El Desastre de Annual fue, quizá, la derrota más desastrosa y más amarga que ha sufrido el Ejército español. Hay autores que dieron por muertos entre 8.000 y 10.000 soldados españoles, pero otros analistas aseveran que, contando los civiles y demás víctimas, la cifra de fallecidos se elevó hasta 20.000. Y ni siquiera murieron en una batalla abierta luchando frente a frente, donde el soldado español ha dado siempre pruebas sobradas e inequívocas de su indómito arrojo y valor, habiéndosele tenido a la nuestra como una de las mejores Infantería del mundo, sino que murieron presos de pánico, sorprendidos por los súbitos acontecimientos que en sólo unas horas se le vinieron encima al verse emboscados y arrollados por una masa de rifeños que en forma de alud se les vino inesperadamente encima cuando ya se retiraban la mayoría incluso desarmados.
En aquella derrota intervinieron una serie de factores muy variados que, habiéndose cobrado tantos miles de vidas españolas, creo que se hace de todo punto necesario analizar no sólo por prestigiosos militares y estrategas que ya antes lo han hecho, sino también por civiles, incluso inexpertos en la materia – como es el caso de quien escribe, que es completamente civil – para que, al menos, sean sacadas a la luz de forma objetiva y totalmente independientes algunas de las causas de aquella fatídica derrota, aunque sólo sea considerando los hechos desde el normal raciocinio humano y el sentido común, dado que así lo exigen la memoria, el buen nombre y el recuerdo de aquellos miles de españoles que tuvieron la mala suerte de entregar sus vidas al servicio de la Patria, muriendo horrendamente masacrados, de forma que tal crueldad utilizada por los rifeños viola flagrantemente el Derecho de guerra.
Y, también, porque quizá sea bueno que las nuevas generaciones de españoles lo sepan, por si ello puede servir de lección para todos y para que nunca más vuelva a darse una catástrofe humana de tal magnitud. Es por ello, que este lunes y el próximo voy a ocuparme del tema, por entender que rememorando a las víctimas, de alguna forma, se les hace justicia teniéndolas presentes en el recuerdo y, de otra parte, como prevención desiderativa de que jamás vuelva a suceder algo igual o parecido. Es más, creo que hasta sería bueno que tal suceso fuera tema de enseñanza y análisis en las Academias militares, lo que modestamente sugiero desde la humildad de mi condición civil que nada tiene que ver con el mundo castrense; no para exigir posibles responsabilidades que estarían ya prescritas, sino por considerarlo de toda justicia.
Veamos algunos de los errores que pudo cometer el que fuera Comandante General de Melilla, Manuel Fernández Silvestre (Silvestre en adelante). Si bien, hay que comenzar diciendo en justicia que dicho general era un militar prestigioso, gallardo, audaz y bravo como él solo, que hasta entonces había luchado de forma invicta y heroica en Cuba y en el Protectorado español en Marruecos, habiendo prestado excelentes servicios a España antes del Desastre. Era un jefe enérgico y valiente, aureolado por los éxitos de sus campañas anteriores en Larache, todo un patriota, con valor más que acreditado y muy digno profesional de la milicia, pundonoroso y de noble enardecimiento, que siempre elegía para él el sitio de mayor peligro; de trato afable y de corazón muy cercano a los problemas de sus subordinados.
Pero todo ello no es óbice para reconocer que, quizá llevado por su ímpetu y arrojo impulsivos, en Annual, pudo cometer involuntariamente numerosos errores que también es bueno poner de relieve para que de ello puedan extraerse enseñanzas, sobre todo, en el sentido de que todo oficial que en el Ejército tenga bajo su mando la posibilidad de llevar al combate a tantas personas y medios, ha de ser en todo momento lo suficientemente reflexivo, sereno, ponderado, responsable, prudente y sensato en la toma de decisiones como para no adoptarlas con ligereza, sin antes sopesar el alcance de sus órdenes y contar con las debidas garantías de que no se va a poner inútilmente en peligro la suerte de tantas vidas humanas. Como decía un soldado de un pueblo de Sevilla cuando hice la mili: “Un hombre, no se cría en una maceta. Cuesta mucho a sus padres sacarlo adelante”.
El primer error imputable a Silvestre es el hecho indubitado de haber iniciado una ofensiva general en profundidad de forma prematura e insuficientemente planificada, sin contar con unas fuerzas suficientemente preparadas y sin los medios adecuados que le hubieran permitido asegurar el éxito desde el principio hasta el final, pues si bien es cierto que toda operación ofensiva conlleva la asunción de riesgos por muy bien programada y planificada que esté, no lo es menos que él había tomado posesión en Melilla el 14-02-1920, y ya ese mismo día planteó al Alto Comisario, general Berenguer, planes para iniciar un avance que extendiera su acción sobre un área que alcanzara desde Melilla hasta Annual. Es decir, nada más saber que iba a ser nombrado, ardía ya en deseos incontrolados de iniciar las operaciones. Lo refiere claramente el periodista Ruíz Albéniz: “Silvestre no podía ir a Melilla más que con un fin y una ilusión: La conquista del campo de Alhucemas”.
