Categorías: Opinión

¿Por qué me pegas?

Casi dos mil años han transcurrido desde que Jesucristo pronunció esas palabras ante el sanedrín. Palabras de vigencia y actualidad cuando los cristianos, fundamentalmente católicos, estamos siendo objeto continuado de mofa, burla y otro tipo de agresiones que incluso alcanzan la violencia física dentro de nuestras fronteras.

Todo ocurre delante de una sociedad anestesiada que se niega a reconocer como agresores a quienes lo son, confundiendo la defecación mental, el odio, con la libertad de expresión o cultura. Como si blasfemar ensalzara las virtudes del ser humano.
No acabo de entender esa inquina sobre la persona de Jesucristo ¿A quién puede deshonrar la imagen un hombre que vivió enseñando a hacer el bien, no hizo mal a nadie, y murió perdonando a sus asesinos? ¿A quién puede ofender un Padre Nuestro, donde se habla del perdón, de no hacer mal, de actuar para la venida de un reino de paz y justicia, de atender las necesidades materiales de todos? Quizá, para algunos, todo esto no es más que una afrenta a sus recónditas, pero existentes conciencias y eso les provoca dolor y repulsa.
Desafortunadamente, también tiene plena vigencia el poema o sermón de Martin Niemöller, “Cuando vinieron los nazis...”. No crea que esta importunación afecta solamente a católicos. Este acosamiento no es más que una rama del árbol de odio y violencia que ha arraigado contra todo aquél que piensa diferente.
Los radicales han sembrado la semilla del odio y el temor. Hay que ser muy cándido para no tomar precauciones frente a aquéllos que centran su objeto del deseo en controlar el CNI, la Policía, el Ministerio de Defensa y el sistema judicial. Esto no es que tenga muy mala pinta, es una declaración abierta y descarada sobre la verdadera intención de asestar un golpe maestro (golpe de Estado) al sistema de libertades y democracia que ahora, a duras penas, sostenemos. No se trata de un paralelismo con Venezuela, donde ya fueron asesores de la represión, sino de un calco de lo ocurrido allí.
Robar el dinero público mediante corrupción provoca menos dolor que gastarlo en realizarles ofensas a los ciudadanos. Ambos son distracción, sustracción, de dinero público; pero en el segundo caso, además se encarniza ese dolor con la ofensa. Podemos,  a través de la figura política de Ada Colau, ha desvalijado 140.000 euros a los contribuyentes para que se ofenda, no ya a los católicos, sino a todo aquel que tenga dos dedos de sentido común y el más mínimo concepto de respeto.
Esto no es anecdótico en Podemos. Desde la retirada pública del Crucifijo del ocioso “Kichi”, el asalto de capillas de Rita Maestre, las normativas contra la Semana Santa, o los muchos feos y plantones en los encuentros entre las instituciones católicas y los diferentes gobiernos dirigidos por Podemos, es una tónica de esta congregación fundamentalista política que, hasta la fecha, sólo se ha caracterizado por aporrear al que no piensa como ellos.

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