Opinión

La plena convicción en el sistema multilateral para salvar las fracturas

En los tiempos que vivimos el sistema internacional se decide antes por la competitividad en sí, que por la cooperación multilateral. De manera, que actores consagrados y emergentes rivalizan por sus atracciones exclusivas. Las réplicas multilaterales en materias como el patrocinio de los designios del desarrollo del milenio o del medio ambiente, no se ponen en marcha o las negociaciones se dilatan en demasía.

En tanto, en el entramado de la paz y la seguridad, existe un retorno a las tiranteces habidas entre las potencias y un ascenso de conflictos no convencionales con grupos violentos no estatales. Y en el horizonte, las diversas misiones de mantenimiento y construcción de la paz bajo la representación de las Naciones Unidas podrían ser reemplazadas por misiones de estabilización con atribuciones menores y breves en el proceso, o por coaliciones militares para responder a grupos irregulares como el autodenominado Estado Islámico o Boko Haram.

Dicho esto, las perspectivas por vislumbrar un universo cooperativo después de la Guerra Fría (1947-1991) no se han visto alcanzadas. El patrón de economía neoliberal dominante desde los años ochenta fue en todo momento en contra de las políticas multilaterales. Conjuntamente, el punto y final de la Unión Soviética (26/XIII/1991), más la entrada de la Federación de Rusia en la economía de mercado, la progresiva reforma económica e intrusión en la globalización de la República Popular China y la tolerancia en Europa de un ideal económico liberal frente al precedente socialdemócrata, precipitaron los desafíos y la desigualdad. Y siendo la liberalización la regla de juego común, no había motivos para implementar la cooperación.

No obstante, desde hace algunos períodos el multilateralismo franquea una fase de importantes dificultades y a la par afronta múltiples desafíos y variaciones. Primero, retos como la disonancia de intereses y enfoques dentro del andamiaje internacional, más la regionalización del sistema, los muchos nacionalismos y bilateralismos, el proteccionismo y la xenofobia, los énfasis populistas y los extremismos junto a los laberintos no saldados, menguan todavía más el protagonismo condicionado de las organizaciones multilaterales para contrapesarlos.

Y segundo, la remodelación de las fuerzas militares, la gravitación que los diversos actores van contrayendo para ganar músculo con la recomposición de la economía planetaria, así como la prelación frente a lo internacional, implantan un sinfín de alteraciones en la vidriosa estabilización que ponen en jaque la paz y la seguridad y obstaculizan el desarrollo sostenible.

Pese a estas evidencias que como no podía ser de otro modo inciden a más no poder, asuntos afines con los derechos humanos, la paz y la seguridad o el medio ambiente, persisten candentes en la agenda internacional.

En otras palabras: la era de la globalización que incide a velocidad crucero junto a un mundo multilateral, materias incuestionables por su calado como las premuras geopolíticas, los lances militares, el cambio climático, las apuestas infligidas por las nuevas tecnologías, la defensa de los derechos humanos, las vicisitudes humanitarias y migratorias, la desigualdad y la discriminación, el crimen transnacional organizado o el terrorismo, entre el elenco de otros muchos más, son argumentos transversales a los estados que demandan más atención y un accionar fusionado.

Con estas connotaciones preliminares y al objeto de ofrecer alguna respuesta a las numerosas incógnitas que subyacen, es preciso encajar sucintamente el significado de ‘multilateralismo’, como la interpretación de su naturaleza en su justa medida y el operar que desempeña en el engranaje del sistema internacional.

Como es sabido las Naciones Unidas despuntaron oficialmente el 24/X/1945, tras la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945) con una encomienda vital: el sostenimiento de la paz y la seguridad internacionales. A este tenor, la Carta de las Naciones Unidas, instrumento fundacional de la Organización, dispone que una de las finalidades y principios pasa por el deber irrefutable de satisfacer los cuestionamientos por vías pacíficas y la distinción de que las próximas generaciones abandonen la tragedia de la guerra.

“En las últimas décadas presenciamos con inquietud un enconamiento de las argumentaciones nacionalistas que ponen en desaprobación los diversos programas multilaterales, tanto en la órbita regional como global”

Pero es necesario comenzar incidiendo que con el empeño de conservar la paz y la seguridad, la Organización quiere evitar a toda consta los conflictos y conducir al acuerdo a las partes involucradas. Conquistar la paz insta a introducir no sólo los escenarios favorables para que esta exista, sino para que perdure. El Consejo de Seguridad es el máximo garante de la paz y la seguridad y, como tal, la Asamblea General y el Secretario General, junto con otros negociados y órganos de la ONU, despliegan igualmente un tarea significativa.