Esas posiciones o blocaos habían sido construidos en puntos altos, sin agua, con insuficiencia de víveres, en terreno escabroso y lugares aislados que hacían muy difícil la llegada de convoyes incluso utilizando acémilas de carga, habiendo alargado demasiado sus líneas de abastecimiento, con exiguas posibilidades de comunicación entre sí y con condiciones de vida muy difíciles. Mas la tropa, excepto los oficiales y suboficiales, con los que entonces se empezaba a tener la condición de profesionales de las Fuerzas Armadas, los demás eran en su gran mayoría soldados del reemplazo obligatorio a los que les tocaba por sorteo hacer la “mili” en África por su quinta, si sus padres no disponían de medios económicos necesarios para pagar la llamada “cuota”, ese injusto y vergonzoso dinero que quienes lo abonaban podían con ello librarse de ir a la guerra, eximiéndose del riesgo de morir en ella.
Buena parte de los soldados eran entonces analfabetos, ni siquiera habían terminado la instrucción militar, llevaban sirviendo sobre un mes, mal adiestrados en las armas, sin experiencia alguna, debiendo manejar fusiles viejos, obsoletos y en mal estado, como el Máuser modelos 1893 y 1895, con escasos conocimientos del armamento y material que debían manejar y mal pertrechados; muchos de ellos adquirían enfermedades típicas de África, como el tifus, el paludismo, la malaria, sometidos a un clima de mucho calor de día e intenso frío de noche, con numerosísimas bajas médicas, mal calzados con abarcas y alpargatas de esparto, mal alimentados, mal pagados, con una Artillería desfasada que procedía de la campaña de 1909; en el campo de batalla se necesitaban ametralladoras y morteros, disponiendo de sólo tres ambulancias y 20 camiones; necesitándose otra clase de material más eficaz para el combate. Es cierto que Melilla disponía de 25.500 efectivos sobre el papel, pero luego dichas fuerzas tenían una serie de problemas de índole militar, administrativo y político.
En febrero de 1921 (hace ahora cien años) el alto comisario, Berenguer, envió varios informes al ministro de la Guerra, Vizconde de Eza, detallándole las insuficiencias en los suministros, que siguieron sin llegar. Según declaraciones del teniente coronel de Estado Mayor, Dávila, a mediados de junio de 1921, “Melilla no tenía medios para continuar desarrollando operaciones, sino sólo para actuar a la defensiva”. Y si bien éste no fue un error de Silvestre, sino de los políticos y del Gobierno que, como suele ocurrir casi siempre, no facilitaban los medios y se perdían en el Congreso con inútiles y estériles discusiones, mutuas descalificaciones, insultos y oposición férrea y sistemática siempre que de facilitar medios al Ejército se tratara, pero sí recaía sobre Silvestre el deber, la grave responsabilidad, de no llevar a sus tropas, por su propia iniciativa, a una ofensiva generalizada con medios tan precarios y un territorio tan difícil.
Y aunque él, encumbrado con sus notables avances, no viera con la necesaria clarividencia los peligros a los que exponía a sus hombres, al menos debieron hacerle recapacitar los numerosos avisos y serias advertencias que en tal sentido recibió tanto de su superior Berenguer como de sus propios subordinados, que reiteradamente le pusieron sobre aviso del riesgo que corría si continuaba la ofensiva. Efectivamente, el 19-07-1920, el coronel Gabriel Morales, jefe de la Policía Indígena que conocía perfectamente el terreno, ya le avisó del peligro de continuar avanzando hacia el Oeste dejando en la retaguardia a los de Beni Said, diciéndole en un informe: “No puede darse un paso más hacia el Oeste dejando a la espalda un enemigo fuerte con elevada moral que en un momento dado podría crearnos un conflicto, ya que el límite Oriental de la cabila no dista más de 30 kilómetros de Melilla”.
Y Berenguer le exigió conocer de las operaciones, y en dos ocasiones le recriminó que no le hubiera informado de alguna de ellas, a pesar de que le dio libertad de planteamiento en la estrategia a seguir, siempre que no se saliera de sus instrucciones. Por su parte, Antonio Got, profesor que visitó Alhucemas con el coronel Morales, avisó a Silvestre que Abd El-Krim le había dicho que los españoles no debían cruzar el río Amerkán, porque si lo hacían, los Temsaman y los Beni Tuzín irían a la guerra. Y, sin embargo, como estaba obcecado con seguir avanzando, el 1-06-1921 mandó al comandante Jesús Villar, de la Policía Indígena, a establecer una posición en Temsaman, en el monte Abarrán, cruzando dicho río, a sabiendas también de que la montaña era sagrada para los musulmanes. (Continuará próximo lunes).
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