El incendio de hace una semana en plaza Nicaragua ha reavivado el malestar entre los vecinos. El esqueleto de la construcción que se yergue en este solar propiedad de la Ciudad Autónoma, según defendió la propia institución a mediados de 2017, se ha convertido en un asentamiento de toxicómanos, lugar de esparcimiento para menores que se saltan las clases y cobijo esporádico de extranjeros fuera del CETI.
Una ‘galería’ que remata la acumulación de basuras de todo aquel que pasa por allí, las peleas a altas horas de la madrugada por una papelina e, incluso, como relatan los residentes en la zona, detonaciones de armas de fuego.
El vecindario solicita a su propietario –la Ciudad, particular o empresa– que proceda a vallar esa estructura descarnada porque cualquier día puede ocurrir una desgracia. Ya no solo a ellos, que el pasado lunes vieron como las llamas se abalanzaron sobre sus viviendas y por suerte contrarrestaron el avance del fuego mientras llegaba Bomberos, sino por los niños que han convertido esos cimientos en su lugar de juegos y se asoman al vacío a varios metros de altura.
Los residentes en los alrededores consideran obligatorio establecer las medidas de seguridad necesarias en esta construcción inacabada, como ocurre con cualquier obra que está paralizada. “Porque, si ocurre algo, ¿quién será el responsable?”, se preguntaron.
El descenso al portalón metálico instalado recientemente en la planta baja de la estructura da una idea de lo que aún hoy se encuentra dentro: colchones, ropa, excrementos, todo tipo de residuos y enseres para el consumo de estupefacientes. Dentro estaba oscuro pero los afectados portaban una linterna porque no sabían con qué se podían encontrar.
El ‘hotel’, como lo denominan, estaba vacío la tarde del jueves. El aire viciado por el mal olor era más intenso a medida que se avanza al fondo, donde sus moradores tienen los camastros. Allá donde mires, papel de aluminio donde consumen los estupefacientes. “Aquí hay papel de albal para darle una vuelta al mundo”, masculló uno de los guías a los bajos fondos.
Cerca del catre donde fuman el último chino, una montaña de basura y un material amontonado difícil de identificar. “Es el revestimiento del techo, inflamable, si se prende junto a la basura, puede alcanzar una temperatura tan alta que derribaría la estructura. Parecido a lo que ocurrió en el incendio de los garajes en Parque Ceuta, solo que aquellos edificios estaban terminados. En este está todo al desnudo”, explicó uno de los habitantes de la barriada.
De vuelta al exterior, y con cuidado de no pisar nada de lo que después arrepentirse, la presencia de los vecinos ahuyentó a uno de los inquilinos de este poblado de toxicómanos. En la oscuridad del piso superior, podía verse a ratos su silueta alumbrada por los fogonazos de un mechero. Ellos entienden que son adictos, pero su nivel de tolerancia tiene un límite y consideran que las administraciones deben de ocuparse de ellos.
La plaza Nicaragua ha sido un problema político y judicial para los gobernantes, pero ahora también lo es de seguridad y de salud pública. El vecindario solo se siente atendido por la pareja de la Policía Local que en los últimos días patrulla por la zona y por el servicio de desratización de la Consejería de Sanidad.
Aunque de poco sirve porque vuelven en plagas, sospechan, porque las arquetas quedaron al descubierto con la retirada de tierras. “Un amigo me pidió que le cuidara a sus aves en mi patio pero hubo una noche en la que las ratas las devoraron a todas”, puso como ejemplo un vecino.
La plaza Nicaragua siempre ha sido un asunto enquistado para la administración autonómica por la maraña de contratos incumplidos, avales sin retener y embargos en los que ha estado enredada durante años hasta que la Ciudad anunció en 2017 que se hizo con los terrenos en subasta pública.
Una vez descartado que el nuevo mercado de Hadú vaya allí, las fincas se dedicarán a viviendas, a la eterna plaza pública y al nuevo vial que conectará con la avenida España. En el inicio de esas actuaciones tienen los vecinos depositadas sus esperanzas. Pero la tardanza y los últimos hechos les inquietan e impacientan.
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