Opinión

La Pizarra | Se ha perdido la vergüenza

Estamos viviendo una etapa muy convulsa, caracterizada por la confusión; en la que los valores sobre los que se han asentado los sistemas democráticos están siendo permanentemente impugnados implícita o explícitamente.  El neoliberalismo extremo, desarrollado en unas nuevas coordenadas marcadas por la globalización económica, la uniformidad cultural y la fulgurante transformación tecnológica; está imponiendo un nuevo modo de concebir la vida en sociedad. La solidaridad como piedra angular de la organización social ha pasado a un segundo plano, sustituida por un recalcitrante egoísmo que, bajo apariencia de libertad, esconde realmente la quiebra de la cooperación como relación básica entre los individuos. La relegación del concepto de “lo público” a un ámbito secundario de la vida en común tiende a erosionar el propio concepto de democracia, cada vez más parecida a una especie de competición aritmética sin capacidad para decidir. El corolario de este nuevo (¿?) modo de pensar es que cada cual “es empresario de sí mismo, y debe desarrollar su vida persiguiendo sus sueños como si de una aventura apasionante se tratara”. Una sutil forma de seducción de incierto futuro. La “rebeldía” ciudadana ante las injusticias se ha extinguido de tal manera que los gobiernos ya no temen que la ciudadanía los cuestione o sancione por su gestión. Las razones del voto se han desplazado al extraño espacio de las emociones, en el que la realidad carece por completo de interés. Cualquier gobierno puede cometer las atrocidades que quiera sabiendo que no tendrá coste electoral alguno.

¿Por qué es necesario hacer este preámbulo? Porque de otra manera es imposible entender los hechos que suceden a nuestro alrededor ante una abulia cada vez más generalizada. Evidentemente, este es un fenómeno (casi) universal. Lo que sucede (como tantas veces) es que en Ceuta se manifiesta de una manera más rotunda. En nuestra Ciudad hemos llegado a un grado tal de inanición participativa que a nadie le importa lo más mínimo nada que no sea su propia nómina Los Gobiernos (tanto el nacional como el local) son conscientes de esta debilidad y, por tanto, se sienten eximidos de toda responsabilidad respecto a sus acciones. Una “encogida de hombros” ciudadana, solo genera otra “encogida de hombros administrativa”

En este artículo vamos a exponer un ejemplo palmario de esta perversión democrática. Otro más… Hace dos años (aproximadamente) se produjo una crisis sin precedentes en el funcionamiento administrativo de la Dirección Provincial del MEFP, que llegó hasta el punto de que una parte muy importante del profesorado no pudiera ni cobrar las nóminas. Las causas eran fácilmente detectables: no había funcionarios. Por un motivo que nadie sabe explicar, la RPT (Relación de Puestos de Trabajo) de este organismo se mantiene inalterada en sus aspectos básicos desde hace treinta años. Una de las consecuencias más funestas de esta incomprensible dejación de funciones, es que los complementos específicos que perciben los funcionarios allí destinados son los más bajos (con diferencia) de toda Ceuta. Basta con saber (solo a modo de ejemplo) que un funcionario sólo por “cruzar la calle” (pide traslado desde el MEFP a la Seguridad Social que está enfrente) cobra cuatrocientos euros más al mes. No hace falta explicar que todos salen de allí corriendo en cuanto tienen oportunidad (salvo un reducido grupo de abnegados resistentes, quizá porque valoran algo más que el salario en el desempeño de sus funciones, y sobre los que recae un volumen de trabajo casi inhumano).

Por un motivo que nadie sabe explicar, la RPT (Relación de Puestos de Trabajo) de este organismo se mantiene inalterada en sus aspectos básicos desde hace treinta años

El sentido común dicta que, una vez vistas las consecuencias de tan evidente desaguisado, el MEFP debería haber revisado en profundidad la estructura de la plantilla de la Dirección Provincial de Ceuta. Era obligado modernizar su configuración, actualizar sus retribuciones e implantar un sistema de provisión de plazas que garantizara la cobertura de todas las vacantes. No se ha hecho absolutamente nada. Ningún estamento quiere asumir responsabilidades. La Delegación del Gobierno está ausente; la Dirección Provincial, impotente; en Madrid, como es habitual, no “quieren saber nada de algo que no les corresponde” (o al menos eso dicen) No importa, no pasará nada. Nunca pasa nada. Tienen abandonado un organismo administrativo que gestiona el funcionamiento de treinta centros docentes, más de mil quinientos profesores (con todas las incidencias que ello lleva consigo); y la prestación de servicios a veinte mil alumnos aproximadamente. Y allí, como un dramático remedo del “último mohicano” sólo queda un reducto de valientes funcionarios “quemados”, haciendo más de lo que pueden (incluyendo el sacrificio de su tiempo libre) para que, a pesar de todo, las cosas funcionen. A nadie le importa. La administración tiene asumido que la indiferencia siempre juega a su favor y que nadie les “pasará factura” por tan deplorable gestión.  Se ha perdido la vergüenza.

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