Opinión

Preguntas sobre el futuro

Nuestra vida consciente pasa por distintas fases: infancia, adolescencia, madurez y vejez. En cada una de ella nuestra visión del mundo es diferente, así como nuestras inquietudes y aspiraciones. Durante la infancia se despierta la curiosidad por todo lo que nos rodea. El que más o el que menos ha desarmado un juguete para ver cómo funciona. La búsqueda de conocimientos ha permitido a la humanidad alcanzar logros increíbles, como llegar a la luna, curar enfermedades durante mucho tiempo incurables y ofrecer unos niveles de confort y bienestar inimaginables hace unas décadas. Este conocimiento es ahora accesible de manera fácil y rápida a través de internet. A partir de toda la información que no han volcando a los servidores, el sistema conoce a la perfección hasta el mínimo detalle de nuestras vidas individuales y del conjunto de la sociedad. Con estos datos, y gracias al desarrollo de la inteligencia artificial, estamos entrando en otra fase en la historia de la humanidad. La capacidad de almacenar y procesar datos de los grandes ordenadores, que poseen determinadas grandes corporaciones, supera en mucho a la de cualquier ser humano.

"Lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de transmutar experiencias en emociones elevadas"

Ahora mismo todos sentimos curiosidad por lo que puede ofrecernos la inteligencia artificial y, en especial, por lo que es capaz de decirnos sobre cada uno de nosotros. Todos sospechamos que saben más de lo que dicen y confíamos, puede que ingenuamente, que la información más sensible (expedientes académicos, médicos, profesionales, situación económica, etc…) está bien custodiada por los organismos públicos y privados, obligados por ley a proteger nuestros datos. Lo cierto es que la vulnerabilidad de los sistemas de protección de datos es evidente, tal y como demuestran los continuos ataques informáticos. No podemos olvidar que hasta el móvil del Presidente del Gobierno, y el de otras doscientas personalidades españolas, fue espiado aplicando el programa Pegasus. En total, en el 2021, año que coincide con el incremento del teletrabajo, hubo en España 51.000 millones de ataques cibernéticos. En lo que va de año, muchas empresas y organismos públicos de nuestro país han sufrido ciberataques, desde las propias Fuerzas Armadas a ayuntamientos. Los últimos afectados son grandes compañías del Ibex35, como Telefónica, Iberdrola o el Banco de Santander.

Una de las lecciones más valiosas que nos muestra la historia es la dualidad en la aplicación de los avances científicos y tecnológicos. Para todo existe un uso loable y otro perverso. Ya sabemos que la pólvora la inventaron los chinos en el siglo IX para sus fuegos artificiales. Tiempo después, en el siglo XI, empezó a aplicarse en el uso de armas de fuego y llegó a Europa a principios del siglo XIII. Resulta paradójico que fueran alquimistas chinos, buscando una fórmula para la inmortalidad, quienes desarrollaron la fórmula de un compuesto que ha causado millones de muertes violentas en el mundo.

"Según la previsión de expertos en el campo de la IA de aquí a cinco o veinte años la inteligencia artificial superará a la humana"

En tiempos más recientes, los avances en el campo de la física nuclear dio el pistoletazo de salida a una diabólica carrera para desarrollar la bomba atómica. Las mejores mentes de mediados de pasado siglo XX unieron sus conocimientos para crear, en el menor tiempo posible, un arma de destrucción masiva. Los integrantes del llamado programa Manhattan, dirigido por el físico teórico estadounidense J.Robert Oppenheimer, fueron los primeros en alcanzar la meta y en poner en manos del ejército de EE.UU. la bomba atómica. Tal y como se narra en la película que lleva el titulo del mencionado físico, tras el estadillo de la primera bomba nuclear en el Prueba Trinity, en Nuevo México, las palabras que le vinieron a la mente de Oppenheimer proceden de la Bhagavad-gita: “ahora me he convertido en la muerte, el destructor del mundo”. Su profunda inquietud fue profética, pues apenas veinte días después el avión militar Enola Gay dejó caer una bomba nuclear sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.