A pesar de todo, la prevención de conflictos continúa quedando como un matiz poco definido abiertamente como parte del trabajo encomiable de las Naciones Unidas. Los medios de comunicación acostumbran a enfundar las crisis acto seguido de que se tornan frenéticas, cuando las condiciones calamitosas alimentan más posibilidades de seducir la curiosidad de los espectadores. El Consejo de Seguridad, en calidad de órgano de las Naciones Unidas al que incumbe la competencia fundamental de la paz y la seguridad, ejerce una actuación imprescindible en el contrafuerte de las medidas provisorias, hasta centrarse en el cometido de crisis urgentes y arduos conflictos.

En base a lo anterior, es dificultoso contrastar el impacto de la ONU en salvar el comienzo, como el ascenso, la amplificación y la intermitencia del conflicto en sus diversas aristas, con el añadido que el inconveniente crece exponencialmente con la prueba de corroborar que un acto concluyente hizo que no se originara la complejidad.

La situación global de nuestros días muestra inequívocamente que los estados no pueden resolver los escollos por sí mismos. Únicamente podemos obtener un buen resultado si unánimemente se persevera. Con lo cual, el multilateralismo no es obligatorio. En sí, es el medio más efectivo y conveniente, ya sea de índole regional o integral, para conquistar los propósitos de la paz, el desarrollo sostenible inclusivo y sin excepción, los derechos humanos.

Luego, el protagonismo de la diplomacia ha de asentarse en mitigar las tensiones antes de que éstas confluyan en conflicto, o si valga la redundancia, el conflicto detona, proceder cuanto antes para reducirlo y disipar sus orígenes crónicos. Por esta razón la diplomacia preventiva es esencial para secundar los esfuerzos denodados de las Naciones Unidas en arrimar el hombro para enderezar las disputas.

Es por todo ello, que la responsabilidad con el multilateralismo junto a la paz y la seguridad, se afianzó tanto por la amplia mayoría de los líderes en el ‘Debate General de 2018’, como en la subsiguiente discusión durante el ‘Diálogo de Alto Nivel sobre la Renovación del Compromiso con el Multilateralismo’ (31/X/2018). Días más tarde, el 12/XII/2018, en una votación de 144 votos a favor y dos en contra, la Asamblea General dio luz verde mediante la Resolución A/73/L.48, contemplar el 24 de abril como el ‘Día Internacional del Multilateralismo y Diplomacia para la Paz’.

Si bien, al objeto de ir perfilando la fundamentación de lo que se pretende desgranar en estas líneas, el multilateralismo suele descifrarse en oposición al bilateralismo y al unilateralismo. Y en sentido minucioso, rotula una manera de cooperación entre al menos tres Estados. Con todo, esta descripción cuantitativa no permite detectar el fondo del multilateralismo. No se trata escuetamente de una aplicación o cantidad de agentes envueltos, sino de la fidelidad a un proyecto político cimentado en el acatamiento a un sistema compartido de normas y valores. Concretamente, el multilateralismo se sustenta en principios promotores como la solidaridad, la consulta e inclusión.

Para ir afinando la instantánea distintiva del multilateralismo, su articulación está prescrita por criterios perfilados agrupadamente que proporcionan una contribución razonable y eficiente. Estas medidas acredita a los colaboradores los mismos derechos y deberes. Y es por su resultante, tanto un procedimiento de cooperación como una manera de ordenación del sistema internacional.

Hoy por hoy, el multilateralismo es parte implícita de la ONU y como tal, la Carta de las Naciones Unidas no se reduce meramente a puntualizar la estructura, misión y labor de la organización. En definitiva, es uno de los contrafuertes del sistema internacional. En su Informe sobre el papel de la institución ante la Asamblea General, el Secretario General recapituló literalmente que la Carta continúa siendo la “brújula moral para promover la paz, la dignidad humana y la prosperidad y para defender los derechos humanos y el Estado de derecho”.

Las Naciones Unidas se encuentran al servicio de los Estados Miembros para lograr compromisos y llevar a término decisiones colectivas. La Carta dispone al pie de la letra que la organización es un “centro que armoniza los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes”, con la finalidad de “tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto del principio de la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos y lograr la cooperación internacional”. Para ello, las Naciones Unidas han de afanarse para satisfacer “problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario y desarrollar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales de todas las personas”.

Aunque durante más de setenta y cinco años las Naciones Unidas han sido por antonomasia la rúbrica multilateral, estos avances se han visto diversificados. Y uno de los progresos más perceptibles de la diplomacia se trasluce en la ampliación de los Estados miembros. Transitando de 51 en 1945 a 193 en la actualidad.

Al mismo tiempo de este ensanchamiento horizontal, el molde multilateral se ha prolongado perpendicularmente, englobando otros agentes, como organizaciones no gubernamentales (ONG), representantes del sector privado y otras entidades internacionales. En estos trechos, más de mil ONG y organizaciones asumen la disposición de ser observadores ante las Naciones Unidas.

