La afición a los toros es tan antigua como la propia vida humana. La mitología refiere que, hace más de 4000 años, Minos, rey de Creta, hizo surgir del mar un toro, que al verlo tan bravo, bello y majestuoso, le perdonó la vida en vez de ofrecérselo en sacrificio a su dios pagano. Y también por entonces Poseidón, dios de los mares, rendía culto a los toros.
En la Prehistoria, en mi tierra, Extremadura, y en Ávila, los vettones, que junto con los celtas y los lusitanos poblaron el territorio extremeño, subiéndose algo para arriba hasta las murallas abulenses, rendían culto a dos esculturas zoológica, el toro y el verraco, éste de la raza porcina; la primera, todavía se conserva expuesta en el Museo romano de Mérida. Precisamente, después llegaron a la capital emeritense los romanos, donde a los condenados a muerte los encerraban en el circo de la antigua Emérita Augusta con leones, bisontes y toros, de manera que el preso que lograra vencer a dichas fieras, automáticamente, era puesto en libertad para premiar su indómito valor.
Después, en toda España, las corridas estuvieron destinadas primero a deleite y diversión de la nobleza, pero luego en el siglo XVIII la fiesta se hizo espectáculo popular para recreo de todo el pueblo. La celebración de las corridas de toros, lejos de atentar contra el ganado de lidia, como algunos nos quieren hacer ver, paradójicamente contribuye a su existencia y a mejorar sus condiciones de vida, tanto es así que, si no fuera porque las corridas se celebran, los animales de raza brava ni siquiera existirían, pues su crianza y mantenimiento hasta formar una ganadería brava cuesta un dineral que muy pocos ganaderos estarían dispuestos afrontar, porque se quejan de que con la subida astronómica de los piensos, les resultan económicamente inviables criar toros sólo para el matadero.
El escritor francés François Zumbielh, dice, que cada ganadería es una reserva ecológica insustituible, en la que conviven con el ganado bravo innumerables especies en libertad y muchos puestos de trabajo. Y el poeta Fernández de Moratín rimó el siguiente quinteto de arte menor: «Sobre un caballo alazano/ cubierto de galas y oro/ demanda licencia ufano/ para lancear un toro/ un caballero cristiano».
“Cuando escribo, los medios de comunicación se hacen eco de que de las corridas de toro depende el futuro de una especie que es seguro que se habría extinguido si no fuera por la Fiesta Nacional, que en realidad es 'internacional', con vieja tradición hondamente arraigada y sentida, no sólo en España, sino también en Francia, Portugal y toda la América latina, donde la introdujo en el siglo XVI el conquistador extremeño, Francisco Pizarro”
Hay gente que se horroriza por el hecho de que los toros hechos de cuatro años se maten en la plaza, cuando luego tanto les gusta devorarlos pequeñitos y tiernos en el plato los que, aun siendo inmaduros terneros, se sacrifican en los mataderos para luego hacer sus delicias culinarias, al igual que pasa con los chanquetes, cochinillos y otros animalitos inmaduros e indefensos; porque puestos a contar el sufrimiento, lo padecen hasta las plantas cuando se cortan o arrancan estando haciendo su función de fotosíntesis clorofílica.
Cuando escribo, los medios de comunicación se hacen eco de que de las corridas de toro depende el futuro de una especie que es seguro que se habría extinguido si no fuera por la Fiesta Nacional, que en realidad es 'internacional', con vieja tradición hondamente arraigada y sentida, no sólo en España, sino también en Francia, Portugal y toda la América latina, donde la introdujo en el siglo XVI el conquistador extremeño, Francisco Pizarro.
En el libro 'Los toros ante la iglesia y la moral', del padre Pereda, se pregunta con ironía qué dirían los toros si hablaran, si querer vivir un par de años más de vida humillante, trabajando como bueyes uncidos a un yunque para tirar del arado o carro como animal de carga esclavizado, con la mirada apagada, con triste rumiar y paso cansino, para en sólo varios años terminar muriendo indefenso de un puntillazo amarrado en un matadero; o, por el contrario, si prefieren vivir cuatro años como mínimo y como reyes de la dehesa, comiendo a todo placer y en salvaje libertad, para morir en el ruedo tras sólo 15 ó 20 minutos de lucha de igual a igual con el torero, que también se juega la vida.
El escritor francés François Zumbielh dice, que cada ganadería es una reserva ecológica insustituible, en la que conviven con el ganado bravo innumerables especies en libertad y muchos puestos de trabajo. Y el poeta Fernández de Moratín rimó el siguiente quinteto de arte menor: «Sobre un caballo alazano/ cubierto de galas y oro/ demanda licencia ufano/ para lancear un toro/ un caballero cristiano».
