Recién asentado en mi refugio veraniego, acudo al habitual puesto de prensa, repleto siempre de periódicos y revistas. El vendedor, un veterano y amable comerciante hindú asentado en España desde hace muchos años, muestra a pie de calle sus bloques de diarios meticulosamente clasificados. Tentado por la curiosidad y quizá por ese estigma que uno lleva dentro a causa del latrocinio que sufrimos en nuestra ciudad, no puedo menos que preguntarle: -¿Y no teme Vd. que le roben ejemplares, tan a mano que los tiene para cualquier amigo de lo ajeno? -Robar periódicos. ¿Hoy? ¡Qué más quisiera yo, que la gente se interesara por la prensa! Eso sería antes, cuando un diario era algo especialmente atractivo y, como tal, tentador para el ladronzuelo y luego poder venderlos. Me llegó a pasar, sí, pero de eso hace ya muchos años. Actualmente el fiel lector de prensa, por lo general persona preparada, la paga. El otro, el simple curioso, pasa por completo de ella, y el raterillo tiene mejores tentaciones a su alcance que un periódico. Ahora, con los veraneantes, vendo bastante más que el resto del año. Normalmente a los fieles de siempre a la prensa o a aquellos que buscan el ejemplar de su provincia o región en la que residen. Y estos cada vez menos, por cierto, desde que los buscan en internet, excepto los que gustan de llevárselo a la playa. Ahí ya no es lo mismo. Qué poca gente se ve con el periódico bajo el brazo. Contada. Lo que era una estampa cotidiana matinal, al deambular por las calles, camino del trabajo con el ejemplar del día, es ya sólo un recuerdo. Como si no fuese suficiente con los bajos índices de lectura de prensa escrita en España, la revolución digital va dejando contra las cuerdas a los diarios de papel. Incluso hasta los gratuitos. Es el caso de ’20 minutos’, con un ocho por ciento de caída respecto al primer trimestre del año. Los datos de la OJD de mayo han vuelto a ser desconsoladores. De los seis grandes diarios nacionales, ninguno vende ya más de los 100.000 ejemplares, con desplomes del 25% en ‘La Razón’ o del 10% en los casos de ‘El País’ y ‘ABC’. Incluso ‘Marca’, el más leído, ha bajado en un 5% respecto a la oleada anterior, y el 10% respecto a la del pasado año. Datos impensables dos décadas atrás. Lo peor del caso es que tal descenso va paralelo al de la publicidad en todos los rotativos. Tampoco escapan a la crisis periodística los diarios digitales, tan prolíferos en los últimos diez años. La publicidad sigue sin hacerlos rentables, de ahí las fusiones que se avecinan. Resulta curioso un reciente estudio realizado en el Reino Unido, según el cual mientras que los lectores dedican cuarenta minutos al día a la lectura de la prensa de papel, en el caso de los digitales ese tiempo se reduce a los treinta segundos. Evidentemente lo audiovisual, subido al carro de la revolución digital, ha resultado fatal para los índices de una efectiva lectura. Sin entrar en más detalles es innegable que los datos de audiencia de los diarios digitales son relativas en cuanto al tiempo y la atención que el lector les dedica con respecto al periódico de siempre. Otra cosa son los vídeos que ofrecen muchas de esas ediciones electrónicas, masivamente seguidas por su impacto y por esa irrefrenable tentación que nos arrastra hacia lo audiovisual. El caso de nuestro propio diario con su puntera televisión digital y sus cifras de liderazgo con las 934.600 reproducciones de sus vídeos en Facebook, según los datos de junio certificados por OJD Interactiva. Dada mi pasión de siempre por la prensa escrita, pienso que el periódico de papel tiene todavía bastante vida por delante, salvo a que se dedique a la rutina de dar simplemente noticias, porque cuando éstas salgan de la rotativa ya serán viejas y conocidas. La supervivencia pasa ahora por la profundización, la cuidada selección de los contenidos y el exhaustivo análisis de la actualidad. Primando los grandes reportajes y los artículos para un público más reducido pero a su vez más cultivado y exigente que el de antes. Con atrayentes firmas y columnistas de opinión, no ya sólo en los diarios nacionales sino también en los diarios locales con temas próximos al lector y a su más inmediato entorno vital. -Y, ya ve –me decía el laborioso vendedor de periódicos-, todo el día al pie del cañón. Si no me ayudara con la venta de estas golosinas, sólo con la prensa y las revistas no podría salir adelante como antes. Para mí y parafraseando a Raúl del Pozo, “leer un periódico es un rito, casi una celebración”. Como mi propio ‘Faro’ de toda la vida. Ojalá que nunca lleguen a desaparecer los tradicionales y familiares diarios de papel. Insisto, los de toda la vida.
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