Impresionante el dolor de la ciudadanía por el trágico fallecimiento de los pequeños Ilías y Naira. Sucesos de esta magnitud perviven en la memoria popular durante mucho tiempo. Resultaban verdaderamente aterradoras determinadas imágenes que ilustraban la información de la noticia, que posiblemente termine convirtiéndose en la más triste del año. Como padre y abuelo, no puedo evitar ponerme en la piel de esa familia y sentir una gran congoja. Vaya desde aquí mi mejor deseo de que pronto puedan encontrar una vía hacia la resignación.
Las reflexiones en caliente difícilmente son acertadas. Digo esto porque, en pleno desenlace del drama, se pudieron oír y leer juicios con los que uno está en desacuerdo. Que si existe una excesiva facilidad para que los vehículos puedan acercarse a la zona portuaria, que si debería de estar totalmente prohibido, que si han caído ya varios coches al mar con o sin personas en su interior, que si aquí nos hemos acostumbrado mal plantándonos con nuestros automóviles al filo mismo de los muelles España o Alfau, que si…
Mire usted, uno de los muchos encantos que brinda esta ciudad emana de la contemplación marinera. A pie de playa, desde el monte o desde el puerto, donde la perspectiva adquiere una especial dimensión con el fondo de las imágenes en movimiento del cada vez más activo trasiego de entradas y salidas de buques.
Nos privaron del acceso al muelle de la Puntilla, y del paso y disfrute de las dos rotondas en las que rematan sus brazos los diques de poniente y de levante enmarcando la bocana, precisamente donde quedaron cautivas y desoladas las vigorosas esculturas hercúleas de Serrán Pagán. Se perdió, del mismo modo, cualquier posibilidad de entrada al muelle Dato, salvo para acceder a los ferrys, y siempre través de la Estación Marítma. Tampoco es posible ya el paso al pantalán sin servicio que existe junto al Parque Marítimo.
Ahora, tras el luctuoso suceso, el cerco se estrecha un poco más. El miércoles me disponía a entrar al muelle Alfau, uno de mis paseos favoritos de siempre, cuando un guardamuelles me impidió el paso. Ni con coche ni sin él.
Ni a pescar ni a pasear. La orden era reciente y podría tener relación con el triste suceso de la pasada semana, según me indicaba el funcionario. De inmediato me fui al muelle de España temiéndome una situación similar. No fue así.
El ir a pescar, a pie de coche, a los muelles España o Alfau o al simple disfrute de la incomparable estampa que desde su extremo se nos brinda, confortablemente sentados en el vehículo y cobijados de la intemperie, son costumbres muy arraigadas entre los ceutíes desde tiempo inveterado.
El muelle España, por otra parte, se convirtió, desde su inauguración, en uno de los rincones preferidos del paseo portuario de los ceutíes, en cuya punta, en otras épocas, cuando los trasbordadores estaban más abiertos que los ferrys actuales, solíamos acudir a decir el último adiós al familiar o al amigo ondeando nuestros pañuelos o, a la inversa, para enviarles el primer saludo de bienvenida.
Han caído, efectivamente, coches al mar. Con personas o sin ellas en su interior. Pero cuántos miles de vehículos se acercan a esos puntos sin que nada ocurra. Un descuido, un fallo o una imprudencia, con consecuencias fatales, puede producirse en cualquier lugar sin que podamos evitarlo.
Muy acertadamente, mi estimado Pepe Torrado, el presidente de la Autoridad Portuaria, cuando se le preguntó sobre el asunto, señalaba que ese no era el momento de hablar de las puertas cerradas o abiertas al lugar. Me permito apelar a su actitud dialogante y moderada de la que sabe hacer gala. Recuérdese la polémica que surgió hace años cuando se colocaron las vallas y limitaciones de acceso a ese muelle España, como también apuntaba el propio Torrado.Uno comprende que el acceso a las zonas portuarias debe someterse a restricciones obligadas.
Pero cuando ese puerto está históricamente integrado completamente en una ciudad de las reducidas dimensiones y características de la nuestra, la mano derecha o la solución imaginativa son siempre de agradecer. Por eso, no pongamos puertas al campo, que bastantes tenemos ya.
Al mar en este caso, claro.
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