas, como antiguamente se hacían, sino que han surgido nuevas formas de confrontación: el terrorismo sanguinario, que tanta muerte, desolación y barbarie siembra en el mundo. Hace ya años recordábamos en España el tristemente conocido “11-M”, que tanto y tan duramente nos golpeó, dejándonos 192 muertos y más de 1000 heridos.

El eminente y sagaz estadista Emilio Castelar, ya nos advertía: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”. Y luego está también enfrentamiento entre países o bloques, no con armas, sino a través de medios políticos, económicos, sociales, telemáticos, pirateo informático, manipulación de medios de información, científicos, tecnológicos, carrera armamentística, guerras étnicas, de religión; guerra por el espacio, etc.

En resumen, que la paz ha sido, es y seguirá siendo demasiado vulnerable y frágil para que difícilmente se pueda conseguir en su plenitud, porque ese concepto ideal, no deja de ser luego una mera efusión retórica carente de contenido real y efectivo. Los buenos deseos de paz la inmensa mayoría de las veces se ven truncados por la realidad misma de los hechos: la existencia de guerras. Nuestro ocurrente Quevedo nos lo dijo a su manera: “Sale de la guerra, paz; de la paz, abundancia; de la abundancia, ocio; del ocio, vicio; y del vicio, guerra”. Y, cuando hay guerras, quienes siempre pierden y sufren más son los débiles; mientras que los que más ganan y se regocijan son los fuertes. Ahí nace el viejo aforismo militar latino: “Si vis pacem parabellum” (si quieres la paz, prepárate para la guerra), que el primer presidente norteamericano, George Washington, lo recogía así: "Estar preparados para la guerra es uno de los medios más eficaces para conservar la paz”.

Es por ello que, aunque parezca una enorme contradicción, los ejércitos modernos son necesarios; no tanto ya para hacer la guerra como para tratar de asegurar la paz. Un ejército hoy se necesita, más que nada, como arma de disuasión, para hacer desistir a los demás que pretendan atacarnos y para poder ayudar al mundo a preservar y proteger a los países débiles, de los ataques, atropellos, violencias, injusticias y otros muchos atropellos. Y luego está ahí el terrorismo más atroz por medio mundo: el terrorismo sanguinario, que tanta muerte, desolación y barbarie siembra en el mundo. Hace ya años sufrimos en España el tristemente conocido “11-M”, dejándonos 192 muertos y más de 1000 heridos. El eminente y sagaz estadista, Emilio Castelar, ya nos advertía: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”.

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