Lo siento, pero las palabras son palabras y siempre se las lleva el tiempo... El amor no es un poema donde las palabras se juntan para decir: «Te amo más que a mi vida». El amor, no sólo son deseos, caricias, cariño, pasión y entrega...
El amor, para hablar claro y a bocajarro, y para que lo entendamos tú y yo y los demás, es «necesitar» a la persona que amas para caminar con ella, cada mañana, cada tarde y cada noche... Y, necesitar dormir en tus mismas sábanas y hacer el amor mientras alumbre la luna...
Sí; el amor no son palabras que rimen en los versos de un bonito poema. El amor es sentir que tu mujer te pertenece y, ella comprenda, que es tuya como tuyo son los astros azules en la noche...
¡Ah, el amor!... El amor son los besos y el roce con la mujer que amas hasta la locura... Y, eso, amigos, es sentir la "necesidad" de la mujer que amas más allá de las palabras e incluso del mismo sentimiento del amor...
Sí; el amor vertido en esto 100 poemas de amor dedicados a ti, Araceli, 100 poemas errantes cargados de la tristeza de tu ausencia. 100 poemas de amor escritos a golpes de soledad y de sentimientos… No; no puedo regresarte, ni tocar tu cuerpo exultante con mis manos y sentir el fuego del erotismo de tus ojos y de tu boca.
No; es verdad, no puedo regresarte; sin embargo, si puedo sumergirte como un pájaro de alas infinitas en lo más profundo de tu alma y viajar eternamente en el cosmos detrás de tu estela hasta que consiga alcanzarte ante la presencia inalcanzable de Dios… Y, él tendrá que unirnos para siempre en un nuevo ser, en un nuevo tiempo, más allá de la distancia y las horas y de la misma vida…
Aquí os dejo algunos de los poemas que hemos escrito en su memoria y en su recuerdo:
. «Mi corazón será siempre tuyo;
. mi alma también te pertenecerá…»
Se allega tu imagen atávica desde las azules
aguas del Estrecho en la cubierta de botes
del transbordador Victoria rumbo a Ceuta…
El timón siempre señala el Sur en buena mar,
y dando bordadas ora al Este, ora al Oeste,
cuando la «Sudesta» del Levante encrespa
al oleaje y convierta la bella cenefa de agua
entre Tarifa y punta Almina en un desfiladero
terrible donde las almenadas olas descargan
sus feroces ímpetus contra las férreas amuras
de los buques que, atrevidos, cruzan valientes
este surco agigantado entre Europa y África…
Y, subiste a la cantera de Benzú -yo te lleve-,
porque deseaba que contemplaras a la mujer
de piedra que dormida yace a las dos orillas
de dos continentes que marcaron la historia
desde que principiaron las horas en los siglos…
¡Ay, mujer amada!, yo te amé desde siempre,
desde que mis ojos al nacer te contemplaron
por primera vez en la lejanía del horizonte…
Sí, Mujer Muerta -la llamamos- yo me atreví
a mostrarte a tus pies, a la deseante mujer
que provocó nuestro desamor en que ahora
se hallan nuestras almas, rotas en el olvido…
Y, fuiste, Araceli, mi nuevo amor, confesado
ante ella, la mujer de jóvenes adolescentes
y de poetas que alumbraban sus perfectos
versos describiendo su inalcanzable belleza…
¡Oh, Amada!, la distancia traza su demora
en la carta infinita de los silenciosos astros
que destellan a lo lejos respondiendo raudos
a tu viaje iniciático camino del jardín de Dios…
Nada termina y nada acaba, es cierto, amor,
porque mi alma será siempre tuya en cada
triste otoñó en que el viento arrastre las hojas,
y en cada alegre primavera en que florezcan
las corolas de los campos teñidos en flores…
Y, permanecerá en cada verde valle, en cada
cerro y en cada sierra cubierta de luz y yerba;
en cada nube prisionera de tus ojos y tu boca,
en cada fuente y en cada torrente que fluya
indómito y baje prisionero a tu encuentro…
Adiós, mariposa y pájaro de alas extendidas
al paisaje inalcanzable de nuestros sueños,
conmigo vas, ¡oh, en tu corazón me llevas…!
«…dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.»
Gustavo Adolfo Bécquer
Sí… Más allá del amor…
Más allá de todo y de Dios…
Más allá de la cordillera
morada de tu cuerpo…
Más allá del mar de tu boca
y del deseo de mis besos…
Más allá de tus negros ojos
clavados como duras púas
en la metáfora de los míos…
Más allá de la constelada
noche donde titilan y brillan
los astros en el cosmos…
Más allá de tus palabras
cuando recitabas a Neruda
y sus XX poemas de amor…
Más allá de tus eróticos
versos añadidos al rumor
de las rosas en tu lecho…
Más allá de la hoguera
en llamas de tu pasión
que nos consumía al alba…
Más allá de tu ávido amor
desesperante y desolado
que deshacía las últimas
horas en esta residencia
inalcanzable de la Alameda…
Más allá de las Buganvillas
rojas, de sangre en el final
de tu último aliento postrero,
cuando la "dama de negro"
sigilosa se allegó a buscarte
tras los ventanales de luz...
