Categorías: Opinión

¿Por qué nos odian tanto?

Mientras no se acabe con esta organización fundamentalista y fanática islamista, no habrá paz ni en Europa ni en el mundo musulmán. Unos hechos lamentables, que retrata a las claras,  la pasividad y la indolencia de la sociedad en que vivimos

«In Memoriam de las víctimas del terrorismo yihadista de Barcelona» Y, si además de llorar de rabia e impotencia, nos preguntáramos: ¿por qué nos odian tanto...? Miguel Ángel, “El niño sabio de Villajovita”, nos dejó en el aire esta pregunta. Y, la verdad, nos odian no sólo por un motivo, sino por algunos más. Aquellos que hemos convivido y hemos tenido amigos musulmanes, sabemos de sobra el porqué de este odio atávico que llega a tal punto, como hemos podido comprobar en las Ramblas barcelonesas, a morir matando…
No toda la culpa es de ellos… Occidente tiene también su parte de culpa, de tal manera que podemos apuntar: que en el origen de estos comportamientos criminales, existe también un factor de rechazo y marginación que ayudan a incrementar estas conductas perversas e irracionales.
En la relación con mis amigos musulmanes, a pesar de que en aquellos años de nuestra adolescencia -finales de los años 60 y principios de los 70-, los musulmanes estaban perfectamente integrados tanto en el Instituto como en cualquier actividad festiva o lúdica, en mis conversaciones con ellos, siempre les quedaba un resquemor interno de rechazo, que se incrementaba cuando alguien les llamaba “moros”…
Cuando los marroquíes, argelinos y demás magrebíes del norte de África, emigraban a los países de Europa, porque eran mano de obra barata para los servicios y la pujante industrialización de Occidente, no se originaban ningún tipo de problemas; porque estos trabajadores del Magreb, iban plenamente conscientes de que lo primordial era buscarse la vida con un buen trabajo, que le permitiera traerse de sus países de origen a sus familias. Ha sido la segunda y tercera generación de estos originarios emigrantes, los que quedan desculturizados, y han perdido el sentido de sus raíces acerca de si siguen siendo magrebíes con sus atávicas culturas centenarias; o, por el contrario, pertenecen ya a las pragmáticas y avanzadas sociedades occidentales.
Y, éste, al parecer, es el nudo gordiano de todas estas nuevas generaciones que pueblan los países desarrollados de la vieja y avanzada en derechos humanos, Europa. El concepto de la democracia y el sentimiento de libertad, es la nueva religión que habita en todos los rincones del mundo Occidental; sin embargo, estos parámetros no coinciden plenamente con la cultura del mundo del Profeta y, en mi opinión, no tienen por qué coincidir, porque la sociedad panárabe se halla en plena evolución -como fue en su día la cristiana-, que dará finalmente: una forma de convivencia que aún se encuentra por definir en una fórmula política, que les lleve a unas sociedades modernas de acuerdo al nuevo tiempo que vivimos.
Cuando estas nuevas generaciones de aquellos primeros emigrantes, no encuentran su identidad ni sus raíces identitarias en las ciudades donde en muchas ocasiones nacieron, se está originado la primera insatisfacción que puede ir increcendo hasta alcanzar el punto de alistarse al yihadismo. Por tanto es una responsabilidad de las autoridades educacionales que editen unos programas claros y explícitos de integración, con el fin de evitar estos vacíos psicológicos en estos jóvenes desestructurados y faltos de fortaleza en unas convicciones, que les haga sentir la vida -como un regalo- que merece la pena ser vivida…
Occidente, desde hace más de un siglo, ha intervenido de manera sistemática en el devenir de los pueblos que conforman Oriente Medio, manejando a su criterio la riqueza energética que subyace en el subsuelo de estos países, pongamos: petróleo y gas. Además de apoyar la creación el Estado de Israel, contra la voluntad de todo el pueblo árabe, por la mala conciencia que dejó el “holocausto judío” de 6.000.000 de muertos en los campos de concentración de los nazis… Sin embargo esos campos fueron construidos por europeos, y el mundo árabe nunca tuvo nada que ver, sino al contrario, siempre fueron bien acogidos…
Nunca fueron bien valorados los árabes por europeos y americanos, que diseñaron después de la “Gran Guerra”, la líneas fronterizas de sus países y el control de sus pozos petrolíferos por compañías propias que monopolizaban sus cuantiosas ganancias, sin importarles el desarrollo económico y cultural de estos incipientes países liberados del yugo turco, para caer en otros igualmente interesados.
En la década de los años 50 y 60 hubo una emigración significativa de los nacionales de estos países hacia Europa, porque -como ya hemos mencionado anteriormente- eran una mano de obra barata para el periodo de expansión económica europea, al resguardo de la prosperidad que trajo “Plan Marshall” para las economías occidentales. Sin embargo, esta masa humana trajo con ella, una cultura y una religión ancestral que en un momento determinado necesitó de expansionarse y mostrarse como algo atávico que habitara en sus conciencias.