El multilateralismo ha conseguido logros notorios que han desembocado en importantes mejoras, como por ejemplo la erradicación de la viruela en la esfera sanitaria. De igual forma, se han anticipado trascendentes acuerdos para delimitar el control de armas y suscitar y robustecer los derechos humanos. Sobraría mencionar en estas líneas, que la cooperación en el cuadro multilateral de las Naciones Unidas cada día salva infinidad de vidas.

Llegados a este punto, podría decirse que nos atinamos en un contexto histórico en la que el multilateralismo y los distintos talentes de liderazgos políticos coligados, precisan ser restaurados. No cabe duda, que este es un período de progresivo desequilibrio sistémico, como de desgaste de las aprobaciones internacionales predominantes en décadas precedentes y de impugnación de los modelos reinantes de gobernanza y desarrollo.

Si se preconcibe lo multilateral como principio ético y político, lo distinguido debe ser indisociable de las miras para los que este procedimiento es acomodado. Véase que un ejercicio verdaderamente multilateral sería de este modo: aquello que transfigurase los vínculos sociales hegemónicos en favor de un mayor reconocimiento, reparación y redistribución paras las fuerzas subyugadas y dependientes, poniendo en el foco de la cooperación política las atracciones de estos grupos discriminados. En este aspecto, los razonamientos que han constituido la intensificación de los procesos de convergencia y aproximación de la globalización, han discrepado de amoldarse decididamente al principio de multilateralidad.

El multilateralismo de una manera escueta, es una forma en la que se realiza una elección entre diferentes opciones o maneras posibles y donde el consenso y la negociación son primordiales. Estados Unidos, como superpotencia militar y económica fue parte de la disposición y diseño de los organismos que hoy diferenciamos y destinamos como foros multilaterales.

Posteriormente a la disipación de la Unión Soviética el influjo norteamericano adquirió más brío. Como supremacía de cualquier tipo, el impacto que ha tenido Estados Unidos es acortar la viabilidad de que las entidades y regímenes multilaterales se transformen en foros que impulsen el multipolarismo. Ahora bien, el mecanismo internacional encara variaciones específicas que esconden resultantes de carácter estructural. Llámense la remodelación de las fuerzas militares y sus misiones, el restablecimiento de la economía mundial y la concerniente balanza que los diversos países aglutinan. Y como no, la certeza del exiguo papel de Naciones Unidas y sus organizaciones.

“El multilateralismo es el medio más efectivo y conveniente, ya sea de índole regional o integral, para conquistar los propósitos de la paz, el desarrollo sostenible inclusivo y sin excepción, los derechos humanos”

Como admiten algunos investigadores, los cambios radicales del sistema internacional han propiciado la interposición militar con o sin el beneplácito del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Toda vez, que el aparecimiento y sucesiva proliferación de instituciones y regímenes multilaterales, ha originado la confluencia de valores comunes de un modo posiblemente como en ningún tiempo antes era contemplado.

La mayoría de las administraciones presentan sus credenciales democráticas, los derechos humanos son un concepto que aunque aún es porfiado en su alcance integral, se salvaguarda por gran parte de los territorios y en este siglo se ha acentuado el mayor crecimiento económico, incluyendo el descenso de la pobreza. Sin embargo, a la hora de la verdad el sistema multilateral no responde justamente a estos valores. Y en contraste, se confirma una persistencia para intervenir unilateralmente en la defensa de los intereses de seguridad. Esta disyuntiva se traza como la disputa entre ganancias absolutas y ganancias análogas.

La voluntad generosa del multilateralismo es constituir preceptos de comportamiento de recíproca complacencia para las naciones, así como el impulso de instituciones que defiendan la cooperación. La paz, induce a un acuerdo entre los estados que asienten reglas legibles y roles en el sistema internacional.

Desafortunadamente, el curso al que hemos asistido en los últimos tiempos no es un multilateralismo genuino, sino un unilateralismo enmascarado de multiplural.

Así, numerosos actores reconocidos como potencias de primer orden, han hecho pender las cuestiones de interés internacional en consonancia a sus intereses nacionales exclusivos y mediante el proceso de coaliciones. Por ende, las negociaciones han proyectado un vuelco hacia países sin una plena aportación o legitimidad de los integrantes de la comunidad internacional. Bien, “una nación, un voto”, no ha sido un principio que encarrile a las organizaciones en los ejes imprescindibles de seguridad y bienestar.

Además, el multilateralismo contrae serias anomalías que se han agudizado. La manifestación de otras amenazas a la paz y la seguridad, así como la incertidumbre que asesta el modelo económico que aparentemente habría reproducido la bonanza, causan graves interrogantes a la magnitud del esqueleto de gobernanza para resolver conflictos. Algunos desencantos del sistema multilateral se realzan en una discriminación o deslizamiento hacia una actuación circunstancial de las Naciones Unidas en sumarios de seguridad. Asimismo, las reprobaciones al sistema multilateral son generalizadas, aunque se puedan juzgar sus beneficios en aminorar costos de transacción para los estados y su capacidad para proporcionar bienes públicos. Incluso se destaca su rasgo poco elitista y democrático.

