Pisar una caca

Ayer pisé una caca mientras hablaba por el móvil con la redacción del periódico. Caí al suelo y me costó ponerme en pie por el tremendo dolor en todo el cuerpo y con mi dignidad hecha añicos.

Unas personas anónimas me ayudaron a cobrar la verticalidad; con servilletas de un bar de urgencias que hizo las veces de U.V.I, me limpiaron el rostro de heces que se confundían con moretones, sangre, heridas en brazos y piernas. Los viandantes pasajeros intentaron aliviar las heridas con mercromina , gasas y agua oxigenada. Parecía un ecce homo o el Cristo del Borja que fue el hazme reír de toda España.

Llegó la ambulancia muy tarde pues coincidió con la salida del colegio 'Santa Beatriz de Silva' y los coches, como todos los días lectivos, campaban por la calle Alfau en las aceras, metiendo el vehículo en medio de la calzada, pasos de cebra, salidas de garaje, pegados a los árboles, apiñados a 10 centímetros unos de otros.

Nunca vi a la policía municipal o a las fuerzas del orden público mandar firmes a los conductores y amenazarlos con una multa de esas que no se pagan nunca. Todos los días era la misma cantinela. Ya podían sonar las sirenas de las ambulancias que ni el mismo coche oficial de Juan Vivas hubiera podido salvar el caótico asalto de Alfau.

Mientras tanto mi rostro comenzó a hincharse como un boxeador después del combate. Aunque no parezca verdad, tuvo que acudir la U.I.R pues los padres de los alumnos se negaban a retirar los vehículos en las mismísimas narices de la unidad de élite de Ceuta.

Así, me vi trasladado en una parihuela a Ingesa lleno de mierda, de sangre, de cortes, de mercromina, de apósitos y con dos dientes en las manos por si los pudiera recuperar.

Esperé el triaje en recepción; los médicos de guardia diagnosticaron rotura de tibia, peroné y lesiones en la columna.

Después de cuatro horas en el quirófano y medio zombi por la anestesia, me desperté con dolores tan fuertes que los gritos simulaban a la niña del exorcista poseída por el mismísimo diablo.

Los facultativos me dieron la peor noticia: debería estar en un centro de Toledo para rehabilitación. Tendría meses sin poder caminar pues tanto la espalda, cuello y extremidades inferiores se habían hecho añicos.

Y allí que me fui. Meses en silla de ruedas, con sesiones de fisioterapia en las que veía la estrellas, con una depresión de caballo y con una tristeza en el alma que te deja sin lágrimas.

Jugando al bingo en la residencia me tocó un viaje a Lourdes con un grupo de peregrinos habituales. Nada de nada, no se puede esperar un milagro de última hora.

Después de tres años llegué a Ceuta, tomé unos pinchos en el cafetín y un té en el mirador de Santa Isabel oteando el horizonte y la famosa tortuga. Había quedado en la plaza de los Reyes con unos amigos para celebrar mi recuperación.

Me aligeré con la idea de darles un abrazo y demostrarle mi recuperación. A ello que el mármol del suelo acompañado de la mierda de un Gran Danés me volvieron a hacer besar el suelo como hacían anteriormente los Papas de Roma.

Termino de despertarme de la pesadilla; hay que ver lo que puede causar un sueño de mascota que, sin querer, olvida los excrementos de sus mascotas. Aunque pisar mierdas traigan suerte más suerte da el no pisarla.