Como también hemos mencionado, las segundas generaciones de estos emigrantes, si no tienen una escolarización adecuada que les muestre el acervo cultural de su civilización de procedencia, junto con los principios que nos trajo la revolución francesa(*) en el siglo XVIII, de separación de Estado e Iglesia, no lograrán el equilibrio adecuado para su estabilidad emocional, y un encaje anímico que posibilite el desarrollo de sus personalidades en el ámbito de las modernas y complejas sociedades que se proyectan en el primer mundo.
Todo este entramado psicológico que arrastra desde el enfrentamiento interreligioso entre el Islam y los reinos cristianos, por la posición de la “Tierra Santa”, sobrevuela como un ave del mal, en las mentes extraviadas de estos advenedizos, que unas veces por fanatismo, y otras veces por llevar una convivencia desestructurada de la sociedad en la que se hallan instalados; hace que su comportamiento busque con una cierta desesperación, encontrar respuestas religiosas que les aten a una identificación ciega y fanática, que les liberen de dudas existenciales y les hagan valorarse como nuevos conversos a una fe delirante, que les saque de un insufrible anonimato y les dé una relevancia y una significativa valoración, que como bien sabemos, puede llegar a su máxima actuación con la inmolación en cualquier atentado que decidan llevar a cabo.
Como consecuencia de lo anterior, una vez pacificado Siria, Irak y Afganistán del horror y la barbarie del Estado Islámico, es menester que Occidente, abandone la intención de tener bajo su influencia los medios productivos de energía de estos países; y, a través de un nuevo Plan Marshall, éste les ayude a restablecerse su economía y sus medios de producción; pero, en cualquier caso, sin interferir en el modo que políticamente quieran darse en cuanto a la forma de estructurar sus Estados y la forma de sus Gobiernos, y dejar que evolucionen en su propio contexto cultural e histórico, sin que intervengamos en sus complejos procesos polítticos.
El mundo árabe y por extensión el musulmán tienen pendiente su revolución de derechos civiles, como así ocurrió en la Europa de finales del XVIII, que a partir de la instauración de la república francesa, se proclamó la división de poderes**, y la Iglesia se separó del Estado. En los países de orientación islámica la lectura del Corán es preceptiva, y los preceptos religiosos definen el comportamiento que han de tener estas sociedades del “Libro”. Sin embargo, esta separación del Estado y de la religión en estos países no tiene un cuestionamiento cercano, porque la sociedad no recoge un posicionamiento de derechos civiles diferentes de los religiosos; sino que por el contrario, la sociedad se concibe como un todo que emana de las enseñanzas del “Profeta” y se plasman -según sus creencias- en el Corán, libro revelado por Alá.
Así, pues, nos encontramos en serias dificultades de entendimiento a la hora de entablar unos diálogos que conlleve unos acuerdos razonables de convivencia, cuando la misma estructura de las diferentes sociedades a que nos referimos, se postulan y se conciben de manera tan diametralmente opuestas en su génesis a las nuestras. No cabría esperar resultados esperanzados al respecto; empero, atentados yihadista como el de Barcelona, Londres o Niza, tan llamativos en su barbarie y en su ceguera fanática, aceleran el necesario proceso de entendimiento, porque no cabe otro razonamiento que la convivencia pacífica entre las sociedades occidentales y la población emigrante procedente de las naciones islámicas.
Por otra parte, hemos de tener en cuenta, las consecuencias devastadoras para la emigración proveniente de estos países de cultura coránica, los atentados acaecidos en las ciudades europeas y del 11 de septiembre en EEUU; porque es indudable que se corre el riesgo que el fanatismo religioso de una minoría, se haga extensivo hacia toda la comunidad islámica, y se recele de cada musulmán que vaya a realizar sus oraciones como forma de expresar su espiritualidad.
No quisiera acabar el presente artículo -del que es del todo imposible resumirlo en dos o tres cuartillas- sin hacer hincapiés en que las dos guerras llevadas a cabo por los americanos en Irak, con la excusa de llevar la democracia a la dictadura de un tirano como Saddam Hussein y que el país tenía armas de destrucción masiva, no ha resuelto nada de los problemas de incumplimientos sobre los derechos humanos que el régimen de Saddam al parecer incumplía; pues es claro, que esta acción nunca avalada por la ONU, no ayudó en nada a democratizar al país; sino muy al contrario, abrió de par en par las puertas a un incipiente Estado Islámico, que se aprovechó de la destrucción de las estructuras del Estado de Irak, llevado a efecto por el ejército americano -anulando todo vestigio de autoridad entre las diferentes comunidades religiosas de Sunitas, chiitas y kurdos-, para crecer de manera desmedida en Siria e Irak.
