En un mundo normal un funcionario es una pieza dentro de un engranaje. Su función es funcionar, y por eso se llama “funcionario”.
En una situación extraordinaria (atentados 11-M, el 11-S, 23-F, 18 de julio, 20-N, Chernobil) el deber del ser humano, funcionario o no, desde antes de Atapuerca, es tratar de sobrevivir para poder esparcir su ADN y que se perpetúe la especie.
Para sobrevivir en la situación psicotrópica en la que aún nos encontramos, las autoridades correspondientes han establecido una normativa de excepción, por fases.
En la Administración de Justicia, con medio país aún confinado, se comienza a ir poco a poco normalizando la situación, para lo que se pasa ahora de un nivel mínimo de funcionarios presentes en cada juzgado a un nivel del 35% (treinta y cinco) de la plantilla.
En la Audiencia de Ceuta, cuya Unidad tengo el honor de dirigir, prácticamente desde el inicio de la crisis se ha mantenido un ritmo casi normal de trabajo, por el 80% (ochenta) de la plantilla.
En toda situación de crisis, río revuelto para ganancia de pescadores, los especuladores barren para casa. Hay quien aprovecha para vender mascarillas a cinco veces su precio, hay quien aprovecha para limpiar la casa, etc. etc. etc... En latín se dice “pro domo suo” pero la sabiduría popular lo traduce por “poyadas”:
Poyá que está usted aquí realice los servicios “esenciales”.
Poyá que ha venido realice también los “no esenciales”.
Poyá de paso píntelo de rojo.
Poyá que ha terminado píntelo ahora de rojo-burdeos-mate.
Una cierta mentalidad “patronal” parece considerar el “quédate en casa” como una afrenta, una huelga, unas vacaciones pagadas, un capricho del vago que no quiere ir a trabajar.
Es una obviedad: a día de hoy, el teletrabajo de algunos solo es posible por el no-teletrabajo, por la presencia física (por el riesgo), de otros.
Mi aplauso de las ocho, que nadie dará, para los vigilantes, las señoras de la limpieza y cuantos hicieron posible con su riesgo, su presencia física voluntaria o “voluntaria”, ese rendimiento de trabajo al 80%.
Escribo para que conste, porque si no parecerá que nunca existió.
Y mientras escribo, en mi cabeza retumba el eco de Cervantes: “Cada uno es hijo de sus obras”.
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