Uno de los mayores obstáculos para “hacer política” y para interpretar y valorar la historia de las decisiones y de las acciones políticas es la escasez de rigor en los principios, en los criterios y en las pautas que aplican, y la abundancia de prejuicios personales e ideológicos en los que se suelen fundamentar los análisis de los comentaristas y de los historiadores. En esta obra José Antonio Marina sistematiza una exhaustiva cantidad de ideas claras que sirven de soportes para una práctica nueva de la acción política y unas reflexiones profundas sobre la evaluación de decisiones tan importantes y sobre la necesidad de abordarlas desde diferentes Ciencias Humanas como la Filosofía, la Historia, la Psicología, la Antropología y, por supuesto, la Ética.
Él parte del supuesto de que la función de la política es resolver problemas, pero reconoce que, con demasiada frecuencia, en vez de considerarlos correctamente, al plantearlos mal, los complican de forma creciente. Por eso su afirmación inicial es categórica: para tomarse en serio la política y para recuperar ese “hilo de oro” de la historia de la humanidad, no hay más remedio que estudiarla y aprenderla adecuadamente.
En la primera parte expone la teoría de la “inteligencia resuelta”, esa facultad de plantear y de resolver los asuntos con el fin proporcionar correctos dictámenes. Explica con claridad y con rigor cómo los problemas y las soluciones de las complejas y entrelazadas cuestiones políticas, jurídicas y morales –que en última instancia buscan la felicidad humana- se pueden y, por lo tanto, se deben evaluar. Al referirse a los inevitables conflictos que se generan en los ámbitos políticos, sociales y éticos, propone que se estudien como “problemas humanos”, y que se traten de solucionar mediante la comunicación y la colaboración –a través del diálogo- con el fin de alcanzar el bienestar público. Para eso es imprescindible –afirma- que los políticos y los demás ciudadanos nos impliquemos en la búsqueda de soluciones adecuadas y válidas.
En la segunda parte, tras insistir en la necesidad de desarrollar la “inteligencia política” para resolver los problemas sociales y para encontrar esa felicidad colectiva, propone un programa que conduzca a lograr la Gran Política, una empresa fundamentada en la ética universal y explicitada en la Declaración de los Derechos Humanos. Es un proyecto que supone un esfuerzo de “civilización” y de “reeducación” de los políticos –hasta ahora sólo formados en la cultura del poder- y que exige un nuevo aprendizaje dirigido a los demás ciudadanos con el fin de que todos colaboremos en la lucha por la igualdad y en la búsqueda de la “pública felicidad”.
En la tercera parte de este proyecto –ambicioso, denso e imprescindible para políticos, para profesores, para los periodistas y para los ciudadanos responsables-, nos advierte a todos que es urgente que unos y otros nos decidamos a subir ese escalón que nos constituye en “ciudadanos de una ciudad libre” y nos estimula a todos para que nos dispongamos a colaborar en la solución de los problemas ya planteados en las diferentes culturas como el valor de la vida humana, la relación del individuo con la tribu, el poder, los bienes, la sexualidad, la relación con los débiles, el trato a los extranjeros o la relación con los dioses. Una obra, a mi juicio, básica, seria y, por supuesto, actual y renovadora.
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