Intento calibrar el impacto que tendrá esta situación de confinamiento sobre la salud mental, y detengo mi mirada en la experiencia tan extrema que le ha tocado vivir a los más pequeños y pequeñas.
Escucho como a cada momento mi hermana le hace una llamada a mi sobrina, que está en Madrid, para que perciba que todos seguimos ahí, y que todo forma parte de un problemilla que solucionarán los mayores.
Decíamos que estábamos educando una generación distraída, y ahora vamos a ser testigos de cómo la vida les exige una velocidad de maduración que pondrá sus facultades al límite.
Tendrán que asimilar circunstancias tan complejas y agresivas como el distanciamiento social; tendrán que plantearse algo tan natural como el contacto físico, o los juegos con los amigos.
Todo esto demandará una educación emocional muy intensa y muy medida. Ya habíamos planteado, desde Salud Mental España, el fortalecimiento de la emocionalidad en edades tempranas, y en razón de manejar las situaciones adversas como el acoso, el fracaso, o la inestabilidad familiar.
Sin embargo, es ahora, al intuir el paisaje después de la tormenta, cuando debemos establecer una línea concreta de actuación; para que el derecho a la salud, recogido en el texto de la Convención ONU, esté más vigente que nunca.
En España no existe la especialidad de psiquiatría infanto juvenil, y yo creo que es el momento de decidir cómo afrontamos el desafío de la salud mental, como algo que está presente en todos los ámbitos de la vida, como derecho y como sinónimo de bienestar.
Espero que la velocidad de adaptación a que estamos siendo sometidos no interrumpa el derecho a la inocencia de niños y niñas, y sí se transforme en un mayor deseo por aprender y por valorar el entorno.
Entonces, le pido a mi memoria que me muestre imágenes del pasado, y no consigo ver nada parecido.
Estamos pisando una tierra nueva, insegura y movediza, y es ahora que debemos invocar el ingenio que un día nos libró del frío. Es ahora que debemos darle a los niños y niñas el cobijo que procura el amor. Sólo en esta materia encuentro solución.
¿No es acaso el amor la materia con que se llenan los vacíos? ¿No hay mayor vacío que el que produce la incomprensión? ¿Cómo hago para comprender una naturaleza que nos marca la mirada sin compasión? ¿Dónde quedará la mirada inocente y efímera, dónde quedará la edad del olvido y la sinrazón?
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