Categorías: Opinión

Piedras y palos

No era preciso haberse devanado mucho los sesos para darse cuenta de que la sociedad civil –después de tantos años de sufrir las avalanchas de inmigrantes ilegales– está dispuesta a tragar carros y carretas con tal de no parecer racista, xenófoba e intolerante. Es este un complejo que la izquierda, política y sindical, explota a fondo, ante el pudor del ciudadano en general y de la derecha en particular. Así, la conciencia crítica –vuelvo a repetirme– de la sociedad de acogida respecto de la inmigración es vista como una actitud xenófoba y racista. Sin embargo, la conciencia crítica del inmigrante respecto de la sociedad de acogida es vista como loable, normal, aceptable y, hasta, con simpatía. Pero, como decía aquel otro, un exceso de bondad mata igual que un exceso de calor o de agua. Y si queremos ponernos un poco más sentencioso y trascendente podemos echar mano de Arnold J. Toynbee, filósofo e historiador británico, que dejó esta perla: “La tercera Guerra Mundial no convencional a la que nos enfrentamos es el terrorismo y la inmigración ilegal”. ¿No siente escalofríos el amable lector cuando lee que Toynbee falleció en el año 1975? Pues sí, falleció muchos años antes de que el terrorismo islamista de Al-Qaeda se pusiera en marcha y de que las avalanchas de inmigrantes cayeran sobre Europa como una plaga o una maldición bíblica. Pues así es, amigo.
Esta semana pasada ha ocupado las páginas de este diario, y de otros, claro, la noticia de que inmigrantes ilegales han sido trasladados a la península en las bodegas del ferry. Este periódico, incluso, ha entrevistado a algunos de esos inmigrantes para que contaran su odisea y sus cuitas.  Todo el personal que ha querido ha manifestado de uno u otro modo su pesar por el trato que estos inmigrantes han recibido. El chaparrón que ha caído sobre la policía ha sido de los que hacen época. Ella, la policía, y algún sindicato del cuerpo se han defendido como han podido, pero, ni por esas, han quedado a la altura del betún. Los han echado a los leones, a los policías me refiero. Suele suceder con bastante frecuencia en este tipo de historias.
Ahora –¡oh, coincidencia!, ¡ah, casualidad!– nos llega la triste noticia de que un militar marroquí ha fallecido de una pedrada lanzada por un inmigrante que pretendía entrar ilegalmente a Melilla. El Delegado del Gobierno de aquella ciudad ha declarado que “Ya no vienen en son de paz, sino con piedras y palos”. “Se han vuelto más agresivos”. Los que siguen cogiéndosela con papel de fumar tratarán de justificar el asesinato del militar marroquí arguyendo que esos inmigrantes están desesperados después de haber salido de sus países hace años y de estar sufriendo calamidades y penalidades en los montes, y bla, bla, bla. Si se quiere justificar lo injustificable, siempre encontraremos un buen argumento que se preste a ello. No hay que esforzarse mucho. Pero, amable lector, eso es un jodido asesinato, sin más paliativos, un asesinato.
Este periódico tiene por costumbre hacer entrevistas a inmigrantes que por diversas razones, la mayoría penosas, se hacen acreedores a tener su cuarto de hora de fama, incluso a los que pululan por los bosques de Marruecos. Asimismo ha entrevistado a familias de marroquíes que han fallecido en Ceuta víctimas de un accidente laboral. Pero me flaquea la memoria cuando trato de recordar alguna entrevista a agentes de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad de Estado que han sufrido agresiones, en el Príncipe, en Marruecos, o en la calle Bermudo Soriano, por ejemplo, supongo que alguna habrá habido, pero como soy incapaz de recordarla podría ser debido a que fuera un hecho extraordinario. Bueno, pues este es el momento para que se le haga una entrevista a la familia del militar marroquí fallecido en la frontera de Melilla. Es de justicia. También se le podría hacer otra al policía al que le zurraron la badana en Castillejos, o también al policía que patearon recientemente en el Príncipe o al policía al que le abrieron la cabeza unos inmigrantes ilegales en Bermudo Soriano, y el juez, vergonzosamente, dejó que se fueran de rositas.  
Nadie tiene patente de corso y los inmigrantes menos que nadie.  Espero y deseo que estas páginas de El Faro se llenen de artículos y cartas al director condenando el asesinato del militar marroquí, tal y como han hecho cuando los inmigrantes fueron trasladados en las bodegas. Espero las condolencias sin tapujos de ONGs –sobre todo de ONGs–, de comunistas, socialistas, anarquistas, sindicalistas, elementos de la iglesia y de toda la fauna a la que siempre le falta tiempo para criminalizar a la policía y a la guardia civil en su trato con inmigrantes.
Me temo que los políticos y sus alrededores intentarán desdramatizar este luctuoso hecho para que no cunda el pánico en la ciudadanía, ciudadanía que ha entregado la cuchara miserablemente ante las invasiones, que continúan, de inmigrantes ilegales. Lo cierto es que la inmigración ilegal es un cáncer, una plaga, una epidemia, que devora las entrañas de las ciudades occidentales, empezando por los barrios extremos en donde se asienta, ante la mirada de un ciudadano confuso, entregado y desmoralizado.

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