Dramática situación en los campamentos de Beliones
Alrededor de sesenta personas pueblan ya, de nuevo, los campamentos de Beliones. Ocultos y distribuidos según nacionalidades intentan aprovechar los momentos de suerte para entrar en Ceuta. Cualquier escapada se ha convertido en un camino de riesgo. Por mar, resulta complicado burlar la vigilancia. Por la valla, se topan con la peligrosidad de los cuchillos y la detención que puede llevar a cabo la Benemérita con la posterior entrega a Marruecos, si hay entendimiento entre ambas fuerzas. Aún así lo intentan, sobre todo porque subsistir al otro lado resulta complicado. Las oenegés denuncian la falta de alimentos y hablan incluso de muertes entre aquellos que no aguantan más. Lo asedios de Marruecos, harto denunciados, siguen.
“Esta vez era mi última oportunidad”
Era su última oportunidad. Y la aprovechó. Matar Dabo conseguía esta semana entrar en Ceuta saltando la valla. Herido, exhausto y asustado se lo encontró la Guardia Civil cerca de la ITV. Ahora descansa en el CETI en donde le curan las heridas que presenta en sus piernas, manos, costado y, las más delicadas, en sus pies. Atrás queda una historia de auténtica lucha marcada por varias expulsiones, otras tantas detenciones e intentos a la desesperada por conseguir pasar a Ceuta. Porque ese pasar tiene un significado: el poder empezar una vida nueva.
Matar, que este agosto cumplirá 19 años, abandonó Senegal a los 16, escapando de una escuela coránica en la que le había dejado su madre porque no tenía posibilidades económicas para criarle. Más que escuela aquello era un centro de trabajo en el que los niños terminaban explotados. De aquel centro escapó con 11 años, pero su madre, casada con otro hombre, no podía acogerle en un hogar en el que no se le trataba como a un hijo, en el que si sucedía algo él tenía la culpa, en el que nadie se ocupaba de sus necesidades. Y fue así, sin conocer padre y sin hogar, como Matar, adolescente, empezó un periplo con un único objetivo: escapar. No es que quisiera llegar a Europa. Al menos en principio. Lo que quería era huir, emprender una vida diferente.
Aprendió el oficio de albañil y así pasó por Mauritania, Mali, Argelia y Marruecos. En el camino se quedaron episodios complicados: el encuentro en plena frontera argelina con rebeldes o el trayecto en un todoterreno en el que llegaban a viajar hasta 40 personas, así como la compra de un pasaporte maliense para permanecer en Argelia sin problemas. Este joven, que abandonó su país en 2009, basaba su vida en trabajar, ganar dinero y seguir adelante escribiendo un capítulo más de su historia. Pero hubo etapas en las que no pudo trabajar para no ser detectado por los agentes y se veía obligado a rebuscar entre contenedores para comer. Viaje en tren de mercancías -oculto entre los engarces de los vagones-, en autobús o por el monte, Matar probó todas las vías hasta llegar a un Marruecos en el que se le abrieron las vías para llegar a Europa.
Hasta en cuatro ocasiones intentó entrar en Ceuta. Dos a nado, y las dos fue detenido y trasladado a Uxda, la frontera entre Marruecos y Argelia en la que los marroquíes te acosan con perros y los argelinos con fusiles. Matar Dabo escapaba una y otra vez. Volvía a esconderse en los montes de Beliones, cogiendo comida para alimentarse durante algunos días e intentando burlar el asedio de los agentes marroquíes. En uno de sus intentos por cruzar a nado tuvo que escapar de los agentes trepando una montaña, descalzo y casi desnudo, escondiéndose de una detención segura que tenía un único significado: la devolución a la frontera de Uxda. Un pastor le dio de comer y le dio algo de ropa, lo básico para volver a ocultarse en los bosques y buscar, esta vez, otra manera de entrar en Ceuta. ¿La alternativa?: la valla. Hasta en dos ocasiones intentó el salto. La primera siguiendo un ‘plan de choque’ con un amigo. Él saltaría primero abriéndole camino a su compatriota. Tapando su cabeza con una capucha simulaba ser uno de los gendarmes que vigila la valla y así, en un despiste, consiguió saltar. Sufrió graves heridas, sobre todo en las piernas, pero fue sorprendido por la Guardia Civil que lo expulsó, a través de la valla, de nuevo a Marruecos, entregándole a los agentes.
Le esperaba una expulsión segura, pero se apiadaron de él y lo liberar. Se curó de sus heridas en Castillejos. Allí se las cosieron sin anestesia, deprisa, para que no fuera localizado por la Policía. Cansado, débil y asustado regresó al bosque buscando a la desesperada un nuevo salto. El último, su última posibilidad. “Esa noche llovía mucho, no podía subir por la valla muy rápido porque me dolían las heridas. Con la ayuda de Dios lo logré”, señala.
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