Los restos arqueológicos puestos al descubierto durante la actuación global de remodelación de la zona ístmica de Ceuta suscitaron un agrio debate en la sesión plenaria del pasado jueves. El grupo Caballas presentó una interpelación al Gobierno de la Ciudad interesándose por el futuro de los distintos vestigios arqueológicos que han sido documentados durante el tiempo que dura las obras en la Gran Vía, la Plaza de África y la calle Jáudenes. Por desgracia, no hemos conocido la respuesta a una cuestión que preocupa a una parte de la ciudadanía. El debate derivó en un enfrentamiento verbal entre el Presidente de la Ciudad y el diputado del grupo Caballas, Juan Luis Aróstegui, sobre la oportunidad de la ejecución de una actuación urbanística que a muchos nos parece un auténtico disparate y un despilfarro injustificado. No había razón alguna para malgastar nueve millones de euros en un sector de la ciudad que presentaba un aspecto magnífico. Todavía resulta más incomprensible cuando hay zonas de Ceuta, como expuso Juan Luis Aróstegui, que carecen de infraestructuras básicas, como una adecuada red de saneamiento o un alumbrado acorde a los tiempos que vivimos.
En anteriores artículos publicados en esta sección sabatina hemos comentado el expolio arqueológico que supuso la construcción del aparcamiento en la Gran Vía. Se llevaron por delante una parte fundamental de nuestro pasado. Por desgracia, lo perdido es irrecuperable. Hay aspectos fundamentales sobre el asentamiento romano de Septem Fratres, la Septem bizantina o sobre el corazón de Medina Sabta que es difícil vayamos a conocer. Las estructuras que perduraron de estas etapas de nuestra historia se las llevaron por delante las máquinas excavadoras y los materiales arqueológicos, junto a las tierras que los contuvieron, sirvieron para rellenar el espacio portuario que ahora ocupa el Parque Mediterráneo y el Parque Juan Carlos I. Yo recuerdo, siendo un niño, ir a estos rellenos portuarios y encontrarme muchos fragmentos de cerámica romana y medieval.
Somos de la opinión de que se minusvaloró la incidencia que las obras de remodelación en la zona del istmo iban a tener en el patrimonio arqueológico ceutí. Los arqueólogos, cierto es, no somos adivinos. Podemos intuir, atendiendo a la experiencia y el conocimiento acumulado, el potencial arqueológico de un determinado lugar, pero las sorpresas en sentido positivo o negativo son constantes. Hay veces en las que nos creamos expectativas muy favorables, que terminan en un sonado fracaso. Y otras en las que no esperamos nada importante y los resultados son muy gratificantes. Teniendo en cuenta esta casuística siempre es bueno ser prudente y no presuponer nada hasta que uno empieza a meter el pico en la tierra. Nos consta que los técnicos municipales, del área de patrimonio, tienen como principios la prudencia y la calma. Pero, mucho nos tememos, no son estos principios los que se han impuesto en esta descabellada obra de la Gran Vía y zonas aledañas.
Estamos llegando al final de una legislatura en la que el dinero precisamente no ha abundado. Las alegrías económicas de antaño se han tornado en la tristeza provocada por una crisis financiera que ha provocado grandes estragos en las cuentas públicas y en la situación económica de muchas familias. Algunos incautos, entre los que nos incluimos, teníamos la esperanza de que esta crisis multidimensional propiciara un cambio de mentalidad en la clase gobernante. Suena con un eco lejano aquellas declaraciones del ex Presidente de Francia, el Sr. Zarkozy, sobre la necesidad urgente de reformular el capitalismo y cambiar de prioridades políticas para atender, en primer lugar, a las personas. Sus palabras se disolvieron como una niebla veraniega en cuanto los primeros rayos de la débil recuperación económica empezaron a vislumbrarse en el horizonte.