Si; más allá del amor…
Más allá de todo y de Dios…
«Dios creó al hombre, y del mismo barro,
más tarde, hizo lo más perfecto, a Eva...»
Dicen que vas en la brisa de la tarde
entre las hojas caída de los árboles,
arrebatadas y en un silencio nuevo
como anunciando tu leve presencia...
Dicen que te allegas a mis sueños
y paseas de mi mano en la alameda
Apodaca junto a los azulejos añiles
y amarillos que adornan cada banco.
Dicen que quieres recordar los besos
primeros que tu deseada boca dejaba
en mis labios como una huella firme
que jamás pudiera olvidar su roce...
Dicen, tantas cosas de ti, Amada mía,
que ya no sé si vivo en tus sueños
pretéritos y adolescentes, o tal vez,
sea sólo un sueño que cada mañana
tú hilas y tejes en tu alma enamorada
para que yo exista en tu pensamiento...
¡Ay, amor!, sí, es verdad, nada existe,
sólo existes tú y tu amante corazón
en un sueño donde en un leve soplo,
en el instante mágico de un beso, tú
me diste, como un dios, la vida...
«Nunca sabré, ¿por qué te allegaste
un alegre día de carnaval? Y elegiste
una tarde aciaga del estío para alejarte…»
¿Por qué, Tely, me has abandonado?
¿Por qué te has ido tan lejos de mí?
¿Por qué designio del tenebroso Dios
has abandonado mi cama y ahora vas
cruzando la infinitud del cosmos…?
¿Acaso no te amé? ¿Acaso no fui tuyo?
¿Acaso no te busqué en cada crepúsculo
cuando las cordilleras se incendian
de fuego hasta volverse moradas, allá
donde el horizonte se quiebra en llamas?
Dime, ¿por qué me has abandonado?
¿Yo no te entregué todo mi amor, más
allá de la palabra y la vida enamorada?
¿Más allá de cada beso que yo te diera
en cada mañana que el alba rompía
sobre los cristales azules reflejado
en las claras aguas de la bahía de Cádiz
que pintaban la desnudez de tu cuerpo…
¿Acaso no te amé? ¿Acaso no fui tuyo?
¿Acaso no te buscaba cada crepúsculo?
¡Oh, Tely, no sé qué pasó en tu alma
para que me abandonases sin que yo
supiera que, en tu sonrisa postrera, ya
se dibujaba la ausencia de tu adiós...?
¿Por qué, Tely, me has abandonado?
¿Por qué te has ido tan lejos de mí?
¿Acaso no sabes que sin ti mi vida
no vale nada ni alcanza en las horas?
Todos dicen que debo rehacer la vida;
sin embargo, la vida sin tu presencia,
solo es vacío, penumbra, flor y corola
marchitada en la cumbre de la nada…
¡Ay, Tely!, la vida sin ti es desolación
y tiempo inacabado de desesperanza
donde la desesperación se hace herida,
más herida sin retorno en el corazón…
¿Por qué, Tely, me has abandonado?
¿Por qué te has ido tan lejos de mí
«Me sumergiré en tu mar infinito,
y en mi naufragio sentiré tu aliento…»
Tu cuerpo es una cordillera morada
que eleva tus blancos pechos
al mundo del deseo más allá
de las nubes que cruzan erráticas
los cielos azules hacia levante…
No hay lugar de tu exultante piel
que a golpe de deseo no conozca…
No existe lugar de tu generosa alma,
que a golpes de sentimientos no haya
rozado alguna vez en el silencio
profundo y erótico de la noche…
Yo no soy un poeta espiritual:
pertenezco a la maltratada tierra,
y a las besanas de sal del mar.
No, no lo soy; sino un amante lírico
que se sumergía cada crepúsculo
en llamas en la ávida sensualidad
de tu vientre y en el de tus ingles…
No digo que tu deseante cuerpo
es de nácar y pareciera de ninfa,
náyade o sílfide; sino el de mujer
morena que golpeaba mi instinto
rozando fiel tus caderas y tu sexo…
como el mar, siempre luchando
contra los inaccesibles acantilados.
que rompe y los deshace en arena.
Todo era pasión, incendio; fuego
de mi boca contra la tuya, y atadura
de mis manos al árbol de tu cuerpo.
