En el hall de la Biblioteca Pública, la planta cero en su denominación oficial, faltaron ayer sillas.
El propio director, José Antonio Alarcón, se esforzaba unos minutos antes de las 18:00 en encontrar asiento para quienes comenzaban a congregarse frente al piano cobijado bajo el privilegiado encuadre de las ruinas centenarias de Huerta Rufino. Hubo quien finalmente tuvo que conformarse con formar en fila, de pie, pero no era culpa de la organización, sino del poder de convocatoria de un cita colmada de emoción y con dedicatoria específica.
22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia de Roma, patrona de la música. Esa afición por encadenar notas, por emborronar y decodificar pentagramas, por regalar melodía al oído, sedujo desde edad temprana a Mariam Abselam Bensliman. Tanto, que a los 8 años ya se dejaba ver por las aulas del Conservatorio de Ceuta ‘Ángel García Ruiz’, como rememoraba ayer la directora, Cristina Querol. El destino –maldito eufemismo– segó esa pasión, y todo lo demás, hace meses y los que eran compañeros, profesores, amigos en definitiva, le rindieron ayer su merecido homenaje. Una “gran familia”, definió Querol, la misma que se resiste a olvidarla y que durante una hora invocó su memoria acariciando instrumentos.
En primera fila, la familia y la consejera de Educación, Cultura y Mujer, Mabel Deu, arropados por un auditorio a medio camino entre la lágrima y el recuerdo. La propia Cristina Querol fue la primera en sentarse frente al piano para dedicarle La fille aux cheveux de lin , de Debussy, a una Mariam que dibujó “siempre con una sonrisa en la cara” y “con un enorme talento”. Tomaría su testigo la flauta de Tamara Jiménez, acompañada al piano por Eduardo Hernández. La tarde le reservaba a ella un papel principal no sólo por el potencial artístico sino por haber ejercido, como le reconocieron ayer sus compañeros, una de las grandes artífices del tributo a quien hasta que todo se truncó era, y seguirá siendo, su amiga. Marina Natera y Sofía Cordero aún se encargarían de añadir más gramos de emoción con piezas como El cisne de Saint-Saëns, tanto como la guitarra que Gèrard Rodríguez envolvió en aires de fado, esa oda a la melancolía que anida en la Alfama lisboeta y que un dictador llamado Salazar pretendió ahogar en el fango de la dictadura. Chaima Mansouri y las flautas de Jerónimo Núñez y Borja López completaron el programa.
Con la voz entrecortada y entre pausas forzadas por la emoción, el padre de Mariam despedía el concierto en nombre de su familia. “Ella está con nosotros, feliz al ver aquí a tantas personas que simplemente la querían: los que han podido venir y a los que les ha sido imposible”, agradecía tras recoger un recuerdo entregado por el Conservatorio, el centro que tantas horas absorbió en la vida de su hija. La “gran familia” que avanzaba Querol en la introducción del acto no le falló a Mariam y la despidió de la mejor forma que, según su directora, sabe hacer un músico: interpretando.
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