Colaboraciones

Percepciones ante una época de cambios o, tal vez, ante un cambio de época

Mientras escribo esto, mientras vamos refiriendo nuestra historia personal, el tiempo progresa sin descanso y sigue su curso silencioso. La Tierra estará dentro de unos días a punto de recorrer enteramente su órbita solar y volver al punto en el que hace un año estaba. Los ritos del año nuevo nos lo recordarán. Pero la inserción de cambios o de costumbres en nuestras vidas es una de las formas con las que podemos percibir mejor el paso del tiempo y, por esta causa, la renovación de nuestro sentimiento de la vida en general. Y si abarcamos más con nuestra mirada, si observamos la Historia escrita con mayúsculas de la humanidad, comprenderemos, como dice Thomas Mann en La montaña mágica, que dos principios se han disputado el mundo: “la Fuerza y el Derecho, la Tiranía y la Libertad, la Superstición y la Ciencia, el principio de conservación y el principio de movimiento: el Progreso.”
Nos ocurre ahora a las generaciones que aún vivimos, que nos hemos acostumbrado a convivir continuamente con una época de cambios. Seguramente, hemos tenido la suerte de contemplar más cambios a lo largo de nuestras vidas que cualquier otro humano en las épocas precedentes. Y aunque siguen siendo muchas las cosas que aún permanecen, son más las que se han transformado y, con ello, han ido cambiando nuestra manera de ser y de estar. Pero siendo como somos esencialmente entes conscientes, todo lo percibimos en torno nuestro como si estuviéramos rodeados por círculos concéntricos cuya importancia decrece para cada uno de nosotros en función de lo alejados que aquellos círculos están. Sin embargo, es solo una sensación: la que nuestro particular punto de vista nos da. Porque por muy lejos que pasen las cosas trascendentes, algo de ello nos alcanzará y condicionará nuestras vidas. Como el tsunami que se origina a cientos de millas de la costa y termina arrasando ciudades y regiones próximas al mar. De manera que, a medida que nuestra experiencia nos lo dicta, intentamos saber qué es lo que está sucediendo allá a lo lejos tanto como lo que transcurre en nuestro inmediato alrededor. Todo puede alcanzarnos.
Visto de esta manera, llega a ser tal el cúmulo de eventualidades que se ciernen sobre nosotros que, como resulta normal, nadie considere estar capacitado para atenderlas e intentar aportar soluciones para evitar sus efectos negativos. Pero son cuestiones a las que en algún momento tendremos que enfrentarnos. Así que, ya que el futuro no se puede encontrar en Google como las otras muchas cosas que han pasado ya, merece la pena que nos detengamos un momento y reflexionemos sobre algunos de los retos que nos pueden afectar.
Por lo pronto, a no mucho tardar, en nuestro círculo más inmediato, ese clientelismo político forjado tras los muchos años de gobierno monocolor, es previsible que dentro de cinco meses, en las próximas elecciones autonómicas, se vea alterado y desplazado por un fraccionamiento del espectro político mayor del que hasta ahora hemos conocido. No sería tan problemático este fraccionamiento si los partidos políticos hubiesen adquirido la cultura democrática de negociar y gobernar en coalición, pero la experiencia del presente no nos deja mucho margen para confiar. De modo que es previsible un periodo de inestabilidad.
Y a esto se le añade que, ni en Ceuta ni en el resto de España, los partidos nos ofrecen un proyecto para abordar el futuro. Existe una clamorosa e inquietante ausencia de un proyecto que sea capaz de superar las tensiones que dividen nuestro país. Todo ello en medio de una demagogia con la que se nos atosiga como si la confrontación fuese inevitable. Los partidos siguen a lo suyo, sin síntomas de mejorar.
En el plano nacional este fraccionamiento es mucho más grave, tan grave que afecta a nuestra unidad cultural y valorativa. Lo de Andalucía es previsible que se repita, incluso con un fraccionamiento mucho mayor a escala nacional. Durante casi cuarenta años, la Constitución nos ha propiciado un marco, por todos respetado, de la competición política. Pero ahora que esa Constitución se ve amenazada por fuerzas extraconstitucionales, la falta de unidad en el bloque constitucional es la peor noticia que nos podían dar. Si bien alguna esperanza queda: mientras escribo estas líneas, en Andalucía alguien busca un acuerdo para gobernar los partidos constitucionalistas, aunque solo sea una vaga posibilidad.
No obstante, ya existe una enorme desazón ante esta situación, que las encuestas destacan. Dos de cada tres españoles son pesimistas respecto a las perspectivas del país. Una amplia mayoría del 68,7% se declara desilusionada. Es toda una creciente incertidumbre lo que se manifiesta en amplias capas de la población, las cuales buscan ofertas electorales basadas en certezas, algo que en estos momentos solo con demagogia nos pueden ofrecer.
En cuanto a nuestra ciudad, llevo meses observando que con frecuencia en las conversaciones se introduce el desánimo y la incertidumbre ante un futuro que no se augura prometedor. Desconozco si hay encuestas al respecto, pero el pesimismo que flota en el ambiente es suficientemente descorazonador. En cuanto a vislumbrar un proyecto que ilusione, algo con lo que combatir la inquietud, ni está ni se le espera. Esta Ciudad es alérgica a cualquier intento planificador.
