“Plomo o plata”, “te voy a matar”, “no te vas a reconocer ni tu cabeza...”. Las amenazas unidas a una hilera de insultos en árabe y español, entre los que tienen premio aquellos que mentan a las madres y a las partes sexuales masculinas, protagonizan vídeos grabados por los propios pistoleros para viralizar y advertir de sus acciones. Las redes sociales, sobre todos los perfiles de Instagram y grupos de Facebook, dan cabida a esta externalización de la supremacía de las bandas en donde las pistolas, las balas e incluso los disparos demostrativos tienen su espacio.
La Policía Nacional sabe de la existencia de armas en distintas zonas de la ciudad, de grupos que las manejan, de nuevos líderes de bandas que buscan la renovación en un terreno en el que la vida siempre está en juego. A las guerras entre las bandas de antaño, que poca cabida tenían en los medios de comunicación, se ha dado paso a una exposición gratuita de la violencia encarnada por las nuevas generaciones de delincuentes. Se graban, muestran incluso sus caras, exhiben las armas, la munición y las amenazas para, después, buscar la amplificación perfecta de sus acciones.
El pasado 20 de febrero la barriada del Príncipe amaneció llena de agentes, blindada, rodeada en todas sus posibles salidas. Se buscaba armas. La operación se fraguó con varias detenciones y sigue bajo secreto de sumario protegiendo una investigación que busca dar con esa cuadratura del círculo de momento irresoluble. Las operaciones siguen su marcha, las vías de investigación no mueren, el acoso se materializa con incursiones constantes en determinados puntos de la ciudad sobre quienes se sospecha ocultan las armas y sobre quienes se ocultan de la Policía para que sepan que se les está buscando, que se les sigue el rastro.
La viralización de vídeos que viene a marcar la exhibición plena de la violencia en Ceuta también se produce en Melilla, con amenazas de muerte a cámara, disparos e incluso risas descaradas en la muestra de una especie de desprecio ante sus consecuencias. A los vídeos se les suman imágenes publicadas en Instagram incluso por menores que muestran armas.
Así funcionan, sin temor, sin ocultar su capacidad y amenaza en firme de matar, buscando la aceptación de sus círculos más próximos, los que no solo aplauden sus grabaciones sino que les dan cobertura necesaria.
La delincuencia se crece, se envalentona, se muestra orgullosa ante sus afines, se lanza a un escenario virtual en el que se sienten cómodos, en el que se hacen más líderes, en el que no respetan nada ni a nadie. Sus grabaciones se envían como la pólvora por WhatsApp. A toda prisa, como las balas.
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