Se defiende la huelga como uno de los derechos constitucionales básicos de toda democracia seria, y, en efecto, lo es, aunque se pueda matizar en buena medida esta afirmación. Pocos derechos se pueden igualar a este, y precisamente uno de estos es el derecho al trabajo. Partiendo de este punto, cualquier tipo de oposición a que cualquier persona que por voluntad propia quiera trabajar lo haga debe ser considerado como una gravísima ofensa a la Constitución. Un ataque más cercano a las acciones de una sociedad fascista que a una de carácter democrática, por más que quieran utilizar una amplia colección de argumentos manidos para defender una obstrucción tan clara a los derechos de los trabajadores.
Resulta particular la diáfana contradicción entre los objetivos de una huelga y el truncamiento que llevan a cabo los piquetes, un sector defendido por los propios líderes sindicales, pues al mismo tiempo que se defienden los derechos de los trabajadores se obstaculiza uno de ellos, el de su acceso a ejercer su labor. Es una situación sin pies ni cabeza, sin orden ni equilibrio, retorcida, cuanto más mejor, porque más caos se prodiga y se extiende, y germinan más razones para respaldar ese iracundo vandalismo, tan delictivo como muchas de las cosas contra las que se dice combatir.
Los salvadores universales imponen la tiranía del imperio; son ellos quienes, en liza para conseguir unas supuesta mejoras, izan sus apetencias como únicas, a las que tienen que adaptarse todos los demás. Esta lid que dice anhelar el bien del pueblo y que procura alcanzarlo sometiéndolo, desprende un tétrico hedor a una dictadura del proletariado bastante desafortunada. Si no es esto lo que pretenden los máximos dirigentes sindicales, deberían rechazar públicamente a todos los que agreden la totalidad de los derechos del resto, y no sólo aquel grupo limitado de estos que, al parecer, les interesa. Mientras que esto no sea así, los sindicatos carecerán de credibilidad del cara al pueblo, ya que a su imagen apática se suma el reflejo (verdadero o no) de que alientan a los más radicales para que las huelgas cobren una dimensión más extensa.
No debería olvidar nadie que la libertad de elección está por encima de toda cuestión ideológica dentro de una democracia y que, en su respeto, se basan los cimientos fundamentales de un estado moderno y plural. En cuanto se intenta recortar esta libertad, y aún más con violencia, se está atentando contra la integridad de la democracia misma, aunque los responsables estén inmersos en una batalla paralela en favor de esta. Si este sector liberal acepta el pensamiento añejo de Machiavelli y justifica lo nocivo de los medios con la consecución del fin deseado, cabe en una gran duda su oposición a toda la política derechista, inspirada, en mayor o menor medida, en este pensar. Coherencia, no se pide más.
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