Con estas percepciones sobre el futuro, ante un momento particularmente convulso de la política española, con el deterioro de la institucionalización del Estado y con la desazón producida ante la perdida de vigencia de los logros civilizatorios que tantos esfuerzos costaron adquirir, parece llegado el momento de exigir que nos pronunciemos. Hay que afrontar de cara los retos del porvenir y, al mismo tiempo, potenciar todo aquello que ha hecho grande a nuestro país y así se ha reconocido internacionalmente. Hay que recomponer la estabilidad y el orden perdido. No olvidemos que ha sido la estabilidad lograda en estos últimos cuarenta años lo que ha propiciado la indiscutible modernización de España. Por eso, es precisamente la estabilidad lo que los enemigos propios y extraños están intentando socavar. Y por otra parte, es necesario rechazar la vuelta a soluciones pretendidamente salvadoras que ya se adoptaron en un lejano pasado y que tantos conflictos, e incluso la guerra, llegaron a producir.
Tal vez nadie ha necesitado tanto como nosotros comprender las cosas nuevas que están pasando en el mundo. Hoy día es más acuciante que nunca satisfacer la curiosidad por los nuevos conocimientos, porque no podemos permitirnos el lujo de dejar de aprender. Estamos ante una evolución constante a la que resulta necesario adaptarse.
La Revolución Tecnológica avanza a un ritmo tan rápido que apenas tenemos tiempo para conocer todos los cambios que se están produciendo y, mucho menos, para conseguir ir adaptándonos a ellos. Como su alcance es global y se produce en un mundo ya interconectado, apenas nos damos cuenta de la espectacularidad de los cambios y de lo rápido que se está transformando todo. Pero es, además, una revolución que se produce junto a un tremendo cambio demográfico y que todo ello se realiza en combinación con la revolución que afecta a la cuantiosa información de la que disponemos y a su forma de tratarla.
Se maneja la cifra de que en los próximos treinta años la población mundial crecerá con otros 2.000 millones de seres humanos, lo que provocará fuertes migraciones y una mayor competencia por los recursos escasos. Esto irá unido a un aumento de las diferencias económicas y sociales entre individuos y también entre países, es decir, estamos ante un grandísimo cambio. De manera que todo hace pensar que entramos en una nueva época en la que las transformaciones serán irreversibles. Todo ello puede resultar tanto bueno como pernicioso, puede salvar el mundo o ser una amenaza para la humanidad. Ahora no es posible saberlo.
El problema es que los gobernantes actuales no son capaces de mirar más allá del corto plazo, que es el tiempo que requieren para forjar sus propios intereses. Las luces largas parece que no dan votos. Así que es necesario que vuelvan a surgir líderes generosos e inteligentes que se afanen en lograr mejores condiciones para navegar por ese proceloso mar. Además, es indispensable que sean osados. Si los grandes retos y los grandes conflictos que estos pueden provocar seguramente lo sean a escala mundial, es obvio que habrá llegado el momento de organizar un gobierno mundial, algo que no será nada fácil.
Por otra parte, hoy día, vivir y aprender van de la mano. Cada nueva información es un arma para enfrentarse a nuevos problemas y resolverlos. Pero el problema actual no es la falta de información, sino la necesidad de distinguir cual es correcta de cual es una mentira difundida para engañar. Ello no solo exige estar alerta sino emplear muchos recursos para combatirlo. En tales circunstancias es preciso espabilar. En resumen, cada uno debe plantearse seriamente una actitud con la que comprometerse. Algo que ya estamos, por ejemplo, adoptando con el calentamiento global. Vamos tomando conciencia y comprometiéndonos. Sentimos el riesgo de forma particular y en general esperamos a que los líderes mundiales adopten decisiones. Nos vamos disponiendo a secundar un esfuerzo global.
Pero no todo es amenazador en este panorama. Por suerte nos queda la Ciencia para salir adelante. La ciencia tiene ya respuestas para resolver muchos de estos problemas y, si aún no las tiene, es la herramienta con la que buscar y encontrar las soluciones. Así sucede con el cambio climático: hay maneras ya estudiadas para poder arreglarlo, pero requieren para aplicarlas de la gobernanza conjunta de todos los Estados, algo que está muy lejos de lograrse. También sabemos que dentro de ese espacio de tiempo antes aludido, podemos lograr una transición del sistema de producción de alimentos desde la tierra a los océanos. El 71% de la superficie del planeta está cubierta por océanos, hoy en día apenas explorados. Y sabemos además que esta transición puede ir asociada a la solución del problema del agua. Y que todo ello irá acompañado de un gran cambio en el metabolismo de los seres vivos. De los océanos saldrán la energía, los alimentos y el agua ¿No es un gran salto y una gran esperanza para la humanidad?
Pues bien, esas grandes expectativas no son un regalo de la naturaleza, sino que para alcanzarlas requieren de un esfuerzo superador que consiga que el homo sapiens se transforme en un ser verdaderamente solidario. Es, en definitiva, un reto al que la Madre Naturaleza nos conduce: o somos capaces de gobernarnos plena y conscientemente a nosotros mismos o desapareceremos de la faz de la Tierra. No es un dilema, sino la consecuencia del juego de esos dos principios que siguen disputándose el mundo.

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