¡Oh, excuse me, please, creí que eran ceutíes! dijo un representante gibraltareño tratando de justificar el acoso a los pesqueros de Algeciras en la noche del pasado miércoles. Y entonces, el Ministro del Interior del gobierno español dedujo que la citada frase equivalía a una disculpa en toda regla, aunque, eso sí, manifestando su extrañeza porque, según sabía, los pescadores de Ceuta no faenaban nunca en aquella bahía.
Pero bueno, vamos a ver. Lo que está en discusión es si el Tratado de Utrech de 1713 -el único título británico para sostener su dominio del Peñón- les concede o no derechos sobre las aguas adyacentes. Resulta evidente que no, pues de la lectura de dicho Tratado se deduce con claridad que lo que se cedió en su día a la Corona británica fue solamente la propiedad sobre la roca y su puerto. Ni el istmo, ni por tanto la franja de mar ocupada por el aeropuerto, ni soberanía alguna sobre imaginarias aguas territoriales.
Puestas las cosas así, extraña sobremanera que la mera alegación de una supuesta creencia sobre el carácter ceutí de los pesqueros objeto de acoso pueda haberse estimado como una disculpa ni siquiera mínimamente aceptable, porque si no se reconocen esas pretendidas aguas como británicas, resulta evidente que, para España, la Bahía de Algeciras es mar territorial español, donde, en consecuencia, tienen pleno derecho a faenar todas y cada una de las flotas pesqueras matriculadas en cualquiera de los puertos nacionales, sean de Bermeo, de Vigo, de Málaga o de Ceuta, por poner algunos ejemplos.
Resulta, como poco, bastante confusa esa especie de aceptación a medias realizada por el Ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, respecto de la torpe excusa alegada por Gibraltar. ¿Es que los pesqueros ceutíes no son españoles, o es que se acepta de antemano, y porque sí, que los gibraltareños tienen poder de decisión sobre quién pesca o quién no pesca en esas aguas, las cuales, como reiteradamente mantiene España, no les pertenecen en absoluto? Tras el último Consejo de Ministros, la Vicepresidenta Soraya Santamaría ha puntualizado que la misión del Gobierno respecto de este conflicto es la de defender los derechos de los españoles. Pues ahí, entre ellos, estamos los ceutíes. Faltaría más. Por su parte, Juan Vivas ha salido también al paso de este dislate, aunque –con su habitual prudencia- solo ha criticado la postura de Gibraltar. Por mi parte, creo que tampoco ha sido muy acertada la de nuestro Ministro del Interior, y -como no tengo responsabilidades políticas- lo digo.
A los pocos pescadores de Ceuta que van quedando hay que apoyarlos y echarles una mano. Bastantes problemas tienen, y encima se anuncia el cierre temporal del Foso por obras de reparación del Puente Nuevo, algo que, si no hay más remedio, habrá de hacerse procurando causarles los menores perjuicios posibles.
Dicho lo anterior, solo me queda felicitar al también colaborador de este diario, Antonio Guerra Caballero, por su magnífico artículo, aparecido en “El Faro” el pasado viernes, bajo el título “Ceuta y Melilla, versus Gibraltar” relativo a las muy desafortunadas palabras de la periodista María Antonia Iglesias en un programa de televisión, equiparando la situación de estas dos ciudades con la de Gibraltar. Hago mías las rotundas y sólidas afirmaciones de Antonio Guerra, que me evitan tener que desmontar una más de las muchas ideas retorcidas que suele sostener tan sesgado personaje.
¿O acaso, en ese lenguaje “progresista” tan absurdo como en boga, habrá que decir “sesgada personaja”? Ahí queda, por si las moscas, para el caso de que al expresarme como mandan los cánones académicos, algunos no me hubieran entendido.
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