Una perla me encontré en la playa. No sabía si era buena. La cogí y me la guardé. Sería una joya nueva para mí. Pero me hizo pensar en alto. Y si fuera una verdadera. No tendría tanta suerte. Pero, ¿quién puede decirnos dónde está?
Las dudas me volvieron hacia mí. Esa interrogante estaba planteada. Sería una incógnita. Miré al cielo y estaba despejado. A pesar de ser un día invernal hacía calor. Me entraron ganas de quedarme en camiseta. Pero me sostuve. No está el horno para bollos y puedo caer en un instante de pecado mortal. Coger un resfriado y andar por ahí moqueando y tosiendo. Solo faltaría eso. Ser cuchicheado por todos e indicado por todos, sin el dedo, pero con la cara de pocos amigos. Mejor me quedo pasando calor. Y eso sí con mi perla en el bolsillo. Esa que pudo venir del mar Mediterráneo, ya que estaba en el Chorrillo. Y me puse a pensar si pudiera ser un regalo de las divinidades de los fondos marinos, por intentar ayudar a tener un poco más limpio nuestro litoral. Ese donde prevalecen los plásticos por todos lados y donde nuestros pescados se contaminan con ello. Muchas tortugas se entrelazan con redes y cualquier cosa que dejan en los fondos marinos. Pero Ceuta es así. Sin pesca, sin agricultura, pero todos vivimos. Mal o bien. Aquí estamos presentes.
Y mi recuerdo en lo que tengo en mi bolsillo igual.
No sé a quién enseñárselo por si fuera bueno. Para no ser engañado, ni timado. Igual lo meto en un cofre en el que iré guardando todo lo que me vaya encontrando. Ayer me dijeron que me fijara en las monedas de un euro que cogiera y vería la gran cantidad y variedad de ellas. Y es verdad, en una vuelta donde me dieron cuatro monedas eran de diferentes lugares de la Unión Europea. Cada día aprendo algo nuevo.