Opinión

La polémica interminable

Acabo de terminar de leer el libro “El gran manipulador”, del prestigioso hispanista Paul Preston, eminente profesor inglés de la London Schoool of Economics, en el que nos relata la mentira cotidiana del dictador Franco en los años en los que gobernó España. En uno de sus capítulos nos muestra parte del discurso que el general Mola dio el 19 de julio de 1936, dirigiéndose a los alcaldes de Navarra: “…Hay que sembrar el terror….Hay que dar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilaciones a todos los que no piensen como nosotros….”. Y más adelante, el propio General Franco hablaba para las zonas rurales ocupadas de la necesidad de “realizar la tarea, necesariamente lenta, de una redención moral, para limpiarlas de toda raíz izquierdista o anarquista”.

Estos discursos, que hoy parecerían inimaginables en una sociedad democrática, se dieron en España hace apenas 80 años por militares golpistas. Evidentemente, para Franco, que gobernó España durante 40 años a sangre y fuego, “redención” significaba, según este profesor, sangrientas depuraciones políticas que continuarían mucho después de ganada la guerra. Afortunadamente hoy eso no ocurre de la misma forma, entre otras cosas, gracias a lo que se denomina Transición española, en la que políticos y partidos de todas las ideologías cedieron en sus postulados ideológicos con el fin de construir una España en paz y concordia. Es lo que se denominó el “pacto del olvido”. Desafortunadamente, parece que algunos quieren poner en cuestión estas conquistas.

Como explicaba en un artículo anterior, estamos asistiendo en esta campaña electoral a una peligrosa estrategia de polarización afectiva, que trasciende el conflicto ideológico y se mete de lleno en el terreno de las emociones, con un rechazo visceral al otro, creando así una lacra nociva para la eficacia de la democracia. La dictadura franquista y su feroz represión, no reconocida ni rechazada por amplios sectores de la derecha, y el problema territorial, aún no resuelto, realzan estos sentimientos. Justamente esto último es de lo que se habla en el libro con el que inicio este artículo.

En uno de sus pasajes, el profesor explica que Franco tenía una habilidad suprema para mantener la lealtad de las distintas facciones (monárquicos y falangistas) a base de la distribución astuta de destinos, ascensos, condecoraciones, pensiones y hasta títulos de nobleza. Esta habilidad, junto a su conocida indiferencia hacia la pérdida de vidas humanas, hicieron que se garantizara que no hubiese vuelta atrás, no solo mediante la eliminación física de miles de liberales e izquierdistas, sino aterrorizando de manera duradera a los demás para que lo apoyaran políticamente o se mostraran, al menos, apáticos. Todo lo anterior, además de su inconmensurable ambición de poder, junto a su portentoso aparato de propaganda, hicieron que se mantuviera en el poder hasta su muerte.

Pero el capítulo más interesante, sin duda, es el que dedica a analizar el legado de Franco y su interés por dejarlo todo “atado y bien atado”, para que su régimen perviviera de forma indefinida. Como se puso de manifiesto durante la exhumación de Franco en octubre de 2019, después de 40 años, y a casi cinco décadas de la muerte del dictador, sigue vigente el legado de este lavado de cerebro en términos de la supervivencia de ideas favorables al franquismo. Al contrario de lo que ocurrió en Italia y Alemania, que hubo un proceso de educación nacional para contrarrestar la fascistización y la nazificación de la sociedad, en España no ocurrió igual, nos explica el profesor Preston.

Una prueba. Mientras que los partidos que conservan los valores franquistas nunca habían superado el 2% del voto desde el inicio de la democracia en 1977, todo esto ha cambiado radicalmente desde la aparición de VOX en 2013, pese a las declaraciones de su líder, Santiago Abascal, favorables al franquismo. En 2022 se estimaba que había alcanzado un potencial de voto popular cercano al 20%. Y en las presentes elecciones, se están dando pactos con el Partido Popular, que hasta ahora, aunque no habían ocultado su admiración por los valores del franquismo, no lo habían proclamado abiertamente.

Como se explica de forma brillante en este libro, el denominado “pacto del olvido” de la Transición respondió a un deseo colectivo de garantizar la restauración y la posterior consolidación de la democracia. Sin embargo, treinta y ocho años de dictadura, con un control casi totalitario de los medios de comunicación y del sistema de enseñanza, además del lavado de cerebro masivo deliberado, han hecho que prevalezcan dos importantes vestigios del franquismo. Uno, la corrupción dentro de la política municipal. Dos, el ambiente de crispación que proviene de tantos años de división deliberada del país en vencidos y vencedores, que han borrado de un plumazo los logros sociales y educativos de la Segunda República.

Días atrás, un familiar me recriminaba, con cierto enfado, que le tuviera en una de mis listas de distribución de artículos y noticias. Me dijo que si aún no me había enterado de que él nunca había votado al Partido Socialista, ni lo iba a votar jamás. Le respondí que ahora de lo que se trataba no era solo de votar al Partido Socialista, o al resto de la izquierda, sino de evitar que se votara a los franquistas, representados ya, sin complejos, por la derecha española.

Lo que Paul Preston se pregunta al final del libro es si el llamado “revisionismo”, que algunos hacían del franquismo, tenía como finalidad aclarar el pasado, o hacer resurgir sus odios para fomentar aquellos en los que tanto esfuerzo invirtió Franco ¿Acaso no será que está volviendo el legado más duradero de Franco de perpetuar la división de los españoles entre vencedores y vencidos? Es la polémica interminable.

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