De tal manera, alguien nos tendrá que responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que el DAESH, se financiara traficando con total impunidad a través de la frontera con Turquía, con el crudo de los pozos petrolíferos capturado en Irak, y revendidos a los países de Europa y America a un bajo precio; y, al mismo tiempo, el ISIS comprara armas sin ninguna limitación en el mercado internacional a los mismos que les vendían el petróleo***? No; no nos parece de recibo esta hipocresía que ayudó de manera considerable a la expansión del mal llamado Estado Islámico, y a la barbarie que provocó en miles de personas, en su sangrienta carrera fanatizada en unos erróneos postulados religiosos, llenos de la más detestable maldad. Este horror producto del fanatismo religioso, tiene unos corresponsables en el primer mundo, que sólo miran a sus buenos réditos económicos, sin importarle para nada ni la dignidad, ni las necesidades y el dolor de los oprimidos de los pueblos de la tierra… ------------------------------------------------------------------- (*) Los tres principios básicos de la “Revolución Francesa” eran Liberté, égalité, fraternité (libertad, igualdad y fraternidad), y bajo estos principios se fundó la primera república francesa.
Los principios básicos de la Revolución Francesa de 1789 que inspiraron a la primera república en 1792, son efectivamente Libertad, Igualdad, Fraternidad.
La Libertad, queda expresada en nuestra sociedad actual en el sentido de que nadie puede ser obligado a hacer lo que la ley no manda ni privado de lo que ella no prohíbe.
La Igualdad, todos los habitantes deben ser iguales ante la Ley. Ambos principios son Constitucionales o sea que están incluidos en la Ley Fundamental de la Nación
La Fraternidad significa "hermandad" y fue más propia del pensamiento revolucionario francés que de su legado a la posteridad, ya que los hombres y los países no suelen mostrarse como "hermanos", dada las guerras y múltiples matanzas desde el siglo XVIII hasta la actualidad.
(**) División de poderes: El sistema de separación de poderes de Montesquieu
La teoría de la separación de poderes se acuña en la obra de Montesquieu Del Espíritu de las Leyes, que se inspiró en la descripción que los tratadistas clásicos hicieron de los sistemas políticos de la Antigüedad (especialmente en la que Polibio hace de la República romana –además de las teorías de Platón y Aristóteles–) y en la experiencia política contemporánea de la Revolución inglesa del siglo XVII (que había dado origen a las teorías de John Locke). Prominentes autores de la Ilustración francesa, como Jean-Jacques Rousseau, o de la Independencia de los Estados Unidos, como Alexander Hamilton, también teorizaron sobre el particular.1​2​3​4​5​ Montesquieu define el "poder" a la vez como función y como órgano. La admiración que profesa al sistema político británico (que interpreta como una independencia entre poderes ejecutivo, legislativo y judicial, encarnado cada uno en rey –es decir, en su gobierno–,  parlamento y tribunales), ha sido matizada por otros autores, que la consideran exagerada, al ser en realidad una relación con vínculos muy estrechos.6​
Según la visión ilustrada, el Estado existe con la finalidad de proteger al hombre de otros hombres. El hombre, entonces, sacrifica una completa libertad por la seguridad de no ser afectado en su derecho a la vida, la integridad, la libertad y la propiedad. Sin embargo, la existencia de ese Estado no garantiza la defensa de los derechos de la persona. En efecto, muchas veces el hombre se encuentra protegido contra otros hombres, mas no contra el propio Estado, el cual podría oprimirlo impunemente mediante las facultades coercitivas que le ha otorgado la propia colectividad.
Al momento de su formulación clásica, las funciones del Estado consideradas como necesarias para la protección del ciudadano eran fundamentalmente las de dar las Leyes, la de poner en práctica estas leyes en forma general y más particularmente, con la finalidad de resolver conflictos y la administración del aparato de gobierno, funciones que durante el Antiguo Régimen eran monopolizadas en la sola entidad de la monarquía absolutista a la cual se le atribuía la práctica del despotismo.
Montesquieu fue uno de los filósofos y ensayistas ilustrados más relevantes, en especial por la articulación de la teoría de la separación de poderes: «En cada Estado hay tres clases de poderes: Por el Legislativo, el príncipe o el magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el Ejecutivo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y, por el Judicial, castiga los crímenes o decide la contienda de los particulares.»
(***) En todas las teorías de la conspiración de un mundo maniatado y organizado por el poder financiero de grandes bancos y la industria armamentística de EEUU y del mundo Occidental, siempre nos encontramos con unos significativos párrafos -a medias entro lo real y lo imaginario- que se nos antoja como la premisa primigenia de todo esta rueda infernal del terrorismo yihadista, a saber: «Exportación de petróleo barato a bajo precio desde los grupos yihadistas a las potencias del primer mundo; y, venta de armas a alto precio desde la industria bélica de los poderosos, a estos grupos fanáticos de la corriente del wahabismo internacional (la corriente más extrema del Islam), como pudieran ser el Estado de Arabia Saudí, Al-Qaeda, o el DAESH.»
A tal punto, que entre sus características fundamentales se halla el no reconocimiento del otro, ni de los musulmanes de cualquier otra rama del Islam, ni de los practicantes de otras religiones; pues todos son impuros, apóstatas, infieles... En sus versiones más radicales, ni siquiera les reconocen el derecho a la vida, deben ser necesariamente esclavizados o eliminados. Por tanto, primero acabar con aquellos que consideran musulmanes erráticos, para más tarde ir contra cristianos y judíos (leer, “Barcelona y el fin de la inocencia”, JuanLu González).

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