Doña Trinidad Vinuesa Martín se levantó un buen día, cogió su bolso y a sus dos hijas y se echó a la calle después de bajar unas empinadas escaleras con escalones que requerían estar más ágil que una gacela.
Andaba con dos ojos para evitar caídas, uno para sus niñas y otro para ella. Allí vivía con su familia desde los nueve meses, allí había mirado desde sus ventanas una y mil veces a la gente que subía la cuesta en un para arriba y para abajo incesante.
No me iré de mi casa, mascullaba entre dientes, como si desafiara al tiempo y al destino.
Ese día, sin venir a cuento, se fijó en las fachadas de su barrio, en las paredes envejecidas y desconchadas por la humedad, en los comercios cercanos que se iban mustiando con el tiempo hasta que cerraban sus puertas.
Allí, Trini, que así era conocida por todos, recordó historias, charlas con sus vecinos, voces de sus hijas que la llamaban desde la calle para que lanzara por la balconada cualquier cosa que necesitaran. Aunque vivía en un primero se tenía la sensación de haber subido a un rascacielos cuando alcanzaban la entrada de la vivienda. Trini, era un ser de luz. Su disposición a ayudar a todo el mundo, la animosidad, el carácter positivo y la sonrisa dibujada en su rostro inspiraban la confianza y bondad de las buenas personas. Celosa de su intimidad, aunque dispuesta a oír a todos los que venían con algún problema o necesitaban cualquier cosa.
Aquél día miró el reloj, escuchó el viento en las sábanas tendidas, limpió con un pañuelo el baho de las gafas y, hablando con su pasado, exclamo para sí misma: Soy la vecina más antigua de la calle Alfau. Desayunando en la cafetería de la pasarela y, en voz silenciosa propia de su prudencia, en tono de broma e ilusión le comentó a sus hijas: Deberían ponerme una placa para dejar constancia quién había vivido vecina más antigua de la calle Alfau.
Y así, charlando, entre el humo del cafelito de su Cafetería del puente Alberto Gallardo oiría la conversación. Y, sin más tardar, habló con el vecindario y, para sorpresa de la señora Trini, colocó la placa conmemorativa en la mismísima fachada de su casa.
“En este edificio vive desde 1934 Doña Trinidad Vinuesa Martín, la vecina más antigua de la calle Alfau”.
Nuestra protagonista tuvo que vender la casa sin dejar el barrio, aquellas escaleras y su salud no le dieron otra alternativa.
El destino hizo que yo me fuera a vivir a la calle Alfau, justo enfrente de la placa.
De cuando en cuando sigo viendo a Doña Trini abriendo la ventana para orear las habitaciones. Nunca nos vamos definitivamente de los sitios que hemos amado.
Ojalá las paredes del pueblo nos narraran las voces de los que se fueron aunque sigan estando con nosotros.
Su hija, mi Compañera Trini, con la nostalgia en el alma, cuando me relataba esta anécdota rememoraba lo que apostillaba su madre para aclarar los malos entendidos: Soy la vecina más antigua de la calle Alfau, pero no las más vieja.
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