A los creadores de la Inteligencia Artificial les ha pasado algo similar a Oppenheimer con la bomba nuclear. En una carta abierta firmada por los líderes de OpenAI, Google DeepMind y Anthropic se compara esta tecnología con la pandemia o una guerra nuclear. Los firmantes de este manifiesto llamaron a mitigar el riesgo de extinción para la humanidad de la IA. Este llamamiento se sumaba a otros anteriores en los que solicitaban una moratoria en el desarrollo de sistemas de IA para evaluar las posibles desventajas que conlleva este salto tecnológico de consecuencias imprevisibles. Entre estas consecuencias indeseables se cuenta la destrucción de empleos, la difusión incontrolable de desinformación o la creación de mentes digitales “que ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable”.

Según la previsión de expertos en el campo de la IA -como el británico Geoffrey Hinton, que dejó su trabajo en Google consciente del peligro de la tecnología que el mismo ayudó a desarrollar- de aquí a cinco o veinte años la inteligencia artificial superará a la humana. Es cierto que nuestra inteligencia podría ser superada por la de la máquina, pero hay sentimientos y pensamientos de nuestra limitada mente que son innatos e inherentes a la condición humana, como el deseo de supervivencia y el valor de la vida, aunque haya quienes no la respeten; el sentido de transcendencia espiritual y la posibilidad de crear belleza a través de la cultura y el arte. Lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de transmutar experiencias en emociones elevadas; nuestro deseo de amar y sentir amados; nuestra innata curiosidad que nos empuja a la búsqueda de la verdad; nuestra imaginación creativa capaz de convertir los sueños en realidad; nuestra fuerza colectiva que ha creado obras arquitectónicas como las pirámides de Egipto, la acrópolis de Atenas, la Alhambra de Granada o las catedrales góticas Lo que nos emociona de estas construcciones es que detrás de ellas existieron hombres y mujeres dotados de una chispa divina que forma parte una totalidad que llamamos Dios. Una máquina nunca tendrá alma y, por tanto, carece de propósitos elevados y transcendentes.

Las preguntas que tenemos que hacernos son las siguientes: ¿A quién sirve la máquina? ¿Sirve al amor o al poder? ¿Busca la plena realización de la existencia humana o su subyugación al complejo del poder? ¿Promueve la IA los ideales supremos de la bondad, la verdad o la belleza? ¿Amplía la libertad y la justicia? Desde mi punto de vista, la inteligencia artificial era la fase final de la conformación de la megamáquina premonicada por Lewis Mumford. El escueto llamamiento a la prudencia firmado por las grandes empresas técnológicas, que están detrás de la inteligencia artificial, es una cortina de humo para disimular la estela que deja una nueva carrera, como la de la bomba nuclear, para hacerse con el dominio del megaordenador que se hará con el control del mundo. No me cabe duda de que las grandes potencias mundiales quieren hacerse con este megaordenador y que los programas de inteligencia artificial disponibles para el público en general son un juguete para recien nacidos si lo comparamos con los que deben disponer los integrantes del complejo del poder.

Es del todo ingenuo pensar que las grandes empresas tecnológicas acuerden una moratoria para evaluar las consecuencias de la inteligencia artificial y que de esta hipotética reflexión se lleguen a acuerdos vinculantes para minimizar los riesgos inherentes a la tecnología digital. Tampoco podemos confiar en la capacidad de los organismos internacionales y nacionales para regular la inteligencia artificial y reconducirla hacia propósitos humanos. Ambos poderes, el económico y el político, son los integrantes del complejo del poder, cuya prioridad es el expansión de la economía y el control de una población humana cada vez más numerosa. La sobrepoblación del planeta exige, en opinión de M.L. Von Franz, “una organización que sofoca al individuo” obligándole al cumplimiento de cada vez más normas y reglas diseñadas para una sociedad de masas y que se aplican de manera indiscriminada a todos. El complejo de poder necesita a una ciudadanía disciplinada, conformista y sumisa que ahora es fácil lograr gracias a la potente capacidad de los medios de comunicación, y ahora de las redes sociales, para conformar el pensamiento y modelar la conducta que interesa al complejo del poder. La megamáquina está diseñada para atraer y mantener la atención de casi todos alejándonos de la que debería ser la primera tarea de nuestra vida: llegar a ser lo que somos y, en este proceso de individuación, descubrir y realizar nuestro destino. Siguiendo este argumento, la única vía que se me ocurre para reducir a escala humana a la inteligencia artificial es mediante actos individuales y conscientes de deserción y rechazo de los sobornos que nos ofrece la megamáquina.

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