No; no quiero versos espirituales,
donde sólo pervive el pensamiento;
porque yo deseo adentrarme en ti,
y sumergirme en tus aguas oceánicas
hasta que olvide mi nombre de pila…
No; no deseo vagar en las sombras
de la tristeza sintiendo tu ausencia;
sino sentirte en cada acto amoroso
y en cada beso que yo bien te diera,
tocando con mis dedos tu exultante
cuerpo que me hacía arder de pasión…
No; no, yo no soy un poeta espiritual;
no puedo serlo, porque deseo la vida
y soy un amante deseante de tu cuerpo…
«Y, yo me iré, llevándote en mi recuerdo
y bordado tu nombre en mi blusa marinera…»
Tu recuerdo, ¡Oh, Araceli!, nos alcanza
en la llegada del aniversario de tu partida...
¡Oh, el dolor de tu partida me golpea
las sienes como un manotazo invisible
que la vida -ya desterrada- me diera
por no haberte amado lo que tú siempre
me amaras. Por todas las infidelidades
que alcanzaron a otras mujeres y siempre
tú supiste perdonarme... Por aquel día
que te despedí en el alba que sangraban
las primeras nubes rojas llenas de espanto...
¡Oh, mi amor!, qué triste fue la partida
en el muelle de la farola verde que señala
la entrada a estribor de los barcos...
Yo te besé hasta dejar de sentir mis labios
en la hoguera en llamas de tu boca...
Y, yo te miraba ausente de tu alma, que ya
no te pertenecía, porque habitaba en mí…
¡Oh, mi amor! Sí, recuerdo tus lágrimas
llenas de desesperación cuando te dije
en el café de la calle Beato, que había
terminado Náutica y eran mis últimas
horas contigo… Y, ausente, no atendí
que más de mil lágrimas se agolparon
y bajaban en tropel desde tus cerrados
ojos hasta la ingratitud de mi corazón...
Me impresionó tu rostro, y tu silencio
callado, y tus arrebatadas lágrimas…
Y, yo, arrasado por tu desesperación,
puse mis manos sobre tu negro pelo,
me acerqué a ti, y besándote, te dije:
Cesa ya tus lágrimas, Araceli, porque
si bien me voy a la mar océana, tienes
que saber que nunca te abandonaré,
así pasen mil años, que me llevarás
siempre en el pliegue de tu enagua
-lo dice Joan Manuel en su canción-
y yo volveré una noche de luna crecida
para volver a besarte y, con mis dedos,
rozar la luz de tus pechos adolescentes…
«Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar.
Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha.
Ay, mi amor que me desvela la verdad.
Entre tú y yo, la soledad y
un manojillo de escarcha».
Joan Manuel Serrat
Que podría yo decirte, que tú no sepas ya…
Que podría yo decirte que tú no adivines
desde el lejano jardín en el que habitas…
Cada mañana al despertar pregunto por ti,
y todos responden que te has ido a un lugar
donde yo no puedo buscarte ni encontrarte…
Y, el corazón se rompe en mil pedazos sin
que pueda luego recomponerse a mi pesar.
Qué locura es ésta que yo no pueda buscarte,
ni saber en qué jardín de Dios ocupas todo
tu tiempo que antes me entregabas sonriendo…
¿Acaso ya no existes, o acaso ya no habita
en ti los mismos sueños que antes viajaban
enamorados y deseantes de tu corazón al mío?
¡Ay, mi amor!, sin ti -como dice Joan Manuel-
ya no entiendo las mañanas al despertar, y mi
cama es un mar de anchos horizontes sin fin
que no acaban nunca tras los crepúsculos…
Recuerdo el roce de tus besos apasionados
sentados en los bancos policromados añiles
y amarillos vidriados en cerámica andaluza
de la Alameda donde el silencio de la tarde
tejía en nuestras almas los primitivos deseos.
¡Ay, mi amor!, nada parece lo que acontece
y yo ya no sé si he de guardar tu ausencia,
o acaso sea mejor terminar con esta hoguera
de vanidades en que la vida se ha convertido…
Entre tú y yo, Araceli, queda un manojillo
de escarcha de la canción que tanto te gustara
y la yerba que sube del valle de Benamahoma
en el Pinsapar de la sierra alta y feraz de Cádiz…
Ya no nos pertenecemos, porque te has alejado
buscando el sosiego de las cumbres en calma
donde Dios elige a las muchachas que han
de acompañarle en la eternidad de las horas
donde giran los astros dejándonos su luz…
Y yo, amor, no pude encontrar el camino,
aún, que serpentea las laderas del bosque
de cerezos en flor y de corolas de toronjil
en la cercana primavera donde te refugias.
Qué podría yo decirte, que tú no sepas ya…
Qué podría yo decirte que tú no adivines
desde el lejano jardín en el que habitas…
«Boina verde y alma de roja amapola
que incendió siempre mis crepúsculos…»
Te recuerdo como eras en el París otoñal.
Eras la boina ceñida y el chaquetón verde.
