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Platero

Alma mía, lirio en la sombra!-Dije. Y pensé, de pronto, en Platero, que aunque iba debajo de mí, se me había, como si fuera mi cuerpo, olvidado. »    Por  las tardes, algunas veces, Don. José Solera, nos leía algún trocito de «Platero y yo»,  el librito que Juan Ramón Jiménez, escribió para los niños… ¡Qué emoción!  ¡Qué sensación  de paz nos embargaba de su lectura!....Eran tardes azules, azules, azules…Y recuerdo, como una impronta, por su melancolía y por su belleza varios de aquellos capítulos. Me acuerdo de la «niña chica», ella lo llamaba de manera amorosa de todas las formas que acertaba a decir: «¡Platero! ¡Platerón!, Platerillo” Platerote! ¡Platerucho!»   Ella, como dice Juan Ramón: «Navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste: « ¡Platerillo!... Desde la casa oscura y llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico!» Ella navego para siempre, en su cuna alba, a los confines azules y cárdenos donde habita Dios…Él, Juan Ramón, apuntaba: «Desde el cementerio ¡como resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!...Volví por las tapias, solo, mustio, entré en la casa por la puerta del corral y huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.» Don José, cerrando el libro y con la emoción todavía en sus ojos  decía con dificultad:
-Recojan sus cosas y salgan al pasillo….
Nosotros, en silencio, con pausa, recogíamos nuestros enseres y salíamos al pasillo, pero en nuestro interior, como una madreselva que trepa a la luz, también trepaba en nosotros un sentimiento de ternura, de compasión, de pertenencia a todos los lugares y a  todas las existencias  nacidas en este paraíso. Era un sentimiento de unión con la naturaleza, con lo inexplicable…
Tengo unidos en la memoria a Juan Ramón y a don José, uno compone  la elegía, y el otro, con   aquella voz tan clara, «de serial», nos recitaba palabra a palabra, párrafo a párrafo, algunos de los capítulos que su sensibilidad escogía…  
¡Cómo se puede olvidar aquellos momentos únicos y mágicos, sentados  junto a los  pupitres y absortos en la recitación, que como un mantra oriental, iba dejándonos caer nuestro sensible maestro, en nuestras almas…!
¿Qué une a un maestro y a un discípulo? ¿Qué extraño sortilegio hace que se unan dos voluntades y queden unidas para siempre en el recuerdo? ¡Maestro y discípulo!  De una parte agradecimiento, respeto; de la otra, plenitud entrega…Si yo dijera: prisión, tú me dirías: alas; si yo pronunciara: cansancio, tú apuntarías: dedicación; si acaso en última instancia yo te anunciara: olvido, tú, con una generosa sonrisa, harías comprender mi error…Luego, me despedirías  con un beso…  
También, recitabas:
-«Platero  es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que parece de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.»
Y yo, que nunca supe lo que significaba «azabache», no sé por qué, al instante, pensaba en mis dos zapatos de charol negro que mi madre, como un ritual religioso,  me ponía las mañanas de los  domingos. Y que a pesar de sus recomendaciones, siempre volvía con las puntas arañadas de golpear cualquier lata o cualquier piedra que me encontrase en el camino…
Todo el mundo necesita de hablar con alguien;  algunos hablan con los amigos, otros con sí mismo, los hay que incluso con Dios…Juan Ramón, eligió hablar con su alma, y para ello no eligió a un ángel  o a una hada, sino que eligió al ser más humilde donde los haya, y eligió a Platero, él sabrá por qué consumó esta humildad…
Y ya que hablamos de la humildad, habrá párrafo más humilde que este que a continuación os leo:
-«¿Quiénes serán ese hombre enlutado y ese burrillo de plata?
…Después, hemos seguido hasta la mar blanca, yo delate, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda…
…De vez en cuando, Platero, deja de comer, y me mira…Yo, de vez en cuando, dejo de leer, y miro a Platero…
…y, al fin confiado, pisando seco y duro  en los ladrillos, se entra conmigo por la casa...»      

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