Siguiendo el tono crítico del artículo del sábado pasado, queremos continuar profundizando en nuestra batalla por el patrimonio. En el desierto ambiental de Ceuta, predicamos con gusto y humildad, siempre con la firme convicción de intentar remover alguna conciencia y revitalizar un discurso que necesita más intensidad que nunca. Al parecer, tanto pecado de omisión y de injusticia, han terminado anestesiando a grandes sectores de nuestra sociedad del lucro y el confort. Sin embargo, la insatisfacción que se siente en el interior del colectivo social es cada vez más acentuada, y los síntomas de degeneración no auguran una salida luminosa a la actual crisis de identidad del ser humano.
Las ideologías neoliberales consagradas al consumo y al individualismo, están perforando intensamente una profunda herida en el alma colectiva de la humanidad. No nos reconocemos en las formas de hacer política, y sentimos desazón ante la discordia constante del poder. Amplias capas de la sociedad están inmersas en una profunda infelicidad como consecuencia del vacío espiritual y el desbordamiento materialista que nos está ahogando.
Toda esta oferta enfermiza de consumo, junto al incremento desaforado de la industria de las naderías, está creando mucha ansiedad en aquellos que huyendo de su insatisfacción se lanzan al vacío existencial. Mientras tanto, se incrementan las depresiones en los empobrecidos y anoréxicos materiales, víctimas abandonadas por este sistema maquinal a lo largo de las cunetas del mundo. La buena noticia es que cuanto más vacío material, mayores son las posibilidades de crecer en el amor por la naturaleza y pensar en la trascendencia. La pobreza material no es miseria, sino bendición, siempre que la situación no denigre a la persona. Bien aceptada y conformada nos convierte en pequeños en el acumular, y grandes en el deseo de ser ricos en amor y sabiduría.
Todas las ansiedades de esta sociedad están canalizadas erróneamente hacia el adormecimiento químico del cerebro con fármacos ansiolíticos, pero no resuelven el problema. No existe la píldora que catapulte hacia la trascendencia del ser, sino aquella que cuando no se encuentra sentido a esta vida temporal, simplemente procura que no te dañes ni molestes a los demás. Solo ahoga el grito de tu alma sedando el instrumento orgánico de su expresión sensorial: el cerebro.
El cultivo de las virtudes es por tanto, la única respuesta posible para combatir en el bando ganador, y constituye el gran patrimonio que nos puede devolver a la cordura colectiva. Pero, la pregunta que quizá debemos hacernos es: como conseguirá esta humanidad desacralizada alcanzar y cultivar las virtudes y reconocer los dones maravillosos que cada ser humano posee.
Así, que es preferible, una persona que persigue la justicia y la verdad, sea creyente o no, que un nutrido grupo de hipócritas que acuden a las ceremonias religiosas de sus respectivas confesiones, sin fe ni propósito de justicia.
Digo esto, porque una buena parte de los gobernantes y de los que ocupan puestos relevantes en la administración, como todos nosotros, son víctimas de miedos y pasiones, y son los mejores fariseos de omisión mirando para otro lado, y no queriendo hacer cumplir las leyes ambientales o del patrimonio. Por supuesto, que muchos pretenden lavar sus conciencias acudiendo a los rituales religiosos. Pero si se persiste en el error, no hay propósito de enmiendo ni arrepentimiento, nada cambia, y la conciencia pasa factura pues es la forma que el Creador tiene de llamar a nuestra puerta para devolvernos a la cordura espiritual. Digo esto, porque me preocupa la facilidad con la que los funcionarios y políticos en ejercicio aceptan el incumplimiento legal y de la misma forma, todo el personal de las empresas asociadas a la extracción legal de fondos públicos. Es un estado de neurosis colectiva que está ahondando en la herida compartida de los seres humanos. Es lógico, porque una enfermedad espiritual así, es contagiosa y termina por convertir lo malo en bueno, sin serlo, y lo bueno en malo, imponiéndose una sociedad del desorden establecido, llena de traspiés mentales, que por lógica dejan huella en la consciencia. Y siempre afloran cuando menos lo esperamos.
No dirán que no han tenido tiempo de atajar este problema crónico, ni siquiera para financiar un pequeño proyecto que evite el desmoronamiento de los lienzos más afectados, ni tampoco para proteger de accidentes a los senderistas que transitan por estos bellos espacios. Las Bandera Negras, no son por tanto, un ejercicio de radicalismo ecologista, sino más bien la predicación consciente de lo que está sucediendo año tras año, sin que se persigan los valores más elevados del ser humano: la verdad, la bondad y la belleza y en ellos se incluye por su puesto la sed de justicia.
Nosotros predicamos sin esperar nada a cambio, es nuestra obligación aceptada, y la vocación que se nos ha concedido. Decir algunas verdades es molesto para los injustos, y los que tienen sus afectos desordenados y sus corazones orientados hacia el materialismo. Para nosotros, constituye la satisfacción del deber cumplido, denunciando lo graves incumplimientos legales, y la dejadez complaciente generalizada.
En esta vida tan hermosa y paradójica, es conveniente saber sufrir y entender que en esto consiste básicamente la existencia. Ignorar al movimiento ecologista no sirve de nada, y engendra malestar interior y cargo de conciencia y neurosis cuando se termina la vida política. Toda esta traición a las leyes ambientales que se está imponiendo en Ceuta, unido a la toma de decisiones arbitrarias, nos envuelven cada vez más en las tinieblas, impide que reflexionemos más y mejor sobre el profundo significado de esta existencia. Venimos a este mundo por un tiempo incierto hasta el final de la vida, que en cualquier caso no decidimos nosotros. Mejor irnos cargados de buenas obras, cumplir con nuestros deberes, y haber impulsado la justicia y la verdad.
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