La condenable muerte de Munir viene a sumarse a una hilera de asesinatos sin esclarecer que salpica la crónica negra de esta ciudad.
A los que tienen memoria y se alejan del oportunismo de cada vez más colectivos, les faltan dedos en sus manos para enumerar la de personas que están bajo tierra después de haber sido asesinados sin que hoy se sepa siquiera quiénes fueron sus autores materiales e intelectuales. La seguridad se quebró en esta tierra hace ya bastantes años por culpa de la búsqueda insaciable del voto a cualquier precio y de las políticas erráticas de quienes no dudaban siquiera reunirse con los señalados como máximos cabecillas de la delincuencia si de ahí podían obtener beneficios para mejorar sus estadísticas. Aquello que sembraron nos escupe hoy estas miserias, sin que aún quienes dirigen las riendas políticas sepan la manera de encontrar salida en el laberinto en el que nos vemos atrapados.
Mientras PP, PSOE y Caballas se enzarzan en una pelea vergonzosa poniendo como bandera la seguridad, la sociedad sigue arrastrando los problemas sin solución en los que el narcotráfico se entremezcla con la adquisición y reparto de armas junto con el blanqueo de capitales escenificado en la más indecorosa apertura de establecimientos que solo sirven para lavar el dinero empañado en sangre. Esa bola engorda y funciona en una ciudad demasiado pequeña y con demasiados agentes como para soportar la presión existente. Una presión que no aparece en las maquilladas estadísticas de Interior pero que existe, a pesar de que, de forma ya hasta inmoral, a los que mandan y a los que mandaron les gustaba denominar inseguridad subjetiva.
La clase política en general camina en Ceuta desnortada, respondiendo a golpe de impacto mediático, sin saber siquiera cómo ponerle el cascabel al gato o cómo ofrecer una alternativa para que nuestros derechos se respeten, y entre ellos está el de la seguridad, harto pisoteado por todos: los que disparan, los que venden la droga, los que abren negocios para blanquear el dinero de la corrupción, los que miran hacia otro lado, los que dan subvenciones sin mirar el perfil mafioso de quienes puedan recibirlas... Todos pisotean y hunden un sistema de seguridad agónico. ¿Cuál es la solución? Primero dejar de politizar el crimen. Torpes.