Es rigurosamente cierto que el público (o “respetable”), se divide entre “animalistas” que defienden al animal, y entiendo que hacen muy bien en protegerlo, en aras de no verlo sufrir y dolerse el animal atrozmente a base de recibir banderillazos, puyazos y estocadas. En ese sentido, a mí. también me gustaría que se dignificara en todo lo posible la lidia de los toros bravos, a modo de como hasta ahora se viene haciendo con los toros de raza y bravía, que el público termina indultándolos.
Pero, de otra parte, habiendo asistido en mis 80 años sólo a un par de corridas (no soy forofo de la tauromaquia), veo en el toreo un arte más entre tantos, y también la sublimidad del hombre que se encierra con la fiera y la lidia de igual a igual, pudiendo morir cualquiera de los dos en el ruedo de la suerte, pese a que, normalmente, sea la “inteligencia” humana la que termine dominando a la “fiera”.
De lo anterior, creo que, se infieren dos inmediatas consecuencias, la primera, lógica y razonable, que es la proteccionista de los animales (pocos habrá que deseen verlos sufrir); la segunda, que es defensora del arte de la lidia, que entiendo que también es muy respetable. ¿Cómo podrían convivir y conciliarse ambas posturas opuestas?. Pues, pienso que, en uso del derecho a la libertad de opinión y de expresión que constitucionalmente protege nuestro ordenamiento jurídico, quizá lo más equilibrado, sereno y ponderado sería dejar a cada uno que use de su libre albedrío, para que los partidarios de que se celebren corridas de toros puedan seguir viéndolas y deleitándose, y que quienes a ellas se oponen, pues, si no quieren, que no vayan a verlas para sufrir.
Pero, de otra parte, habiendo asistido en mis 80 años sólo a un par de corridas (no soy forofo de la tauromaquia), veo en el toreo un arte más entre tantos, y también la sublimidad del hombre que se encierra con la fiera y la lidia de igual a igual, pudiendo morir cualquiera de los dos en el ruedo de la suerte, pese a que, normalmente, sea la “inteligencia” humana la que termine dominando a la “fiera”
La seriedad del momento fue compensada por un cierto desorden alegre, donde a pocos metros se pudo notar la presencia de unos capotes, ver a unos alguaciles a caballo acompañando la comitiva, oír con agrado unos pasodobles interpretados por las bandas, en el mismo instante en que se agitaba la bandera tricolor. En homenaje a España y a la fiesta de los toros, dentro de una conciencia patriótica asumiendo que la tauromaquia es uno de los elementos constitutivos de la identidad francesa del sur.
El contenido de la moción transmitida se puede resumir por el tradicional lema de la República: “liberté, egalité, fraternité”: se exigió la libertad de ser aficionado e ir a los toros; la igualdad entre todos los territorios para cultivar sus patrimonios específicos; la fraternidad alimentada por la particular convivencia de los aficionados en las peñas, en las ferias y en las plazas de toros de Francia.
Y ese mismo día apareció en la prensa un manifiesto contra la propuesta de ley prohibicionista, algunas de ellas de muy destacadas personalidades del mundo cultural y otros de derechas y de izquierdas. Varios grupos de diputados han decidido ya votar en contra de esta propuesta en el debate de la Asamblea nacional francesa del 24 de noviembre. Posteriormente, el propio presidente francés, Emmanuel Macrón, ha terciado en la polémica anunciando el miércoles de la semana en que la corrida se celebró el jueves siguiente, que «Francia no prohibirá las corridas de toros, que forman parte de nuestras tradiciones populares». Anticipándose al debate parlamentario que se celebró el jueves siguiente debe celebrarse la tarde del jueves, Emmanuel Macron, presidente de la República, anunció a última hora de la tarde del miércoles que «Francia no prohibirá las corridas de toros, que forman parte de nuestras tradiciones populares».
Sin duda, Macron conoce con relativa precisión los equilibrios de fuerzas parlamentarios que deberán votar, el jueves, un proyecto de Ley decidiendo o rechazando la prohibición total de las corridas de toros. Pero quizá sea prematuro y peligroso pronunciarse definitivamente. Los debates parlamentarios son siempre arriesgados, forzosamente imprevisibles.
Al margen de un encuentro con la Asociación de los alcaldes de Francia, foro muy sensible para conocer las opiniones de sociedad francesa más allá de los influyentes círculos parisinos, Macron declaró: «No habrá prohibición. Debemos caminar hacia la conciliación, el diálogo. Son imprescindibles el respeto y la consideración». En, conclusión, en Francia, la primera batalla sobre si deben o no celebrarse corridas de toros, parecen haberla ganado los aficionados al arte de “Cúchares”. Pero la “guerra” sigue.
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