¿Se acuerdan de aquellas declaraciones de políticos, empresarios y otros próceres sociales sobre la necesidad que tenía nuestro país de cambiar de modelo económico y dejar atrás la fiebre del ladrillo? El tiempo ha demostrado que estas vacuas palabras no han logrado ningún efecto en unos gobernantes cuya mentalidad es propia del periodo decimonónico. Para algunos de nuestros gobernantes, entre los que cabe señalar al Sr. Vivas, la prioridad absoluta es mantenerse en el poder. Para ello necesitan del beneplácito de los votantes que, según una lógica muy simple y tosca, desean tres cosas muy básicas: una ciudad limpia, bonita y segura. Ya que la limpieza está siendo un desastre y la seguridad en Ceuta una quimera, la única salvación que les queda para lograr el apoyo de la ciudadanía es presentar una obra emblemática en el centro de la ciudad. Para ello han emprendido una remodelación innecesaria en el centro histórico de Ceuta en la que han apostado todo el capital económico y político que les queda. Es una partida de todo o nada. Y las cartas que llevan son muy malas. Pronto tendrán que mostrarlas y todo el mundo se dará cuenta de que iban de farol.
A nosotros, los juegos políticos nos importan poco. Lo que sí nos molestaes que jueguen con un dinero que es el de todos y con un patrimonio arqueológico que es un legado del pasado y una herencia que les pertenece a nuestros descendientes. Incluso si aceptamos la opinión de quienes defienden la necesidad de la reforma del istmo ceutí, esto no les acredita para poner en riesgo nuestro legado cultural. Si alguien actúa en una zona de tan elevado interés arqueológico como la Gran Vía, la Plaza de África o la calle Jáudenes no puede considerar los estudios sobre esta modalidad de patrimonio como un mero trámite que hay que cumplir de prisa y corriendo. Las prisas nunca son buenas compañías, y menos para las intervenciones arqueológicas. Es muy complicado documentar como conviene unos vestigios de elevado interés histórico, como los encontrados en la calle Jáudenes, cuando uno está inmerso en un centro de alta presión política. Una presión creada por el compromiso público de la máxima autoridad de la Ciudad de tener las obras terminadas para antes del comienzo de la Semana Santa.
Fue Einstein quien demostró que el tiempo es relativo y Heisenberg, por su parte, se encargó de acreditar que la realidad es algo subjetivo que depende del observador. La perspectiva del tiempo de un arqueólogo es muy distinta a la de un político. Uno mira a un pasado profundo, y en parte oscuro, en el que la investigación va iluminando algunos puntos. Subyace el deseo de que se haga la luz y consigamos entender, en medida de las posibilidades, el devenir de nuestra especie. Cualquier oportunidad para conocer el pasado de nuestra ciudad colma de satisfacción a los arqueólogos y de las cada vez más numerosas personas que se interesan por la historia y el patrimonio de Ceuta. Y hemos tenido, en estos meses, una oportunidad inmejorable para conocer algunos detalles importantes sobre la Septem Fratres romana. Se han obtenido muchos datos relevantes, pero se hubiera necesitado más tiempo y medios para completar el estudio de uno de los puntos de la ciudad con mayor concentración de información arqueológica, según hemos podido comprobar en estos días.
Visto este asunto desde una perspectiva más amplia, hay que reconocer que se ha avanzado de manera importante en la gestión y tutela de nuestro patrimonio arqueológico en los últimos años. No conviene perder de vista que la realización de los peritajes arqueológicos en los solares ubicados en las zonas más sensibles desde el punto de vista de la protección del patrimonio se ha convertido en una norma consolidada. Todavía es más reciente la supervisión de los movimientos de tierra en las numerosas actuaciones de renovación de las redes de saneamiento y distribución que emprende ACEMSA. Todo ello ha permitido documentar muchos restos arqueológicos y obtener una información histórica muy valiosa.
Pero volviendo a lo concreto, y para finalizar, tenemos que reafirmamos en nuestra opinión de que el cortoplacismo tan consustancial a nuestros gobernantes ha dificultado un examen más pausado de todos los vestigios arqueológicos que se han puesto al descubierto en las obras de la Gran Vía y las calles colindantes.
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