Opinión

El periodismo: una profesión muy peligrosa

El titular puede parecer pura demagogia, pero la realidad lo supera con creces. Ser periodista es una de las profesiones más peligrosas del mundo, porque callar a los que tienen el valor de informar, de dar su opinión, de contar lo que está ocurriendo en tu país o en el mundo es la principal misión de los violentos, de los corruptos, de los que tratan esconder sus fechorías, de imponer sus ideas o matar la democracia.
Cerca de 1.200 periodistas han sido asesinados en los últimos catorce años -nueve profesionales españoles-. Esos son los datos que nos traslada la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura -la UNESCO-, así nos suena como más cercana esta organización. Unas cifras que dan fe del titular de hoy y, por supuesto, ponen en valor a unos profesionales que se sacrifican para intentar cambiar las cosas, para que los ciudadanos conozcamos lo que ocurre, para que todos y todas podamos tener una visión crítica y real del mundo que nos rodea.
Los que conocemos un poco el mundo de la comunicación sabemos que ser periodista es una profesión de riesgo y, mucho más, en una ciudad pequeña como Ceuta. Hacer un artículo de opinión, contar un suceso o hacer una crítica social le puede pasar factura al profesional. Si escribes sobre narcotráfico no son pocos los periodistas que han tenido que soportar las amenazas o impertinencias de los afectados, pero sin duda, estas no son las que más les indignan, porque existen otras impertinencias o interferencias más dolorosas, aunque en muy pocas ocasiones se pueden contar.
Estamos muy acostumbrados a las alabanzas, nos acostumbramos demasiado pronto a que el periodista salga en defensa de nuestro colectivo profesional, pero no soportamos la mínima critica a nosotros o nuestro colectivo. Somos -sálvese quien pueda- demasiado narcisistas para admitir una crítica y muy poco democráticos para entender que la misión del periodista es contar las cosas y dar una opinión sobre ellas, que podemos compartir o no, pero lo que no podemos o no debemos es demonizar, atemorizar o movilizar nuestros tentáculos, poder o influencias para represaliar o hacer callar al profesional.

Libertad de opinión y expresión, en eso consiste la democracia. Lo contrario también tiene nombre

Esta reflexión me trae a la memoria a un compañero que idolatraba a una periodista de esta ciudad. Era su mayor lector y vocero. Eran unos tiempos convulsos, donde los guardias civiles de una determinada Unidad no estaban pasando muy buenos momentos. Ella fue muy crítica con la situación que se estaba dando. Rara era la semana que no escribía algo en defensa de los guardias civiles. La situación se normalizó con el tiempo y, muchos meses después, esta periodista tuvo la osadía de criticar una determinada situación que no gustó al compañero, cosa normal, porque no se puede coincidir en todo. Fue entonces cuando la periodista se convirtió, sin serlo, en su adversario, ya no le gustaba lo que escribía, ni cómo escribía, no le gustaba nada de ella.
Este cambio de actitud no es consustancial a los guardias civiles, ni nos viene de serie, es simplemente, una maldad, un vicio de las personas que no se adaptan a la democracia, que no entienden que la libertad de expresión, opinión y prensa sostienen los pilares del Estado de Derecho y nos hace más libres. No compartir lo que un periodista escribe es legítimo, como legitimo es rebatirlo, incluso censurarlo abiertamente, pero es deleznable e intolerable entrar en descalificaciones personales, injerencias o amenazas como las que les relataba del compañero.
Siento un profundo respeto por todos los periodistas y medios, porque coincida o no con el periodista o medio, me da la posibilidad de conocer puntos de vistas distintos y, sobre todo, porque conozco lo difícil que es ejercer esa profesión, principalmente en medios locales donde todos nos conocemos y estamos más cerca para felicitarlos, pero también, para reprobarlos o insultarlos.
Decía el escritor Hannen Swaffer que la libertad de prensa consiste en la libertad de publicar aquello que se ajuste a los prejuicios del propietario y no moleste a los anunciantes, de manera que son estos los que van moldeando el sentir público tanto por acción como por omisión. Eso decía, a modo de critica el escritor y, precisamente contra eso, tenemos que luchar si nos queda un mínimo de decencia democrática.
Libertad de opinión y expresión, en eso consiste la democracia. Lo contrario también tiene nombre, pero un nombre muy feo.

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