Un diario con 86 años de existencia como 'El Faro' es un filón de datos, semblanzas y las curiosidades más diversas. Por más que en mi libro en el que procuré profundizar en tantos aspectos de su devenir histórico al hilo de su 75º aniversario, siempre quedan testimonios o retazos olvidados merecedores de su reseña, especialmente si las podemos conectar con el presente.
Es el caso de uno de tantos nombres propios que hicieron en el tiempo grande a este rotativo, pese a no figurar nunca en la pasarela de sus páginas o en el proceso de su elaboración. Al hilo de la efeméride rescato de las tinieblas del olvido a Joaquín García Pujante, más conocido como 'Cartagena', coincidiendo con el 75 aniversario de su fallecimiento. Dudo que viva ya alguien que lo conociera, transcurridos de tantos años de su desaparición, y si tengo constancia de él es gracias a una de las muchas historias de este diario que tanto me gustaba escuchar del llorado Paco Amores.
García Pujalte se hizo muy popular por su condición de vendedor callejero de periódicos. Era el primero en acudir a recoger los ejemplares recién salidos de la vetusta rotativa en la desaparecida sede de la 'Casa de la Palmera', en lo que hoy sería la confluencia de Antioco con Millán Astray, de modo que cuando la luz del día aún no iluminaba nuestras calles ya estaba él pregonando por ellas las noticias más llamativas que el lector podía encontrar en el grueso de ejemplares que atestaban la pesada cartera que colgaba de su hombro.
'Cartagena' solía situarse entre el Puente Almina y el Rebellín, por el que subía y bajaba hasta la plaza de los Reyes, pero era especialmente en ese Rebellín en el que tenía su principal clientela sentada en los veladores o en el interior de los muchos bares o cafés del lugar. Una vez agotado 'El Faro', nuestro hombre, auxiliado casi siempre por su mujer, Manuela Carbonell, acometía la venta de la prensa nacional, nada más llegar por la tarde a la ciudad, por lo general con uno o dos de días de retraso. Y de nuevo el voceo de titulares, audible por casi toda nuestra principal arteria, cual vigorosa megafonía humana.
En 1941, Joaquín falleció a los 76 años tras una penosa enfermedad. Desde entonces, cientos de vendedores ambulantes de periódicos han desfilado por nuestras calles, protagonizando una estampa ya desaparecida. Cabría recordar su última época cuando chicos, jovencísimos en su mayoría, se colocaban a temprana hora debajo del reloj del mercado, para ofrecer su ejemplar a los numerosos automovilistas o viandantes en tan estratégico punto. Más remota nos queda en la memoria la estampa de los lunes, en esa misma plaza, de personas aguardando la llegada de la furgoneta del desaparecido diario 'España', ansiosos de devorar la amplia información futbolística que ofrecía el rotativo tangerino, cuando la prensa nacional no aparecía dicho día por el descanso dominical del que gozaban los periódicos nacionales antaño.
El desarrollo de los medios de comunicación y especialmente de internet hacen difícil imaginar las secuencias anteriores a quienes no las vivieron. El sector vive momentos de grave crisis y el futuro que se vislumbra sobre los diarios de papel es preocupante. Bajan las ventas y los índices de lectura con la consiguiente caída de los tradicionales periódicos impresos, que en 2015 se precipitó a su nivel más bajo de los últimos 30 años, descenso que en el nivel de tasa de penetración en los hogares se estima en un 28,5 por ciento. No es de extrañar, por ejemplo, la pérdida de más de 800.000 lectores por parte de un líder de la prensa nacional como es 'El País' o el reciente cierre de la edición de Andalucía de 'El Mundo', al tiempo que no cesa la cadena de despidos, bajas incentivadas, prejubilaciones y la precariedad de sueldos para agotadoras jornadas laborales de quienes aún disponen de un puesto de trabajo en un diario.
Comparto la opinión de los editores que en su día advirtieron del grave error que para la prensa iba a suponer el ofrecer la lectura gratis de sus contenidos en internet. El tiempo ha venido a darles la razón, pese a que por poco dinero se puedan comprar uno o varios diarios en la red. Pero quien se ha acostumbrado al gratis total a golpe de clic parece harto difícil que pueda entrar por esa vía, que bien podría compensar la fuga de la clientela o de quienes siquiera sienten la menor curiosidad de abrir un periódico.
Si 'Cartagena' levantara la cabeza a buen seguro que creería estar en otro mundo, por lo que me lo imagino repartiendo uno cualquiera de esos diarios gratuitos como '20 minutos', 'OK', 'Viva' o 'Gente' que te salen al encuentro en tantas capitales peninsulares. Periódicos, por cierto, tampoco ajenos a la pérdida de lectores y cuyos editores igualmente contemplan el futuro con pesimismo.
Uno, sin renunciar a la modernidad, jamás abandonará su venerado ejemplar de papel. El de siempre, por su encanto y su comodidad. El que me posibilita recrearme en la lectura sin torturarme la vista tras una pantalla. El que me permite recortar o subrayar cualquier contenido. El periódico que, en fin, estoy seguro que jamás desaparecerá aunque, aunque eso sí, una supervivencia reservada para los de mayor implantación, prestigio, calidad o consumada especialización.
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