A fin de cuentas, su carácter burocrático mirando a los organismos, como su disociación de las instituciones democráticas y el taxativo concurso de los ciudadanos, atenúan su potencial de rendir cuentas y motivar reflexiones en un sentido democrático.

Valorando las premisas sobre la paz, los conflictos y la seguridad, el crecimiento de instituciones entregadas a la preservación de la paz, específicamente en el horizonte regional, así como el surgimiento de otros actores contiguos, incita a nuevas posibilidades no divisadas con anterioridad. Pero igualmente, implican un riesgo añadido para la participación legítima e irremisible.

Ni que decir tiene que la instauración de instituciones o regímenes regionales conforma la determinación, asignación de recursos y la plasmación de soluciones locales sin intrusiones geopolíticas externas, pero se constata la dificultad en la duplicidad de esfuerzos, el difícil acoplamiento de operaciones conjuntas y hasta una permisible competencia por el protagonismo de algunos, fundamentalmente porque las entidades y sus agentes tratan de conservarlas en vigor.

Finalmente, la debilidad del sistema multilateral para replicar a las ambigüedades que tienen efectos sobre la comunidad internacional, más el emergente rol de otros actores estatales y no gubernamentales con una clarividente intencionalidad de incurrir y hasta modificar el armazón de la política exterior, el establecimiento de otros bloques y la tonificación de otros regionales, traslucen una mutación de las condiciones mundiales de cara a la ausencia de beneficios provisto por la estructura multilateral y permite pensar que hay una crisis en el sistema.

La declaración moderada de los organismos que acomodan Naciones Unidas a la mayoría de las cuestiones, ha reportado al desvío de éstas al optar por componentes ad hoc como el Grupo de los Ocho (G8) o el Grupo de los Veinte (G20), donde sus miembros deducen que los foros hacen que sea más eficaz la toma de decisiones. Sin inmiscuir, que decrece la autenticidad democrática al ser excluyente. De ahí, que uno de los retos principales que resiste el multilateralismo es el desajuste de intereses y visiones del sistema. Concretar términos de defensa y seguridad en las organizaciones dadas a este sumario confirma ser una labor bastante espinosa.

A día de hoy, el uso sistemático del terror mediante el terrorismo suele convertirse en el ejemplo reincidente, pero por lo general, la exposición de amenazas y variables de riesgo soporta el mismo entresijo. En paralelo, otro de los desafíos retrata la encrucijada de intereses produciendo que el logro de estos organismos se aquilate por su capacidad para alcanzar un acuerdo y no por el impacto de los ultimatos o su capacidad para desenredar las alternativas de seguridad.

La regionalización responde a la resaca del obstruccionismo imperante en aquellas organizaciones llamadas a ser el foro ecuménico de las materias o el centro del multilateralismo.

Estos espacios regionales de debate y aprendizaje intergeneracional no son obligatoriamente perjudiciales u opuestos al multilateralismo, pero sí causan dinámicas herméticas en donde se forjan normas y reglas, aunque estas pueden ser desacertadas porque no siempre se consideran conformes con aquellas que se predisponen en otros foros. Amén, que la regionalización abriga sus propios beneficios, en tanto se empequeñece el rechinamiento en las conferencias internacionales al exhibir a estos bloques cohesionados.

En consecuencia, en las últimas décadas presenciamos con inquietud un enconamiento de las argumentaciones nacionalistas que ponen en desaprobación los diversos programas multilaterales, tanto en la órbita regional como global. Y muy conexo a la ascensión de la extrema derecha, no solo en Occidente, tanto las oratorias como las resoluciones políticas han estado maquilladas por establecer directamente los límites fronterizos de la influencia nacional, el rehúso a borradores políticos comunes y el cuestionamiento a los cimientos de la democracia. Recuérdese al respecto, el abandono de su condición de Estado miembro del Reino Unido de la Unión Europea (1/II/2020), o el objetivo político de Donald Trump (1946-78 años) en torno a ‘América Primero’ y ‘Hacer Grande a América Otra Vez.

Hoy más que nunca, pero menos que mañana, la cooperación internacional es de vital trascendencia. Las organizaciones multilaterales urgen ser respaldadas para salir reforzadas de las diversas crisis y ofrecer respuestas oportunas a las cuantiosas contrariedades que percuten. Pero igualmente, reivindican ser mejoradas en su hechura y actualizadas para desenvolverse en red con el sector académico, la sociedad civil y otros actores sociales, con el punto de mira puesto en responder adecuadamente a los requerimientos de la ciudadanía.

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