Polémicas declaraciones

La llamada “cultura de la nada” parece que tiene en España su máxima expresión. Podría definirse como la negación de todo aquello que nos ha configurado como somos en cualquier aspecto. Esta “cultura de la nada” corre el peligro de no estar en condiciones de resistir cualquier asalto ideológico que venga de fuera, sea de la naturaleza que sea ese asalto ideológico. Esta “cultura de la nada” ha vuelto al pueblo español indolente, debilitado y zafio, capaz de rechazar lo que dos milenios de historia han hecho de él. Sabemos que la identidad no es una herencia que los grupos, étnicos, religiosos, o de cualquier tipo, reciban de sus ancestros y la preserven tal y como fue creada. Tal visión revela un mito, como nos recuerda Spengler. La pertenencia nacional fundada en la participación en la práctica política –sigue Spengler– debe trascender la pertenencia étnica y religiosa, caso contrario, sería el dominio minoritario de un clan. ¿Qué hacer, pues, con la Historia? Es obvio que el hombre es un ser histórico y no puede, por tanto, eludir tal categoría. Es materia histórica. Pertenece, pues, a la Historia. Y la Historia no sólo puede ser leída en los libros, la historia de un pueblo está escrita en sus calles, en las piedras de sus monumentos, en sus estatuas, en los escudos que permanecen en sus paredes, en sus ruinas, etcétera, todos ellos, al contrario de ser testigos mudos, gritan a los nuevos ciudadanos de ese pueblo que antes que ellos vivieron allí otras gentes que lucharon –y mataron– y murieron y por qué lo hicieron. Por tanto, el futuro ha de contar con el pasado, pues, caso contrario, “se corre el riesgo de reinventar la historia y desconocer nuestros propios errores”. Con razón los clásicos decían que cada griego nace inmediatamente unido a su glorioso pasado.  
En estos tiempos tan confusos, hacer referencia a ciertos hechos puntuales de la historia de España te hace pasar, como mínimo, por ‘casposo’ o por depositario de las esencias históricas más rancias. Te convierte en un ‘apestado’ y excluido del circuito de la progresía, progresía que, obviamente, como juez y parte, ‘reparte’ carnets de quién es aquí ‘progre’ y quién es un ‘carca’ de no te menees. Así, sirva de ejemplo, en el cultural Babelia, de El País, de 22.02.12, alguien que se firma como G. A. al hacer una crítica del libro “1001 batallas que cambiaron el curso de la historia”, cita, a modo de ejemplos, la que hubo en Mesopotamia, en 2400, a.C., la primera del faraón Tutmosisi III, en 1475, a.C., la batalla de Kerbala, (680, que causó la división entre sunníes y chiíes) y, también, las batallas de Covadonga, 720, y Poitiers, 732, “dos derrotas de los musulmanes en las que se recrean todavía los nacionalistas más rancios” (lo entrecomillado es original de G. A.). Se observa claramente la tendenciosidad del crítico literario cuando el derrotado es el elemento musulmán y el victorioso es el elemento cristiano. Por consiguiente, quien ose hacer referencia alguna a las victorias de las armas cristianas medievales sobre las musulmanas será calificado de rancio y de nacionalista, como poco. ¿Qué habremos hecho de malo en este país nuestro para no poder hacer referencia a nuestra historia? ¿Qué culpa tiene la historia?   
A este respecto, el día 1 de febrero, el señor Rafael Montero hizo unas declaraciones en “La voz de El Faro”, en la COPE, sobre la celebración del 6º Centenario de la conquista de Ceuta por los portugueses,  que pueden ser calificadas, cuando menos, de polémicas y sorprendentes. Al señor Montero le es igual que sean 600, 601 o 599 años. “Si es para que haya un conocimiento del Parlamento Español de por qué se celebra, vale”, añade Montero. En su opinión, celebrar este centenario “puede crear polémica, (…) esto no es positivo y lo digo como lo siento”. “(…) Porque separa la opinión de los ceutíes, que hay puntos de vista encontrados”. “(…) La historia, la quiero, la aprecio, la conozco, pero ya está y no tengo que crear  ninguna polémica más, en absoluto, ni entrar en ningún debate con diferentes posturas dentro de la ciudad”. “(…)Yo celebraría muchas cosas que han pasado en nuestra historia  dentro de la ciudad (…) y que son nuestras, porque la llegada de los portugueses no es mía, no es español, sería de los portugueses y lo podrían celebrar los portugueses. Yo tengo poco que celebrar con eso. Muy poco”. Lo dicho, polémicas y sorprendentes por haber sido pronunciadas por un ciudadano ceutí que posee cierto predicamento en la ciudad.
Al hilo de estas afirmaciones, habría que suprimir de un plumazo la celebración de hechos históricos ‘españoles’ desde el 711 hasta el 1492, 781 años, pues siempre se podría decir, como Montero, “porque separa la opinión de los ciudadanos”. Adiós Covadonga, Simancas, Las Navas, El Salado, y otras, porque pueden herir sensibilidades y “separar opiniones” de los que han llegado recientemente de la mano de las inmigraciones masivas. Ellos son, pues, los que nos han de decir lo que hay que celebrar y lo que no, pues sería una ofensa para sus antepasados iguales en raza, etnia o religión. Ellos, a los que se refiere Montero, nunca, obviamente, darán su brazo a torcer para la buena marcha de la ciudad, siempre estarán dispuestos a romper la baraja, pues son y serán excluyentes.
Sería interesante, pues, conocer qué le dirá el señor Montero a su hijo sobre quiénes construyeron y por qué la Muralla Real con su foso marítimo, los baluartes de la Coraza, de la Bandera y de los Mallorquines y el espigón de la Ribera, todos ellos diseñados por Miguel Arruda, que recibió el encargo de diseñarlos del monarca portugués D. Juan III (1521-57). “¿Y qué pintaba aquí el rey portugués, papi?”, podría preguntar el crío.