La delegada del Gobierno, Cristina Pérez, daba ayer su pésame tras conocer el hallazgo del cadáver de un inmigrante en la playa del Chorrillo. “Nuevamente el Estrecho se convierte en triste cementerio de personas que buscan una vida mejor”, decía a los periodistas.
Me recordaba al alcalde Vivas, hace unos años, cuando supo de la muerte de otro inmigrante justo antes del inicio de un pleno y convocó un minuto de silencio para que todos los políticos se pusieran en pie y mostraran su consternación por lo ocurrido.
Estos gestos carecen de sentido cuando se convierten en hechos anecdóticos, cuando se hacen porque encarta en la agenda política del momento. Lejos de la valoración personal que pueda tener de los sentimientos que provocan a Pérez y Vivas este tipo de sucesos, creo que lo realmente importante no es mostrar públicamente ese mensaje sino hacer algo por cambiar las cosas.
Ni la delegada ni el alcalde hacen algo porque esto cambie. Pueden dar los pésames que quieran, que no servirán más que para una foto y una reseña periodística, una reducida campaña de imagen.
Vivas y Pérez pueden hacer mucho por esas personas que mueren en el mar y por las que dicen tener lástima. Pueden, por ejemplo, cooperar en tener unas instalaciones donde guardar los cuerpos el tiempo que sea suficiente para lograr su identificación.
No lo hacen. En Ceuta no tenemos ni neveras que funcionen bien y que sean aceptables en número, ni tampoco un congelador para tener tiempo para conseguir las identificaciones, sin tener que enterrar a toda prisa.También, Vivas y Pérez pueden hacer algo por cambiar el protocolo seguido cada vez que ocurre una tragedia migratoria y no se deja pasar a Ceuta a familiares que quieren hacer la prueba de ADN para saber si quien ha fallecido es alguno de los suyos.
Aquí, señora delegada y señor alcalde, hemos enterrado a un niño sin poder identificar mientras sus padres estaban en un pueblo del sur. Ese niño sigue sin estar identificado porque a esos padres no se les permitió cruzar la frontera para hacerse la prueba de ADN.
Eran pobres, perdieron al más pequeño de sus hijos, está enterrado en Sidi Embarek sin nombre. Nunca lo tendrá porque el sistema fronterizo fue demasiado cruel con ellos y lo sigue siendo. Cuando murió ese niño no escuché los pésames de ninguno de los dos, pero si hablé en varias ocasiones con unos padres que no sabían qué podían hacer para verificar si ese era su niño. Lo era, pero nunca pudieron cruzar Tarajal y comparecer ante la Guardia Civil. Eso era más importante que cualquier cosa, pero no se hizo. La clave está en si ahora vamos a cambiar o vamos a seguir dando pésames.