Ceuta, según todos los informes que al respecto se han elaborado recientemente, encabeza de manera muy destacada la clasificación de fracaso escolar de nuestro país. Así viene siendo desde hace varias décadas. Este hecho, por sí mismo, debería ser causa de una enorme preocupación en el conjunto de la sociedad. Y, lógicamente (el intento de erradicar esta lacra) debería constituir la máxima prioridad para la administración competente (en este caso, el Gobierno de la Nación a través del Ministerio de Educación). Sin embargo, ni lo uno, ni lo otro. La ciudadanía se ha acostumbrado a convivir con este dato que ya pasa completamente desapercibido, como si fuera algo normal sin ninguna repercusión reseñable. El Ministerio nunca se ha dado por aludido, convencido de que la realidad de un exótico apéndice residual, poco o nada altera ante la opinión pública la valoración de su gestión desde una perspectiva política. Parece que todo el mundo termina asumiendo que en un sitio “raro” es normal que pasen cosas “raras”. Se diría que, a juicio de los responsables ministeriales, el fracaso escolar no obedece a causas específicas, que se puedan combatir con política educativas, sino a razones estructurales ajenas a sus competencias, frente a las que son inútiles los instrumentos pedagógicos. Lo cierto es que resulta inconcebible; pero absolutamente cierto, que no existe ningún plan para luchar contra el fracaso escolar. Es más, no existe siquiera un diagnóstico riguroso y fiable sobre las causas que lo generan. Ni siquiera las causas más fáciles de detectar son objeto de tratamiento alguno.
Existe una relación muy directa entre el nivel socioeconómico de las familias y el fracaso escolar. Esta es una constante casi universal. Parce lógico pensar, en consecuencia, que Ceuta, Ciudad en la que al cuarenta por ciento de la población vive con recursos económicos inferiores al umbral de la pobreza, sea terreno abonado para el fracaso escolar. ¿Alguna medida al respecto? La política de becas es una vergüenza. Porque no cubre la totalidad de los gastos (no es por tanto efectivo el principio de la gratuidad de la enseñanza) y, además, nunca llega a tiempo (muchos alumnos becados sufren un considerable desfase por falta de material). Los programas de apoyo se quedan siempre en la fase “experimental”, dotados siempre con pocos e inestables recursos, y sin la menor continuidad, son más bien una “operación cosmética”. La desmesurada brecha digital, puesta al descubierto con motivo del reciente confinamiento, aún no ha encontrado respuesta. Lo están pensando… eso sí, con mucho “interés”.
Un segundo factor, de los que podríamos llamar “general”, es la excesiva ratio de alumnos por grupo. La reducción a tres horas lectivas del curso anterior (con motivo de la pandemia), puso de manifiesto que, en muchos casos, el rendimiento de quince alumnos durante tres horas, es superior al de treinta alumnos durante cinco. ¿Este hecho ha promovido algún cambio en este sentido? Absolutamente ninguno. Hemos vuelto a la “normalidad” como si tal cosa. Lo de las construcciones escolares… mejor dejarlo.
Un tercer vector negativo que influye en el fracaso escolar, propio de nuestra Ciudad, es la dificultad en el manejo del idioma de un sector del alumnado que tiene una lengua materna distinta del español. Es difícil aprender si no entiendes bien lo que te dicen. Parece una obviedad la necesidad de buscar soluciones a este problema. Sin embargo, aquí se entrecruzan argumentos de tipo político que han disuadido a todos los Gobiernos de intervenir en esta cuestión. Ante el grito de “¡quieren meter el dariya en las aulas!”, a ver quién es el valiente que se atreve a hacer alguna propuesta. La islamofobia latente en el subconsciente de esta Ciudad impide que se busque una solución educativa para un problema educativo. No debería trascender este asunto al espacio de la disputa política; pero así ha sido siempre, condenando irresponsablemente al fracaso a miles de alumnos y alumnas
La conclusión de todo esto es que Ceuta se ha rendido frente al fracaso escolar antes de empezar la batalla. Quizá haya otra explicación subyacente. Para que la estadística sea un fiel reflejo de una realidad, es preciso saber interpretarla correctamente. Ceuta es la Ciudad con más fracaso escolar de España. Sin embargo, cuando se analizan los resultados de rendimiento académico, el alumnado de la enseñanza privada concertada de Ceuta, está entre los mejores de nuestro país. Quiere eso decir que el fracaso escolar no se distribuye de manera uniforme, sino que se concentra en un determinado segmento de la población. Es probable que esto ayude a entender la desidia institucional, la pasividad social y la indiferencia generalizada ante un fenómeno tan grave como el fracaso escolar. Los que no deberíamos darnos por vencidos, en ningún caso, somos los docentes. Aunque solo fuera, no ya por vocación, sino por decencia profesional.
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