Y, en tus ojos se reflejaba la torre Eiffel
como el mástil de una nave evanescente.
Llevabas como siempre de carmín la boca
para dejar en mis labios el fuego del deseo.
¡Ay!, tu huella de lápiz rojo en la sequedad
de mi boca sedienta de tus eróticos besos.
Y desde el océano tu amor imperecedero
trazó el rumbo desde Cádiz a los andenes
en silencio y grises del puerto del Havre
dejando tu sonrisa en los noráis del muelle.
La mañana nos trajo los extensos campos
de Francia que exultantes en cada ventana
se abrían a los ojos cautivos y prisioneros
del paisaje que el veloz tren nos mostraba,
Y regresamos en el atardecer cuando la luz
se extinguía tras los horizontes en una llama
malva. Y entonces, Tely, reflejada tu imagen
en los cristales, te amé más que a mi alma…
NOTA: París, y tras la torre Eiffel la bella imagen de Araceli ceñida de su característica boina verde, que siempre le acompañaba en sus viajes…Dejamos el B/T Quimiquero “Eloísa”-Araceli me acompañaba en las navegaciones-, en el puerto del Havre, y marchamos en tren a visitar Paris…
«Araceli, amaneciste otra vez entre mis
brazos y despertaste llorando de alegría...»
Amanece mi boca con tu boca
y mis manos se enredan atávicas
entre las palabras y tu pelo negro...
Viaja mi corazón en el tuyo,
y mis palabras se desvanecen
cuando mis ojos transmutan
la geometría curva de tu cuerpo
en una cordillera de deseos
desde los cerros de tus pechos
a la frontera suave de tus ingles...
¡Ay, mujer, nunca despiertes
del sueño eterno del amor!
No, no desees despertar nunca
-mujer carnal de pasión y fuego-,
porque la vida es el acto de amor
que se halla preso en tu memoria
desde, tal vez, antes de nacer...
La existencia abandona su dolor
en las noches largas de zozobra,
cuando el roce de tu respiración
se siente lejano entre las paredes
y las sábanas de luz de tu alcoba...
¡Ay, mujer -mariposa en arrullo-,
no despiertes del sueño eterno
donde fluye la fuente del amor!
Porque ya sabes que aún habito
en tu misma presencia de ayer,
cuando apenas eras un susurro
en la mente distante de Dios...
Amanece mi boca con tu boca
y la noche se apaga en silencio
con los últimos luceros del cielo.
Y entre mis manos dejas tu pelo,
y tu cuerpo enciende mi deseo
más allá del verso y la palabra...
«Araceli, las horas y el tiempo ya no exiten;
porque sólo tú existes en la ausencia, amor…»
Cien poemas de amor a golpe de verso
en cada hora de cada día, recordando
tus alegres ojos, tu boca grande llena
de pasión, tus sonámbulos pechos, y
tu erótico cuerpo de mujer abandonada
a la lujuria de mi pasión inalcanzable...
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor
que hemos escrito cada mañana al alba
cuando la luz rompe el horizonte malva
allá en la cordillera de los sentimientos
encontrados como un mar embravecido
que rompe contra tus muslos y tu sexo.
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor
que hemos ido tejiendo con cada hilo
a cada golpe de sentimiento y pasión,
como un bosque de altas araucarias
que en la verde hojarasca de sus ramas
guardasen el secreto de tu corazón…
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor.
que la vida en sus labradas besanas
han ido surcando nuestros caminos
más allá de ti y de mí, de nosotros…
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor.
cien poemas que fuera lo acordado
que yo te escribiera en aquella tarde
aciaga cuando comenzabas el viaje
a través de los imperturbables astros
más allá del límite de la existencia…
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor
como si fueran golpes de campana
que sus ecos se oyeran en cada calle,
en cada plaza, en cada jardín de mil
corolas que tú y yo pisamos un día…
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor
que te he dejado al profundo dolor
de tu nostálgica memoria, que más
que dolor, amor, es una herida abierta
a tu ausencia, a la misma vida, a todo…
Oh, sí, Araceli, 100 poemas de amor,
que podría yo decirte es este adiós
definitivo que alcanza la azul tristeza
de mi alma enamorada de tu alma;
es verdad, yo no sé qué podría decirte,
tal vez es mejor no decir nada y dejar
que el viento azotara a mis palabras
como a una vela en la soledad del mar…
Adiós, Araceli, mi corazón te llevas,
adiós, adiós…Te esperaré al alba junto
a un lucero de luz encendido, donde
habitas y sueñas anhelando mi llegada,
y cuando me llamen al fin de mi tiempo
habitaré en tu alma en mi postrero aliento…
NOTA: Hemos dado término al último poema de este poemario dedicado a ti, Araceli, y escribimos la última palabra de la última estrofa; sin embargo, nada podrá evitar que mis versos continúen recordándote cada hora.
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